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viernes, 29 de enero de 2010

Mala hierba nunca muere


Elizabeth salió del camarote que había utilizado durante todo el viaje hasta las Islas: el de su padre. Había conseguido hacer hueco en los armarios y tocadores para su propia ropa dejando la de su padre tal cual estaba. Lo había colocado todo como él solía hacerlo, camisas a un lado, después los pantalones, botas… Y gorros. Oh Dios, sus gorros. Beth amaba cada uno de ellos. Y ¿por qué tenía que guardarse ese deleite por ellos? Ese día se atrevió a agarrar uno y con una tremenda fuerza lo colocó sobre su cabeza. Ni siquiera se miró al espejo antes de salir.

Cuando llegó a cubierta sintió varias miradas sobre ella, pero decidió ignorar a aquellos que le prestaban atención, por si acaso. No quería causar problemas a nadie, tenía que dar ejemplo a los demás… Elizabeth se centró en el hombre que había causado la mayor parte de problemas durante la última semana. Cerys se había peleado con la mitad de los hombres de Dream... Otra vez. Con sus casi dos metros de altura, su piel dorada, sus brazos y espalda musculosa, Cerys había conseguido que algunos hombres de su compañera quedasen postrados en una cama. También era cierto, que cuando se enfrentó con un hombre casi tan duro como él, Cerys tuvo que rendirse. Por primera vez en los seis años que llevaba junto a ese hombre lo había visto agachar la cabeza ante alguien, y maldición sino se alegraba.

Al pasar por su lado, su capitana le palmeó el brazo y éste le sonrió con complicidad. Hacía muchos años que vivían juntos y él siempre la había ayudado en sus más duros días en los que no era capaz de levantar una espada. Cerys fue, es y sería roca. Ella había sido simple mantequilla, ahora era… un poquito más dura.

—Cerys –lo llamó antes de bajar por las escaleras.
—Capitana.
—¿Dónde está Noghi?
—Se ha ido con Cortés. No me preguntes a donde, Eli, no tengo ni idea, pero dijeron que era una orden directa. Hará unos quince minutos también se fue la española –dijo, con su acento escocés—. Creo que han ido a por…
—Los materiales y el dinero –finalizó Elizabeth por él. El hombre asintió con la cabeza—. Gracias, ¿te han dicho cuándo volverán?
—Al anochecer. Cortés me dijo que los hombres que nos ayudarían vivían a las afueras de la ciudad, y ya sabes que… bueno, no tenemos medios para desplazarnos…
—Sí, tranquilo. Está bien. Me voy por unas horas, dile a Ian…
—No, el irlandés está fuera también.
—¡Joder! Maldición, quedas al cargo entonces –dijo, gruñendo. Mataría a Ian por ni siquiera avisarla de que se iba—. Nada de golpes, Cerys. Si llego y veo a algún hombres con un ojo morado o un brazo roto, te tiraré por la borda y te quedarás aquí, ¿me oyes?
—Yo lo ayudaré, capitana –gritó alguien desde el mástil central.

Cerys gruñó. Elizabeth sonrió. Jaime rió. Era él el que se había peleado hacía unos días con el gran muro de roca y el que lo había obligado a agachar la cabeza.

—Como queráis, pero estáis avisados.

Esas fueron las últimas palabras que dijo la joven pelirroja antes de, por fin, bajar las escaleras y pisar el suelo firme de las Islas Canarias. Tierra española, gritó su interior deseando poder dar brincos. Sin embargo, la razón la obligó a caminar como una señorita… O pirata. Pero como una mujer de veinte años con una fama sanguinaria. ¿Qué pensarían sus enemigos, si acaso la estaban viendo, si se ponía a dar brincos de alegría? “Por el amor de Dios, ¿para qué tienes tu camarote?” le dijo una voz interior, que la obligó a sonreír.

Saltaría en su camarote. En el de su padre. Como hacía cuando tenía cuatro años.

Había buscado a su compañera con la mirada pero no la había encontrado. Coño, ese día sí que se había dado prisa. Para lo que quería era rápida como el viento... Pero para lo que no... En fin. Ella le había cogido cariño tal y como era. Le hacía los días y las noches amenas en La Perla y, aunque no lo dijera, la muy perra se había ganado un pequeño trozo dentro de su corazón.

Durante la siguiente hora, Elizabeth se perdió por las calles de Tenerife sonriendo a las gitanas que vendían flores y bailaban por las calles. La última vez que habían estado allí no recordaba que los gitanos hubiesen invadido esas tierras, pero al parecer, hasta allí habían llegado. Y las calles estaban repletas de ellos. Elizabeth se deleitaba con los hombres y reía y se divertía con las mujeres. Algunas se habían empeñado a leerle la mano, pero cortésmente ella había negado y se había ido tan pronto como había podido. No le gustaba tentar al destino y eso le parecía una manera muy cantosa de hacerlo. A medida que los minutos corrían, la boca de la mitad escocesa y mitad mujer española se secaba a pasos agigantados.

Giró en la primera calle en la que escuchó gritos y risas. Una taberna. Pero alguien la agarró del brazo antes de pudiera emprender el camino hasta la misma. Volteó con la frente arrugada, dispuesta a cortar cabezas.

—Buen día –dijo uno de los gitanos a los que había sonreído—. Me he quedado prendado de vuestro cabello, mi bella escocesa –la halagó el hombre dándole una rosa roja.

Elizabeth se quedó petrificada unos segundos antes de sonreír de medio lado y aceptar tanto los cumplidos como la rosa.

—¿Cómo sabes que soy escocesa?
—¿No sois la legendaria Bloody, mi señora?

La mujer se deleitó con el olor puro de la flor. Se quitó el sombrero y dejó que sus mechones de color fuego cayeran sobre su espalda, quedando libres para enredar allí la flor roja que contrastaba tan bien con su melena. Después se centró en el joven que sonreía complacido.

—Depende de quién pregunte por ello –contestó girándose y empezando a caminar.
—¡José Montoya! –Gritó el gitano por encima del cántico de unos hombres que acababan de salir de la taberna—. Dígame que volveré a verla –insistió él.
—¡Quizás, José, quizás! –respondió antes de apartar a los hombres borrachos y perderse en la oscuridad de la taberna.

La vieja taberna olía a whisky y cerveza que podría acabar hasta con el más adicto al alcohol de toda España. Elizabeth paseó la mirada por la estancia reconociendo a varias prostitutas haciendo su trabajo, gran cantidad de hombres jugando a las cartas y fumando puros –también bebiendo—, y otros muchos hablando, gritando e intercambiando opiniones. A la escocesa no le pasó desapercibida la sombra del final de la taberna. Un hombre corpulento, grande a juzgar por su postura… Una que le parecía familiar.

Tras intentar, por varios minutos, identificar a aquel hombre fue hasta uno de los taburetes de la barra y pidió un whisky. El camarero la miró con la ceja alzada. ¿Es que no la conocía o la conocía demasiado bien? Después, sin que ella se diera cuenta, lanzó una mirada perspicaz hacía la esquina del hombre. “Habrá problemas” se dijo, antes de desaparecer a por el rifle.

La joven le dio un trago largo a su bebida girándose lo justo para ver que la puerta se entreabría y entraban varias mujeres, vestidas con escasos trapos. Una de ellas soltó una risilla después de mirar hacia el hombre de la esquina.
Asquerosas fulanas.

Se giró y continuó bebiendo. El whisky era ambrosia de dioses para su boca. Lo echaba tanto de menos… Y encima Ian no le dejaba beberlo. Maldito irlandés, con eso de que tenía que ser una dama. ¡Ella nunca sería una señorita de la nobleza como él había pretendido en muchas ocasiones! Ella siempre sería una pirata. Aquello para lo que había nacido. Apretó con fuerza el vaso y le dio un trago largo al whisky, dejando que cayera pesadamente sobre la barra de madera.

—No cambiarías ni aunque pasase toda una eternidad, escocesa.

Una voz ronca llegó hasta los oídos de Elizabeth. Una voz que no podría olvidar nunca. Una voz que le erizó el bello de la nuca y hasta los pezones se le endurecieron gracias a los recuerdos.






—Jódete inglés –gruñó, consciente de que eso iba a dolerle.
—No soy…
—Sí, sí, ahora me contarás toda la historia del orgulloso escocés que se fue de Inglaterra, que solo eres inglés de sangre… Lárgate de aquí que me espantas a los buenos hombres españoles, Ramsey –le dijo, girándose en el taburete para contemplarlo con ojos asesinos.

Hacía años que no lo veía. Casi dos. No había cambiado nada. Quizás estaba un poco más moreno que la última vez. Oh, aquella última vez… ¿Cómo podría olvidarla? Era imposible. Elizabeth estaba segura que nunca conseguiría borrar de su mente los brazos musculosos de ese hombre mientras la agarraban con fuerza e intentaba penetrarla con toda sus fuerzas.

Ramsey Lawrence era tan alto que llenaba casi todo su espacio impidiéndole ver más allá de él. Tremendamente corpulento, con hombros muy anchos y músculos ondulantes, llevaba envuelto a su cintura un auténtico kilt escocés, lucía relucientes brazaletes metálicos alrededor de las muñecas, y calzaba botas de cuero negro. Llevaba una camisa blanca, pero Elizabeth sabía que debajo de la misma había un enorme tatuaje en una lengua que ella no conocía a la perfección por lo que nunca había podido descifrar las palabras, esa lengua era el gaélico. No era exactamente un tatuaje –si recordaba bien—, unas marcas de hierro caliente que había hecho imprimar en su piel. Unas marcas imborrables. La mujer también recordaba una gruesa senda de pelos castaños nacidos en sus abdominales justo encima del ombligo para ir desapareciendo debajo del kilt.

Elizabeth tragó saliva y no pudo evitar bajar la mirada a esa zona hinchada en esos momentos. Oh, Dios, ¿estaba excitado? Su mirada se quedó allí unos momentos, abrió los ojos un poco más. Luego tragó aire con una brusca inspiración y consiguió apartar la mirada. Acababa de comerle el pene con los ojos. Un rubor cubrió sus mejillas. Se obligó a subir la mirada hacia su rostro.

Era tan pecaminosamente bonito como el resto de su persona. Tenía los rasgos orgullosos y como tallados a cincel de un guerrero celta, mandíbula y pómulos firmes, una nariz aristocrática arrogantemente dilatada en las aletas, y una boca tan sexy y besable que los labios de Elizabeth se apretaron instintivamente para dejar que se entreabrieran levemente recordando el tacto de los mismos y su lengua. Una rica mezcla. Elizabeth se humedeció los labios antes de respirar profundamente, otra vez. El oscuro principio de barba que cubría aquella firme mandíbula esculpida hacía que sus firmes labios sonrosados parecieran todavía más sensuales entre toda aquella áspera masculinidad. Su pelo dorado le llegaba a la altura de los hombros. Por la zona de adelante, llevaba la melena recogida en finas trencitas, y relucientes cuentas metálicas ceñían sus puntas. Sus ojos eran azules grisáceos, su piel terciopelo dorado, marcado en algunas partes por grandes cicatrices de espadas.

—¿Has acabado?
—¿Qué? –alzó la cabeza de repente para fijar su mirada en la suya. Sonreía su puro ego masculino—. Maldito bastardo, no estaba mirándote.
—Oh claro, bueno, de todas maneras te ruego que no vuelvas a mirarme así.
—¿Cómo te estoy mirando?
—Como si quisieras volver a usar tu lengua sobre mi persona –dijo él a tiempo que se mordía el labio inferior y le dirigía una sonrisa diabólica.
—Ni en tus mejores sueños, inglés –gruñó girándose hacia su vaso.
—Oh sí, pequeña perra escocesa –susurró pegándose a su espalda, haciendo que sintiera su duro miembro contra la curva de su espalda. Caliente y palpitante—. En mis sueños no hay lugar que tu lengua no explore.

Le apartó el espeso cabello pelirrojo dejando su cuello libre, el que mordió y empezaba a subir lentamente incapaz de detenerse. Llevaba dos años buscándola más allá de lo imposible, donde el mar se acababa y ahora que la encontraba… Oh, Dios, no había cambiado nada. Su escocesa seguía siendo la misma, salvo por dos años más. Había llegado ya al pequeño lóbulo de su oreja cuando sintió como algo impactaba contra su cabeza. Alzó la cabeza y ésta empezó a darle vueltas.

Elizabeth aprovechó ese momento para dejar varias monedas encima de la barra y salir corriendo de allí. Le dejó propina al hombre por el vaso roto.

Ramsey soltó un gruñido y como pudo salió a la calle, repleta en esos momentos de gitanos. Maldijo en todas las lenguas que conocía buscándola. Se las pagaría. La muy zorra le había estampado un vaso en la cabeza… Oh, por el mismísimo que acabaría por pedirle perdón. Estaba dispuesto a darse por vencido cuando vio una masa pelirroja ondearse al ritmo del aire. Rió fuertemente y apartando a la gente, casi a empujones, corrió tras ella.

Un nuevo comienzo

Dream y Bloody habían caminado durante horas, en una especie de silencio. La resaca había sido buena para ambas, pero internamente había merecido la pena. Podría decirse que el ron las había unido. Cuando llegaron a puerto, se encontraron con sus hombres desesperados, casi peleándose los unos con los otros, pues Dream había dado órdenes de que no se movieran del barco hasta que la otra capitana llegara. No se esperaban que tardase más de medio día en llegar. Así que se pusieron nerviosos y pagaron sus frustraciones los unos con los otros.
En cuanto la vieron, casi se abalanzaron contra Dream. Nunca habían dudado de su lealtad, pero en la situación en la que se hallaban, sin barco, sin rumbo…habían estado jodidamente preocupados por ella y por sus propios destinos. Pero en cuanto la vieron, sintieron sus corazones más alegres y supieron que, pasara lo que pasase, ella sería su capitana y les ayudaría a volver a tener su propio barco. No le dieron abrazos, pero la bombardearon a preguntas que ella respondió escuetamente. Ya habría tiempo para todo.
Por su parte, Bloody, o Beth, como ella misma había sugerido a Dream que la llamara, se metió casi inmediatamente en las profundidades de La Perla. Dream la siguió con la mirada. Estaría cansada y querría tumbarse un poco. La noche anterior había sido…intensa. La capitana sonrió al recordar los acontecimientos y los últimos minutos antes de llegar a puerto.


<<-Entonces, ¿Cuál será vuestro rumbo ahora, Bloody?- preguntó Dream casi con timidez. No habían hablado en horas y sabía que al llegar a puerto tendrían que despedirse y separar sus caminos. En la otra capitana había encontrado algo así como una compañera. Algo que nunca en su vida había tenido. Quería mantener una última conversación con ella antes de llegar con sus hombres. Delante de ellos no mostrarían su…camaradería. -¿Eh?- parecía distraída, como dándole vueltas una y otra vez a lo mismo, sin llegar a una conclusión firme- Oh, al Caribe. Siempre nos dirigimos hacia allí en esta época del año. -Espero que os vaya bien…- Dream carraspeó-Y, como no te lo he dicho…quería darte las gracias, Bloody. Por todo y eso…- la incomodidad se notaba en su voz, y la otra capitana sonrió divertida. -¿Sabes? Me llamo Elisabeth- dijo de repente, la capitana, cambiando de tema. Nadie, salvo sus más allegados, sabía su verdadero nombre. Y todo el mundo la llamaba Bloody. -¿Por qué me lo dices?- preguntó una sorprendida Dream. -Porque me da la gana. Y porque yo también tengo que darte las gracias… -Eh…vale. Ya nos ha quedado claro a las dos. Cuando empezamos por este camino… -Acabamos abrazadas y con la lagrimilla en el ojo. -Exactamente- respondió Dream con una sonrisa de lado. Se comprendían bastante bien. Sacudió la cabeza y siguió caminando al ritmo de su compañera, intentando no prestar atención al dolor que iba aumentando dentro de sí a cada paso que daban y se acercaban a puerto. A la despedida. >>



Dream subió al barco con sus hombres, mientras hablaba distraída con Cortés, que la agarraba del hombro, dándole un firme apretón. Había estado preocupado por ella y la interrogaba con la mirada, pero sabía que pronto lo sabría todo. Por otra parte, todos estaban deseando empezar una nueva vida, a nadie le gustaba estar en ese estado de transición, recordando el pasado y deseando un futuro. Todos querían agarrar el maldito futuro de una jodida vez. Dream miró a su alrededor. El barco era precioso. El Black Gold había sido su hogar, y por tanto siempre ocuparía un lugar especial en su corazón, pero La Perla…era magnífica, y Dream estaba orgullosa de haber estado a bordo, como una especie de invitada, esos días. Buscó impaciente, con la mirada, a Beth. Esperaba con fervor que saliera a despedirse, aunque no pudiera abrazarla por vergüenza. Ella la entendería con la mirada.
Pero no salió y Dream se sorprendió al notar la decepción en su corazón. Frunció el ceño y maldijo por lo bajo. Esa maldita escocesa la había hecho perder la cabeza, de eso estaba segura. ¡Maldita fuera! Se dio la vuelta y, respirando hondo, fijó la vista en sus hombres.

-Chicos…Recoged, que nos vamos- dijo escueta pero firme. Sus hombres sonrieron y fueron a por sus escasas pertenencias. Dream los observó. No eran muchos. Entre los que habían perdido en la batalla con Phil y los que se habían marchado por su cuenta al llegar a puerto…Dream había hablado con cada uno de ellos y había entendido sus razonamientos. La querían, pero tenían una familia a la que alimentar en algún puerto español, esperando que su marido o padre llegase a casa. Así que les deseó buena suerte y se quedó con esos hombres que creían en ella, que la querían y que lucharían por su venganza…y por una nueva vida.

Los hombres ya estaban frente a ella y la miraban como si esperaran a que Dream les permitiese bajar del barco. Hizo un gesto con la cabeza y comenzaron a bajar. Algunos se habían despedido de hombres de La Perla con los que habían congeniado o tramado amistad. Dream esperó para ser la última en bajar. Miró hacia atrás y vio a Ian, serio. Ella inclinó la cabeza como despedida y él le devolvió el gesto. Noghi sonreía de lado, pero cuando Dream echó la última ojeada a la puerta que bajaba a las habitaciones y la vio vacía, él frunció el ceño. La capitana bajó por la rampa y dio un salto, pisando de nuevo tierra firme.

-Nos quedaremos unos días en la posada de Carmela- dijo, y sus hombres comenzaron a andar. Estaban impacientes por sucumbir a los placeres de la buena comida…y las mujeres. Dream empezó a caminar tras ellos, lentamente, sin mirar atrás. Fue entonces cuando escuchó el fuerte sonido de las pisadas de alguien corriendo y una voz que retumbó en todo el puerto.

-¡¡Dream!! –esta se dio la vuelta lentamente y vio a la pelirroja agarrada a la baranda, con la respiración entrecortada y las mejillas arreboladas de la carrera-¡Quédate, española! ¡Comparte mi cargo en La Perla! ¡Te lo has ganado tanto como tus hombres! –gritó.


Por un momento, todo el mundo se quedó en silencio. El mundo se paró, los ruidos propios del puerto cesaron. Dream callaba, y Beth sentía que todo se le caía encima. Había gritado delante de todos, maldita sea… Agarró con fuerza la barandilla y agachó la cabeza. Entonces oyó unos pasos sobre los tablones de madera.
Dream no podía asimilar lo que estaba ocurriendo. No sabía si era un sueño, o una broma. Pero esa noche había descubierto que esa mujer le importaba, y nunca se hubiera imaginado que ella significara también algo para ella. Algo como para gritarle que se quedara delante de todos. Dream sabía lo que era el orgullo para personas como Beth y ella, así que tras el impacto inicial y sobre todo cuando vio a Bloody agachar la cabeza, comenzó a andar y subió al barco. Beth levantó la cabeza y la miró con ojos desconfiados. Dream tragó saliva y poco a poco fue subiendo la mano, dejándola tendida frente a la otra capitana. Beth sonrió y se la apretó con fuerza. No eran dos mujeres indefensas.
-No podría pensar en un sitio o barco mejor que este. Será un honor capitanear este barco. Y más si lo hago contigo, capitana- soltó su mano y se quitó el sombrero mientras inclinaba un poco la cabeza con una sonrisa en su pícaro rostro.
Los vítores resonaron por todo el puerto, dejando los gruñidos y protestas ahogadas. La mayoría había hablado. Y la mayoría hablaba de una nueva alianza. De un nuevo comienzo.


-¡Dreaaam! ¡Maldita sea!- Bloody gritaba como una cosaca, no encontraba los planos del barco, que deberían estar en el despacho, donde siempre. Al no oír contestación, la pelirroja, airada, se dirigió a la que antes era su habitación. Ahora era de Dream, pensó enojada, pero le daba igual su maldita intimidad. Era un desastre para algunas cosas y nunca la avisaba de nada. Abrió la puerta de golpe y encontró a Dream en la cama durmiendo con los planos encima. Al oír el estruendo de Bloody al entrar, la capitana pegó un salto y miró con ojos somnolientos y cansados a su compañera.
-Eh…Buenos ¿días?
-Son las once de la mañana, Dream- dijo Beth exasperada.
-Oh, me he debido quedar dormida…
-¡Eso no hace falta que lo jures!- dijo alterada mientras le quitaba los planos de encima- Podrías avisar cuando coges las cosas…
-Creí que otra de tus reglas era que a partir de la una y media de la mañana nadie te molestase…
-¿Qué hacías con los planos a esas horas?
-No podía dormir y quería…mirar unas cosas- Dream miró hacia otro lado, de repente tímida.
-Así que mirar…Dream…
-¡Oh joder! ¡De acuerdo!- alzó las manos- Quería ver si podía visualizar algunas remodelaciones…
-¿Qué? ¿Sin consult…?
-Tranquila, fiera- la interrumpió- No sabía si necesitaba remodelaciones, así que no te dije nada. Cuando tuviera algo pensado, sin duda te lo comentaría. Sé que este no es mi barco.
-Sí que lo es. Sólo debemos…contar la una con la otra.
-Claro…-su tono no parecía muy convencido, así que Beth frunció el ceño.
-¿Visualizaste algo?
-Hoy, a la hora de cenar, te entregaré los que podrían ser los nuevos planos si aceptas…
-Me parece bien- Beth se dio la vuelta, más tranquila, con intención de subir a ver qué tal les iba a sus hombres.
-Espero que no necesites mi ayuda arriba…- dijo Dream a su espalda. Beth se dio la vuelta y vio la sonrisa maliciosa de su compañera. Se encogió de hombros.
-Nunca he necesitado ayuda…no veo por qué ahora sí…Es más, tus hombres parece que están comenzando a apreciarme y todo… ¿Crees que querrán cambiarse de capitana?- la escocesa esquivó una almohada y subió a cubierta entre carcajadas.



-Y si estas celdas de aquí, que por lo que he visto no han sido usadas…
-¿Te refieres a las del ala sur?
-Sí, exacto. Podríamos convertirlas en bodegas. Y las que ahora son bodegas pasarán a ser habitaciones con el mayor número de camas posible. Luego también he estado pensando…
-Peligro-dijo Beth, en plan de broma.
-…que si metemos más literas en las habitaciones, nos puede quedar una sala libre para ponerles algunas cosillas a los hombres…- continuó Dream, sin inmutarse, se notaba que le gustaba lo que hacía.
-¿Algo así como una sala de descanso?
-Por ejemplo.
-No es mala idea, Dream…Lo único que no acepto es la remodelación de la cocina.
-Pero si la estrechamos un poco…
-La quiero así, grande y espaciosa.
-Bloody…
-No, Dream, en serio. No quiero que el cocinero esté medio achicharrado y por culpa de eso tenga que comer sopa de pescado con sabor a mal humor.
-Si así lo prefieres…
-Sí, creo que podríamos poner alguna mesa adicional en la sala de descanso. Y si alguien no tiene sitio en el comedor, que coma allí.
-Ahora que lo dices no es mala idea…A veces no nos gusta comer con tanta compañía…
-Perfecto, todo solucionado. ¿Cuándo comenzarán las remodelaciones?
-En cuanto lleguemos a Canarias.
-Bien, ¿conoces a alguien allí?
-Sí, hay algún que otro buen hombre y trabajador además…
-Estupendo entonces, si además es mano de obra barata…
-Mierda.
-¿Qué pasa?- Bloody preguntó preocupada.
-Sabía que se me olvidaba algo.
-No sé de qué hablas…
-El dinero, joder- Dream se pasó una mano por la melena.
-Bueno, tenemos nuestros ahorros…
-No, Beth. Hemos “irrumpido” en La Perla, como quien dice. Nosotros lo financiaremos.
-No tenéis nada, Dream. Lo perdisteis todo en el mar…- Beth le hablaba con cuidado, sabiendo que el tema era delicado.
-Yo me ocuparé, Beth- le sonrió forzadamente- Te prometo que si no puedo con ello…te pediré ayuda- Dream le guiñó un ojo y se levantó de la mesa. Tenía que pensar en cómo conseguir el dinero…y a quién se lo iba a coger prestado.



Pocos días después, las oscuras costas de las islas se abrían paso ante sus ojos. La arena era oscura, pero el clima que se respiraba era cálido y acogedor, como invitando a los marineros a quedarse para siempre. Dream se apoyó en la baranda y miró hacia la costa. Luego alzó la cabeza, protegiéndose los ojos del sol con una mano, y miró hacia una enorme mansión que se imponía a un lado de la isla. El objetivo estaba claro. Sólo hacía falta ponerlo en práctica.

domingo, 24 de enero de 2010

Dream

Aquí les dejo un regalito para mi compañera de viaje, Dream. ¡Espero que les guste!

sábado, 23 de enero de 2010

La Proposición

—Mierda, mierda… Espero que… —murmuró Elizabeth haciendo a un lado unas cajas que tenía encima de ella. Cajas de ron. Malditos hombres… Una de las botellas había rasgado su pantalón y su carne. Cuando se levantó un pinchazo en la cabeza la hizo agarrarse a lo que quedaba de pie. Buscó a su compañera con la mirada—. ¿Dónde estás, Dream? –siseó apretando los dientes al sentir otro pinchazo—. Maldición…
—¿Bloody?

A los oídos de la escocesa llegó un pequeño susurro, perteneciente a una voz femenina. Era Dream, desde alguna parte. Bloody frunció el ceño y con cuidado empezó a quitar madera de encima de donde supuestamente estaba la otra capitana. Después de varios minutos, las piernas de la mujer aparecieron en escena. Después, se oyeron maldiciones, gritos, protestas… Insultos. Bloody no pudo reprimir una carcajada al ver el estado de la mujer.
Dream por su parte, se limitó a dedicarle un ronco gruñido.
Tras unos minutos de intercambio de opiniones sobre quién había tenido la culpa, por qué se había roto el eje del carro… Las dos se giraron hacia el camino que se extendía delante suya hacia la ciudad. No les quedaban más de tres kilómetros, pero a esas horas serían un blanco fácil para un nuevo ataque. En caso de que Phil decidiera ir a “verlas” esa noche, no tendrían mayor refugio que el bosque. Y claramente, volverían a estar en desventaja. Así que, unánimemente ambas decidieron coger la caja de ron que aún quedaba entera y buscar un lugar donde pasar la noche.
Cuando amaneciera podrían continuar el camino a pie hasta la maldita ciudad.
Después de media hora larga, ambas se dejaron caer al suelo. La caja de ron estaba entre ellas y la luna iluminaba el claro del bosque que habían escogido, como única fuente de luz.

—¿Te apetece dar un trago? –preguntó la pelirroja clavando los codos en el suelo frío e incorporándose para contemplar a Dream, que respiraba agitadamente con los ojos cerrados. Sí. Ella también estaba cansada. Recorrer medio bosque cargando con esa maldita caja…—. En fin, no hay nada mejor que hacer.
—Está bien.

La otra se levantó como si tuviera un muelle en la espalda y se puso de rodillas al lado de la caja, sacando una botella de ron de la misma. La abrió con los dientes y tras darle un trago, se la ofreció a Bloody que la miraba con una ceja alzada.

—No necesitarás un vasito para beberlo, ¿no?
—No –gruñó Elizabeth a modo de respuesta acercándose a la mujer. Se debatió durante unos segundos, interiormente, y al final cogió otra botella. Se encogió de hombros ante la mirada acusatoria de su amiga—. ¿Qué pasa? Ni que fuese a faltar ron –protestó la escocesa sentándose al lado de la caja y apoyando un codo en la misma.
—Tienes razón.

Ambas cerraron la boca y siguieron dándole tragos al whisky. Sin hablar, sin mirarse. Elizabeth se dio cuenta de que no sólo la paz unía a dos personas. Esa noche, tanto Dream como ella habían decidido unirse en una lucha. ¿Cómo habían sido capaces de dejar el orgullo a un lado? La supervivencia. Dream los había seguido únicamente para salvarle la vida. Y ella tenía que darle las gracias por eso. Ella, desde luego, habría hecho lo mismo, pero… Dios, era todo tan complicado. Tan difícil decir una palabra. Gruñó empinando la botella para pegarle otro largo trago.
Maldito orgullo…
Dream por su lado, se sentía satisfecha. Un poco contrariada, eso sí. No pensaba que la gran Bloody fuera a darle las gracias de aquella manera, pero la muy perra lo había hecho y se había dado cuenta de que lo decía desde el corazón. El único defecto de Bloody –o virtud, según se viera—, era la expresividad de sus ojos azules.

—¿Eres española? –preguntó Beth de repente, sacándola de sus pensamientos.
—¿Perdón?

Dream se giró hacia ella con la ceja alzada.

—Coño, que si eres española. ¿Estás sorda? –gruñó la pelirroja frunciendo el ceño.
—No te había oído. Estaba pensando en mis cosas…
—Eso no te lo he… Perdona –retrocedió la escocesa encogiéndose de hombros a modo de disculpa. A veces se le olvidaba que Dream no era uno más de sus hombres. Era otra capitana. Su invitada.
—No te preocupes. Sí, soy española –La misma Dream se sorprendió por ser tan comprensiva. ¿Qué puñetas estaba pasando allí, entre ambas? Seguramente fuese el ron. Debía estar pasado. Arrugó la frente alzando la mirada para su compañera de… “Habitación” por esa noche—. ¿Por qué?
—Yo también –respondió B encogiéndose de hombros.
—¿Cómo?

Dream abrió los ojos desmesuradamente. No podía ser española… Es decir, joder, era pelirroja, tenía acento escocés. No era española. Negó rotundamente con la cabeza para dejarle ver su disconformidad con sus palabras.

—Qué coño vas a ser española…
—Bueno, mujer. Si tú sabes más que yo de mi propia vida, pues me alegro. No necesitarás que te cuente nada pues –explotó volviendo a su posición inicial: de espaldas a ella, apoyada contra la caja del alcohol con la vista clavada en alguna parte del oscuro bosque.
—No te enfades tanto, Bloody. Para ser una capitana eres bastante irascible –gruñó la otra.
—Oh, fíjate quién va a hablar…
—¿Vas a contarme eso de tu españolidad?
—No.
—¡Venga! –exclamó después de varios minutos debatiéndose. El ron, definitivamente, hacía estragos. Elizabeth se giró hacia ella y empezó a contarle la historia.

Su madre, una noble española, residente Asturias la había abandonado en brazos de su padre cuando ella se enteró de lo que era su padre, a lo que se dedicaba. No quería estar toda su vida surcando los mares, al contrario que Alroy. No era un pirata, se apresuró a aclarar Bloody, sino comerciante pagado por su nuevo país. De ahí venía su descencia española. No podía contar mucho más sobre su madre. Tampoco quería hablar demasiado de ella, ya que dolía. Le hacía daño recordar todo aquello que su padre le había contado un día, entre otras cosas, porque de esa manera la imagen de Alroy la perseguía hasta hacer que sus ojos se bañaran de lágrimas, que nunca llegó a derrarmar.
No delante de alguien. No delante de Dream.
Después de varias horas en las que su compañera le contó todo sobre su historia: desconocida. Dream le contó lo que había hecho desde que tenía uso de razón. A cada cosa peor que la anterior… Callejos, hambruna, robos… Y entonces, apareció Hugh. El gran Huhg. Dejó que la española le dijera cómo la había sacado de las calles y, cuando por fin, cerró la boca Elizabeth la miró a Dream a los ojos. Y como mujer sin pelos en la lengua que se consideraba… No se pudo contener:

—¿Hugh era tu amante?

Dream se puso tensa por la pregunta. Sabía que la gente hablaba. Sabía que había rumores sobre ellos. Pero nunca pensaba en ello por el impacto que pudiera tener sobre ella. Le dolía, sí, porque nunca había visto a Hugh con otros ojos que los de una alumna, una amiga, una hija...y él la había tratado como tal. Dream apretó los dientes y miró con ira a Bloody.

—¿No tienes otra cosa que hacer que preguntarte lo que yo hacía con Hugh? —preguntó intentando aparentar indiferencia.

Elizabeth se mordió la lengua para no soltarle el comentario hiriente que la quemaba por dentro. Y todo por verla dolida. Porque se le notaba a leguas que algo importante había sido ese hombre para ella. Pero ¿cómo qué? ¿Cómo había sido su padre… O Ramsey? El leve recuerdo del hombre, la hizo fruncir el ceño más de la cuenta y darle un trago largo a la botella. Malditos fueran todos los hombres…

—Fue mi salvador –dijo entonces Dream al ver la cara de su compañera—. El que me enseñó a luchar por una vida. El que me dio personas a las que querer. Él fue el centro de mi mundo...Mi capitán, mi camarada, mi amigo...mi padre.
—Dream…
—Déjalo –pidió negando con la cabeza ante la mano estirada de Bloody. Agradecía su compasión, pero no la quería. No la necesitaba. Ni de ella ni de nadie.

De todas formas, la demoníaca e importúnente capitana de la Perla se levantó de su sitio y caminó hasta ella para dejarse caer a su lado. A pesar de las protestas de la española, Elizabeth le pasó un brazo por los hombros y la acercó a su cuerpo. Tras varios minutos en silencio absoluto, Bloody empezó a cantar una canción que le recordaba a su infancia con su padre. Cuánto lo echaba de menos…
Cuando la canción acabó, ambas estaban llorando. Como si fueran dos niñas pequeñas llorando porque les hubiesen quitado un puñetero caramelo.
Elizabeth tragó saliva y alzó los ojos al cielo. Dream la acompañó. Las dos tosieron a la vez y sonrieron de medio lado. Se secaron las lágrimas y se fulminaron con la mirada. Volvían a ser las mismas.

—Ni una palabra –dijeron al unísono.

Después, estallaron en carcajadas brindando con el ron.
A altas horas de la madrugada, ambas se quedaron traspuestas. Dream murmuró algo inteligible por los oídos de Bloody y ambas, con una sonrisa en los labios, supieron al instante que no eran tan diferentes como aparentaban ser. No eran tan rivales como todos querían hacerles creer. Indudablemente, desde esa noche estarían más unidas de lo que nunca hubiese imaginado.



A las doce de la mañana, después de pasarse tres horas caminando las dos capitanas llegaron a la Perla. Ian, Noghi, Cortés… Y la mayoría de los hombres de las dos estaban buscándolas por el puerto. No habían hablado desde que se despertaron. Ambas tenían un dolor de cabeza horrible. Habían acabado con la caja entera de ron, ¿en qué narices habían estado pensando? ¡Sabiendo lo que tenían que caminar! Dios, menos mal que un cervatillo las había despertado, de lo contrario se hubiesen pasado durmiendo la gran parte del día.
Cuando subieron al barco, los hombres de Dream corrieron a darle una afectuosa bienvenida. Sin embargo, los de Bloody se detuvieron al ver su gesto: negación. La capitana se perdió por las escaleras. Necesitaba la seguridad de su despacho, al menos, para pensar con claridad.
La noche anterior Dream le había dicho que lo que más deseaba en esos momentos era coger a Phil y matarlo. También había comentado algo sobre unos planos… “Estábamos a punto” había susurrado ella. ¿A punto de qué? ¿De pillarlo? ¿Qué planos? ¿Serían de navegaciones? ¿Sabrían ellos cuál era el escondite del cerdo? Oh, por el amor de Dios, ¿por qué todo tenía que ser tan complicado?
Elizabeth abrió la puerta haciendo que sonara contra la pared. Caminó hasta la silla de detrás del escritorio y se dejó caer en la misma, echando la cabeza para atrás y cerrando los ojos para poder pensar tranquilamente.
Varios minutos después, concretamente quince, lo tenía decidido.
Se levantó y cruzó la estancia en busca de Dream. Cuando salió de la habitación se encontró con Noghi de frente.

—¡Al fin se han ido esos salvajes! ¡Daniel, la habitación lib…!
—¿¡Qué!? –exclamó Elizabeth quitándolo de su camino de un empujón. No podía ser que se fueran. ¡Ahora no! No ahora que ya tenía decidido lo que iba a hacer con su barco—. ¡¡Dream!! –gritó subiendo las escaleras que la llevaba a la cubierta de cuatro en cuatro. “Date prisa, Elizabeth” le gritó su vocecita interior haciéndola ir más deprisa. Corrió hasta la borda y se agarró a la barra de madera para no caer de la misma-. ¡Quédate, española! ¡Comparte mi cargo en La Perla! ¡Te lo has ganado tanto como tus hombres! –gritó.

domingo, 17 de enero de 2010

El rescate

Dream bajó al que había sido su camarote temporal esos días, mientras estuvieran a bordo de La Perla. Tenía que recoger sus pertenencias antes de irse. Cuando llegó y entró, se quedó parada en medio de la habitación, buscando algo que fuera de ella. El dolor le inundó el corazón de nuevo. Intentaba no pensar en lo que significaba el hundimiento del Black Gold. No había sido sólo un barco. Había sido un hogar. Su hogar. Y lo había perdido todo con él. Dream levantó la cabeza para que las lágrimas no escapasen de sus ojos y frunció el ceño como acostumbraba a hacer siempre que quería ocultar sus emociones. No lo había perdido todo. Todavía le quedaban la esperanza, su tripulación, sus recuerdos…y la venganza. Con un seco asentimiento de cabeza, subió de nuevo las escaleras sin mirar atrás.
Cuando llegó a cubierta oyó gritos y protestas y sintió curiosidad por lo que estuviera pasando. Puso los ojos en blanco cuando se dio cuenta de que seguramente sería una tonta riña entre dos hombres de tripulaciones diferentes. Pero cuando llegó al lugar donde uno de sus hombres le gritaba a otro de la tripulación de Bloody, enarcó las cejas por lo que estaban hablando.

-Nosotros no somos de este barco, hemos llegado a puerto, ¡no tenemos por qué aceptar las jodidas órdenes de vuestra capitana!- gritaba John, con gesto hosco.
-Mi capitana ha ordenado eso y ¡lo cumpliréis!- el otro parecía bastante agrio y enfadado.
-¿Qué pasa aquí?- preguntó Dream, intuyendo el problema. John se relajó al verla y le explicó las órdenes de Bloody. La capitana se quedó callada, meditando sobre lo que hacer.
-Estos quieren que seamos sus esclavos, ¡malditos cabrones!
-Tranquilo, John- le puso la mano en el pecho al otro hombre, que se abalanzaba hacia John- Y tú también- volvió a girarse hacia su hombre y luego a los demás de su tripulación- Haréis caso de lo que haya dicho Bloody- levantó una mano para acallar las protestas- Sólo hasta que ella vuelva. Es justo que ayudemos a cuidar el barco que ha tenido que parar aquí para abastecerse porque nosotros hemos agotado las reservas. Es de honrados y agradecidos que vigilemos el barco de la tripulación gracias a la cual estamos vivos. Y nosotros somos justos, honrados y agradecidos. Ahora bien, una vez que Bloody vuelva para marcharse, les daremos las gracias y nos bajaremos, pues no hay nada que nos una a este barco. ¿Estamos?- los murmullos de protesta eran débiles y las cabezas de sus hombres estaban bajas porque ellos no habían llegado a esa conclusión- Repito, ¿¡estamos!?
-¡Sí capitana!- gritaron todos.
-Bien, pues cinco de vosotros quedaros aquí…y si no queréis elegir, elegiré yo. Os quedaréis todos y así no habrá problemas- se dio la vuelta y bajó por la plataforma que daba al muelle- Yo iré a investigar un poco y a intentar descubrir si hay algún barco con falta de una tripulación y su capitana- dijo sarcástica y con sorna, sabiendo que algo así era imposible de encontrar.

Dream saltó al muelle y pisó tierra firme. Le encantaba el mar, pero también disfrutaba cuando volvía a tierra, aunque sólo fuera por unos días o unas horas. Se puso a andar por esa ciudad que no conocía muy bien. Ella siempre había preferido Lisboa a Oporto, auqnue en esta última había estado las veces suficientes para saber qué sitios frecuentar y cuáles no. Giró a la derecha para meterse por una callejuela mal iluminada pero más o menos segura y luego a la izquierda. Oyó un grito a lo lejos pero no se extrañó, en los puertos ocurrían jaleos todas las noches. Lo que la decidió a buscar el sitio donde se producía el altercado fue el escuchar los sonidos propios de un forcejeo, que de pronto cesaron para convertirse en voces de hombres. Dream giró hacia la derecha de nuevo, de donde procedían las voces. Se pegó a la pared, pues por poco se descubre ante los hombres. Aguantó la respiración y cuando oyó el alejarse de los pasos, les siguió. Uno de ellos llevaba un bulto bastante grande al hombro, parecía una persona...Dream escudriñó en la oscuridad y pudo ver que se trataba de una mujer. Los hombres pasaron por delante de una puerta abierta de la cual salía luz del interior del recinto, por lo que Dream pudo ver con claridad esta vez de quién se trataba la mujer. ¡Bloody! Esos cabrones la habían golpeado dejándola inconsciente y la habían cogido. ¿Qué se traían entre manos? No se dirigían al puerto, lo cual le parecía realmente raro. Allí lo normal era que los marineros llevaran a su barco a sus víctimas. A no ser que… ¡claro! Tenían miedo de que los hombres de Bloody los descubrieran y les descuartizaran vivos. Dream frunció el ceño y palpó la empuñadura de su espada. Esa no sería la última noche en la vida de Bloody. No si Dream podía evitarlo. Y cuando tenía que saldar cuentas, Dream no era para nada compasiva. Le devolvería Bloody la vida que a Dream le había salvado.


Llevaba más de una hora caminando tras ellos, internándose más y más en la oscura ciudad. De pronto los hombres cogieron un carro medio escondido entre unos árboles y se montaron en él, metiendo a Bloody dentro sin mucho cuidado.
Dream buscó a su alrededor y atisbó un caballo al cual fue corriendo y le soltó de la estaca donde estaba agarrado para poder montarse y seguir a los secuestradores. Una vez preparada, puso al trote al caballo, intentando no hacer mucho ruido para que los cabrones no se dieran cuenta de su presencia.
Unos diez minutos más tarde, los hombres pararon en el claro de un bosque que se extendía a un lado del camino que habían cogido. Dream los siguió con cuidado, internándose en el bosque y observándoles desde la distancia. Parecía que Bloody ya se había despertado y no estaba de muy buen humor precisamente. La habían amordazado y sólo se oían los gritos ahogados contra el pañuelo y el forcejeo entre ella y los hombres. Estaba atada de pies y manos, pues los marineros sabían de quién se trataba. Aún así, la capitana seguía intentando asestarles un cabezazo o lo que se le ocurriera en ese momento. Lo que estaba claro es que quieta no se estaba. Una hora más tarde, Bloody cansada de forcejear, olvidada a un lado de la especie de campamento que esos hombres habían montado, los marineros se reclinaban contra unos troncos de árboles y hablaban sin tapujos de lo que les apetecería hacerle a la fogosa capitana. Dream no podía verle la cara a Bloody, pero se imaginaba la mueca de asco que esta tenía.

-Desde luego que están para follársela- decía uno de ellos.
-Es una pena que Phil la quiera para él- respondió el que parecía el cabecilla del grupo, como advirtiendo a su compañero.
Sí, pero…nos prometió una tajada de la capitana cuando él terminara con ella…
-Claro, hombre- volvió a contestar el cabecilla, ocultando sus verdaderos pensamientos. Cuando Phil acabara con la capitana, no habría nada que sacar de ella. Pero dejaría a esos pobres ilusos que se imaginaran lo que quisieran. Por lo menos serían felices haciéndose unas pajas antes de toparse con la cruda realidad.

Dream esperó a que los hombres que parecían más cortos de entendederas se medio durmieran y se dirigió al cabecilla. Estaba claro que este estaría alerta, pero Dream era muy sigilosa…cuando quería. Pisó una rama en el bosque a propósito y sonrió cuando el pirata se levantó deprisa y se puso en pie. Miró a sus compañeros y debió decidir que no serían de mucha ayuda, porque cogió sus armas y se internó el solo en el bosque. Y se dirigía justo hacia Dream. Esta sonrió cuando él la sobrepasó por una zancada y ella pudo ponerse por detrás y rebanarle el pescuezo. Le dejó allí tirando, moribundo, y se dirigió al campamento. Los hombres seguían dormidos, y Dream decidió soltar primero a Bloody, por si quería ensañarse con alguno de ellos. A ella le habría gustado si hubiera estado en su lugar. Así que se acercó a Bloody silenciosamente y, cuando fue a cortarle las ataduras de las muñecas esta abrió los ojos y le propinó una patada con los pies atados. Dream contuvo el grito de dolor y cayó al suelo sujetándose la espinilla. Como Bloody todavía no sabía quién era, y forcejeaba de nuevo como una posesa, creyendo que iban a violarla, Dream la cogió del cuello e hizo que la mirara. Le cortó las cuerdas y le hizo un gesto para que no hiciera ruido.

-Maldita sea, creo que tendré que ponerme una jodida pata de palo, de todos modos-siseó Dream por lo bajo
-¿Qué querías? Creía que era uno de esos apestosos hijos de puta-respondió Bloody, sorprendida al verla.
-Sí, vale, yo creo que te has quedado bien a gusto, de todos modos.
Las dos se dirigieron hacia los dos hombres e hicieron ruido para que se despertaran. Preferían descargar adrenalina a matarles dormidos.



Dream y Bloody cogieron el carro y se dirigieron a la ciudad. Por el camino no hablaron nada. Las cosas estaba tensas, ellas no tenían muchos temas de conversación, a decir verdad.
-Por cierto. Cuando vuelvas a tu barco, mis hombres y yo nos iremos.
-Sí, ya lo suponía.
-Podrías habérselo explicado, en vez de ordenar directamente. Sabías lo que eso acarrearía.
-Sí, también lo suponía- Bloody iba seria, concentrada en las riendas de los caballos.
-¡Maldita sea! ¿Se puede saber qué cojones te pasa?- Dream explotó de furia.
-¡Nada! ¡Ya has saldado tu deuda! Si no fuera porque sé que trabajan para Phil, creería que los contrataste tú para que no tuviera que deberte nada.
-Serás hija de puta…
El insulto ofendió sobremanera a Bloody, que perdió el control de las riendas e hizo que el carro diera con una piedra y rompiera el eje.
-¡Joder!- gritaron las dos a la vez. Parecía que esa noche tendrían que pasarla a las afueras de la ciudad, en la más absoluta oscuridad…y lo que era peor, juntas.

sábado, 16 de enero de 2010

Andadas

Beth cerró los libros de contabilidad del barco y lo guardó en uno de los cajones de la robusta mesa de escritorio del despacho. Durante esos dos días habían tenido varios altercados en el barco, el más importante entre Noghi y uno de los hombres de Dream, habían perdido varios víveres, habían gastado demasiadas reservas… Lo único que había encontrado bueno en todo aquello, había sido el cambio de camarotes. Todas sus cosas estaban ya en la habitación de su padre y Dream dormía en el que antiguamente había sido el suyo.

Entre ellas las cosas seguían tirantes, pero avanzaban en pequeños pasos. Esperaba que las cosas siguieran como hasta ahora, o incluso mejor.

Se levantó de la silla, y miró durante un rato el sombrero que pretendía ponerse. Durante esos días no había apeado el sombrero y no tenía intención de hacerlo. Sabía que los que la conocían en aquél maldito país iban a reconocerla con o sin él, así que ¿por qué iba a dejarlo en el barco? Nada de eso. Saldría con él.

Y así hizo. Cuando llegó a cubierta, ordenó a Naghi que se quedara con varios hombres en el barco. Ian había salido. La mayoría de ellos habían escapado antes de que la capitana saliera. Habían hecho bien. Pero en cuanto los viera por la ciudad los mandaría de regreso al navío. No iba a permitir que mientras sus hombres lo pasaban bien en brazos de alguna ramera, su barco sufriera algún ataque.

—Que cinco de los hombres de Dream se queden también a bordo –ordenó mientras se acercaba a la escalerilla para bajar a tierra firme—. ¡No quiero protestas! –gritó cuando escuchó las maldiciones de todos los hombres. Incluidos los de Dream, que no la consideraban una persona que debiera darles órdenes.



El sol brillaba bien en lo alto, haciendo que las calles de Oporto estuvieran casi vacías a medida que se perdía en la ciudad. Las más cercanas al puerto estaban abarrotadas, pero las del interior… Bueno, esas estaban como siempre. Llenas de borrachos que salían de las tabernas a última hora, personas cuchicheando, vendedores ambulantes y mercenarios deseando encontrar a la persona adecuada y sacarle algo provechoso.

Elizabeth esquivó a uno de ellos cuando éste corría en busca de algo muy valioso, al parecer. Apretó la empuñadura de su claymore con fuerza mientras emprendía de nuevo la búsqueda de la maldita tienda de comida. Sólo había estado allí una vez y había servido para, lo primero destrozar su barco, y lo segundo, conocer la ciudad casi como la palma de la mano.

No tardó en encontrar el callejón, donde al final, estaba la tienducha más barata de la ciudad. Que era precisamente lo que ellos necesitaban. Comida y bebida. Siempre que estuviera todo en buenas condiciones, lo mejor sería buscar lo más barato. Simple lógica. Entró en el establecimiento sin saludar al vendedor que pareció ponerse histérico cuando la vio. Revolvió por debajo del mostrador buscando algo y cuando pareció encontrarlo, suspiró de alivio. La escopeta. Sabía que el hombre estaba buscándola. Vamos, ni que ella fuera una pirata… sólo corsaria. En ese país no conocían bien los significados de las palabras.

Se acercó al mostrador de madera, viejo y roñoso examinando con atención todo lo que tenía a su alrededor.

—Necesito comida, ron y whisky –dijo. El hombre abrió los ojos y asintió, pero ni siquiera se movió—. ¿No me has entendido? –Se inclinó sobre la barra acercándose amenazadoramente a él—. ¿O no me has escuchado?
—Yo… de… debería… ir… irse, Bloody –tartamudeó el viejo.
—¿Qué? –La escocesa echó atrás su cabeza y rió con ganas. ¿Acaso sabía con quién estaba tratando? Oh, claro que lo sabía. La había llamado por su apodo—. Vamos, soy una vieja amiga. No querrás enfurecerme, ¿no, viejo José?
—No… yo… yo…

El hombre ahogó una exclamación cuando la puerta sonó abrirse de golpe y tres hombres más grandes que unos armarios entraron en la tienda.

Elizabeth se giró rápidamente poniéndose alerta en el momento que vio sus rostros. Le eran conocidos y no parecían ser muy amigos a juzgar por sus muecas de asco. Uno de ellos, sonrió. ¿Se alegraba de verla? Oh, ella también a ellos. No como José, que temblaba a sus espaldas.

—Buen día –dijo la pelirroja quitándose el sombrero y lanzándolo a encima del mostrador.
—Buen día para nosotros porque lo que es para ti, perra escocesa lo dudo mucho.

El primer hombre, se tiró a por ella llevándose un buen cachombazo en los morros cuando intentó agarrarla. Elizabeth consiguió dejarlo unos momentos con la cabeza dándole vueltas, pero los otros dos no tardaron en lanzarse a por ella. Eran tres contra una. Sabía que estaba en clara desventaja y no sabía por qué demonios la estaban atacando, pero no iba a dejar que le tocaran un maldito pelo. Agarró con fuera el claymore desenvainándolo rápidamente. Una mano potente y fuerte la agarró del brazo, partiéndoselo cuando ella resistió el agarre e intenta zafarse de él. Gritó de dolor. Sentía sus huesos partidos a la mitad, pero no podía rendirse. ¡Por todos los diablos! Por una vez no había hecho nada. ¡Al menos en esos momentos!

Uno de los otros, el negro, le dio un fuerte puñetazo en el estómago que la hizo doblarse por la mitad mientras el que faltaba la agarraba por el cuello y la obligaba a mirarlo. La mano libre de Bloody, voló hasta el bulto del pantalón del que la tenía cogida por el cuello y lo apretó con fuerza, clavando las uñas en él. Permitiendo que el hombre cantara en do mayor.

—Maldita zorra –exclamó el hombre alzando la mano e intentando cruzarle la cara, porque el apretón de ella en sus zonas bajas hizo que dejara la mano caer hacia el repentino agarre de la mujer.
—¿Quiénes sois? –logró preguntar ante la falta de aire en sus pulmones y el dolor de su brazo.
—Unos viejos amigos –repuso el que le había dado el puñetazo, repitiendo las palabras anteriores de la mujer—. Y vas a venirte con…
—¡No! –gritó alzando una pierna con la misera intención de demostrarle que no iba a dar un paso para ir con ellos—. ¡Cerdos! ¡Soltadme! ¡No sabéis…!

Un golpe en la cabeza hizo que la mujer cayera en un profundo sueño. Los hombres rieron cuando su cabeza cayó hacia delante y pudieron pasar las manos por las pronunciadas curvas de su cuerpo para cargarla sobre el hombro de uno.

—Menudos pulmones que tiene –gruñó uno de ellos.
—Y unos cojones de oro –comentó el que la llevaba sobre la espalda.
—¡Callaros! –exclamó el más perjudicado—. Creo que no podré follar en todo el día. Me las pagará. Espero que Phil nos recompense por esto –Los otros dos hombres asintieron y salieron de la tienda, dejando al primero solo con el hombre—. Más te vale que no corras la voz por la ciudad –lo amenazó—. Sabes quién es Phil, sabes quién soy yo. Una palabra, José, y puedes ir despidiéndote de esa zorrita a la que llamas hija.

Tras esas palabras, el pirata salió de la tienda y se perdió en la ciudad, encontrándose con sus compañeros y la mujer inconsciente minutos después. Phil se alegraría de ver a esa escocesa de nuevo entre sus garras. ¡Oh, claro que sí! Y quizás, hasta le dejaría probarla. Cómo le gustaban las perras que se ponían duras de aquella manera.

sábado, 9 de enero de 2010

Llegada a Oporto.


Dream salió del camarote del padre de Bloody apretando los puños. Se arrepentía de lo que había dicho, pues no tenía ningún derecho a exigir ningún camarote cuando ese no era su barco. Y menos aún cuando ellos les habían salvado la vida a ella y sus hombres. Maldita sea. El comentario de la capitana le había hecho daño, sí, y la había enfurecido. Pero lo que más le jodía era que no le afectarían tanto sus palabras si no fuera porque ella misma se las creía. Dream se detuvo en seco, ¿y si ahora estaba acomplejada? ¡Ella! Masculló un improperio y siguió avanzando por el pasillo, hasta salir a cubierta. Cuando el aire fresco le dio en plena cara y desmelenó sus cabellos, Dream cerró los ojos y respiró hondo. Buscó el timón, siempre le había gustado sentir la pulida manera deslizarse entre sus manos. Ian estaba allí, Dream infló el pecho y se acercó determinada a no crear problemas.

Ian miró de reojo a la otra capitana, sintiendo la tensión del ambiente. Parecía afligida y contenida. A este le hizo gracia su actitud, que contrastaba tan a las claras con su Bloody. Ella le espetaría sin dudarlo lo que le pasara, mientras que esta otra mujer se mordía la lengua, lo guardaba para ella, y luego envenenaba a todos con los dardos que soltaba su lengua. Carraspeó para llamar la atención de la mujer, pero ella seguía a pocos pasos de él, mirando al horizonte. Volvió a carraspear más alto y esta vez ella se giró hacia él con una ceja arqueada. Ian reprimió una sonrisa, desde luego que esa mujer se había criado en malas condiciones. Se ponía a la defensiva por cualquier cosa.

-¿Se encuentra bien en el barco?- preguntó cortés, intentando aligerar la tensión. El silencio le incomodó, pero suspiró de alivio cuando ella puso los ojos en blanco unos segundos después y se acercó un poco más a él.
-Por favor, no me hable de usted- hizo un aspaviento con las manos- Nunca me han tratado así, y espero que nunca me traten de esa forma, a decir verdad.
-De acuerdo, Dream- ella asintió, como agradeciéndole el favor- Pero yo pido lo mismo- los ojos del hombre brillaron- Que me traten de usted me hace sentir más viejo.
-¿Ah sí? ¿Cuántos años tiene?- preguntó interesada, haciendo que el experimentado hombre se atragantara. Pocos se atrevían a recordarle su edad, o a preguntársela en tal caso.
-Yo...- frunció el ceño- No es de tu incumbencia, jovencita- Dream carcajeó con fuerza, y algunos de los hombres que trabajaban por esa zona se giraron extrañados al oír a la fría capitana reír.
-De acuerdo, entonces- le dio una palmada en la espalda- Creo que te voy a echar sobre...- entrecerró los ojos y le examinó con la mirada, haciendo que Ian se sonrojara- ...unos cuarenta.
-Maldita juventud...- refunfuñó el hombre, haciendo que Dream volviera a reírse. En ese momento se acercó Cortés, contento de ver a su capitana riéndose y le dio un beso en la mejilla. Ian frunció el ceño y levantó un dedo- Joven, deberías mostrarle más respeto a tu capitana, se pensarían que...
-Tranquilo, Ian- Dream posó una pequeña mano en su hombro- Cuantos más rumores haya sobre mí, más pronto se olvidarán de los que en realidad me duelen. E incluso menos se creerá la gente, ¿Eh Cortés?- Dream hizo un amago de pegarle un puñetazo en el estómago pero el marinero ya se había puesto en guardia y se había alejado de su capitana.

En ese momento se escucharon unos aplausos y vítores. Ian dejó el timón a manos de Dream y se acercó un poco a la barandilla para contemplar lo que pasaba. Se quedó sin aliento cuando vio a Beth. Su capitana llevaba puesta la ropa de su padre. Todos parecían emocionados y contentos. Ian se limpió una lágrima que no pudo contener. Creía que su niña iba a ser incapaz de superar lo de su padre, pero al parecer era tan fuerte como él. Sonrió e infló el pecho, orgulloso de ella y volvió junto al timón, el cual Dream le cedió a regañadientes.

-¿Qué sucede? Espero que no sean mis hombres...
-Nuestra Betty se ha puesto la ropa de su padre. Gracias a Dios lo ha superado.
-Ha reunido valor- murmuró Dream, con la cabeza agachada. Ella debería reunirlo algún día para superar lo de Hugh. Algún día.

Al poco, Ian y Dream vieron cómo Bloody subía la escalinata que daba a la cubierta donde estaba el timón. Las dos capitanas se miraron intensamente, Dream entendió que quería hablar con ella, así que se apartó del timón y de Ian y se dirigió a la barandilla, donde se apoyó observando el mar, bastante tranquilo. Sintió la presencia de la capitana detrás y se giró para encararla. Bloody la miraba seria y distante, como esperando lo que todo el mundo, dejando a parte su tripulación, esperaba de ella: una contestación impertinente. Dream hacía ver que le daba igual la imagen fría, arrogante y maleducada que le había asignado la mayoría de la gente, y por eso mismo la mayoría de las veces se comportaba del modo que la gente esperaba. Pero no estaba en su barco, y le debía la vida a esa mujer, así que se tragaria su orgullo y la mitad de su lengua, eso es lo que haría.

-Quería pedirte...disculpas- comenzó Bloody, con las manos a la espalda. Dream expresó su sorpresa abriendo más los ojos, pero no dijo nada- No creo que seas la responsable de lo ocurrido a tu barco. A todos nos pasaría lo mismo en las mismas circunstancias. Lo dije en el momento porque...porque estaba realmente cabreada. No quería...ofenderte y yo...
-Ya basta, Bloody- dijo Dream- No hace falta que te confieses. Fue un comentario pero no me has herido de muerte. ¡Por Dios, me salvaste la vida!- la capitana se revolvió incómoda en su sitio- Acepto tus disculpas, pero con una condición.
-Tendrás tu camarote- dijo seria Bloody y Dream hizo una mueca de dolor.
-Con la condición de que me...perdones a mí también- la ceja arqueada de Bloody la enfadó ligeramente y levantó la barbilla, obstinada- No debí exigirte nada. No tengo el derecho. Y disculpa por entrometerme en los recuerdos de tu padre. Yo más que nadie debería saber lo que se siente al perder a alguien... y que la gente se entrometa-agachó la cabeza un instante y la volvió a levantar con el ceño fruncido, como intentando ocultar el dolor.
-Entonces, ¿ya está?- preguntó sorprendida Bloody.
-Eso parece.
-Joder, y pensar que nosotras somos las temidas piratas españolas...
-...y con unas mierdas de disculpas nos perdonamos como dos niñatas...
-...sólo nos falta darnos un abrazo ahí todo amoroso...- acabó Bloody la frase, la dos se miraron con una ceja enarcada e hicieron el amago de darse un abrazo, pero cuando estaban a medio metro la una de la otra pararon en seco y se dieron la mano mientras carraspeaban incómodas.
-Bueno pues...voy a ver si hago algo. Este culo tiende a ponerse fofo si no lo muevo- dijo Dream mientras se alejaba de Bloody.

La capitana sonrió de lado y se volvió hacia el horizonte, apoyándose en el lugar donde segundos antes había estado su...compañera. No podía considerarla enemiga, pues la había ayudado y no parecía que se fuera a poner en su contra, aunque tampoco podía decir que confiase en ella del todo. El caso es que se habían entendido...y que por lo que fuera, Bloody había superado su respeto por entrar en la habitación de su padre.


Dos noches y un día después, el puerto de Oporto les saludaba a lo lejos mientras Dream paseaba por la cubierta superior. Le encantaba el mar, pero la excitación de llegar a puerto siempre le producía un hormigueo en el estómago y unas ganas increíbles de saltar a tierra y bailar claqué. Sonrió con nostalgia al recordar el día en que había intentado explicárselo a Hugh y a Cortés. Los dos se habían reído de ella, pero al llegar al siguiente puerto Hugh la había llevado a una taberna donde se bailaba claqué sólo para deleitarla.

Se volvió hacia el barco y vio a los hombres recogiendo velas y atando cuerdas. Se notaba en sus caras, gestos, movimientos...que pronto llegarían. En los últimos días el barco no había sufrido graves percances. Dream se había enfrentado con Noghi pero Ian les había separado y desde aquella vez ambos habían intentado no cruzarse el uno en el camino del otro. Uno de sus hombres se había peleado con otro de los de Bloody pero ambas capitanas habían mediado y ordenado paz en La Perla. Dream, que tomaba partido por su hombre, le echó una mirada furiosa al hombre de Bloody, aunque a esta le hizo un gesto de disculpa con la cabeza. Cuando llegaran a puerto, ya se las verían con ese gilipollas fuera del barco. En definitiva, no había habido muchos encontronazos, por lo que la paz, o algo así, imperió en el barco esos días, de tal manera que no se les pudiera hacer ningún reproche cuando se bajaran del barco para no volver a subir en Oporto. Era terrible pensar que cuando se bajasen no tendrían ningún barco a dónde subir, que se las tendrían que arreglar, pero así era la vida... Dream tomó aire y bajó las escaleras para ayudar a recoger a los hombres. Habían llegado a Oporto.

Retorno al pasado


Cuando escuchó la respuesta de la otra capitana, Elizabeth casi se quedó sin respiración. Casi. Estaba demasiado enfadada y desconcertada por lo que aquella mujer acababa de hacer que no tenía tiempo de pensar en lo que ella misma había dicho. Ignorando a la mujer se giró y buscó a su alrededor algo que pudiera estar fuera de su sitio. Un tremendo olor a humedad parecía inundarle los pulmones. Ni siquiera el dulce olor de la colonia de su padre le daba la bienvenida ya… Ian tenía razón cuando le decía que algún día debía haber abierto las ventanas del camarote, pero algo se lo impedía. Por eso había prohibido la entrada a la habitación.

El armario de madera negra situado a la derecha de la enorme cama del centro seguía cerrado a cal y canto, al igual que la ventana cubierta que había a su lado, en la pared. La lámpara de aceite no alcanzaba a iluminar la otra zona de la habitación, donde debía continuar una especie de mesa que Alroy solía utilizar para prepararse antes de salir de su camarote. Otra cosa no, pero cuando su padre acudía a fiestas, era demasiado presumido. Aún recordaba la última vez que la había obligado a ir a una fiesta… También le obligó a ponerse uno de esos vestidos que pesaban toneladas. Impedían moverse con fluidez y apenas podías respirar. Los odiaba. Nunca más había vuelto a ponerse uno, y de no ser por las insistentes súplicas de su padre aquella noche, Elizabeth habría ido a la maldita fiesta a Edimburgo con sus pantalones negros y su camisa blanca holgada.

Bloody se había olvidado completamente de que Dream estaba detrás de ella. Cuando pareció tranquilizarse un poco, se giró hacia ella y la atravesó con la mirada.

—¿Puedes irte?
—Antes de hacerlo, quiero decirte que yo ocuparé uno de estos dos camarotes. O bien donde me dejaron antes o este mismo. Cual elija será decisión tuya, Bloody. Pero yo me quedaré con uno de los dos –comentó ella devolviéndole la mirada.
—Dijiste que dormirías con tus hombres… —susurró Beth rechinando los dientes.
—He cambiado de parecer –respondió la morena antes de girarse y dejarla sola con sus pensamientos.

Elizabeth cruzó la habitación y cerró la puerta bruscamente, pudiendo notar como protestaba la madera. Se apoyó en ella y cerró los ojos respirando el aire viciado profundamente. En otros tiempos, meses atrás, aquella habitación había estado llena de vida, con un característico olor a sal… El aroma de su padre ocupaba la habitación cuando él estaba vivo y no ese… Esa humedad. Abriendo los ojos y rogando el perdón a Alroy, el cual estaría mirándola desde alguna parte, caminó hasta la pared de enfrente y quitó la manta de la ventana permitiendo que la luz del sol entrara a raudales en el camarote.

Beth tuvo que cerrar los ojos y abrirlos lentamente mientras se acostumbraban a la luz. Paseó la mirada por la habitación percatándose de que quizás había dejado que el tiempo acabara con todo aquello de su padre. Tanto el suelo, como los muebles estaban llenos de polvo, pero nada deteriorados. Sus pulmones ya pedían un cambio de aires, así que, respirando por última vez que algún día atrás su padre también había aspirado, se giró y abrió la ventana permitiendo que el vicio fuese sustituido por una brisa marina. Dulce y salada a la vez. Un cambio que tanto Elizabeth como alguien escondido entre las nubes oscuras de su corazón también agradeció.

Con manos trémulas, agarró con fuerza el pomo de las puertas del armario y las abrió suavemente. Toda la ropa de su padre estaba allí y en esos momentos sí, en esos mismos instantes el olor del perfume de Alroy pareció envolverla y llevarla al pasado. Sintiendo abrazos, arrumacos, riñas, risas… Sintiendo el amor de su padre. Cosa que la venció. Ya no pudo soportar ni un minuto más las lágrimas. Se giró, y por segunda vez desde que su padre los había abandonado, cayó sobre la cama rompiendo en llanto.

Lo echaba tanto de menos y lo necesitaba tanto a su lado… Mirara donde mirase, su padre siempre estaba allí. Instruyéndole en las artes de la lucha, enseñándole todo lo que él sabía sobre navíos y maneras de manejar uno, aconsejándole sobre la vida, sobre el amor… Alroy McGurry era más que su padre. Era su amigo. Y en una misma noche los había perdido a ambos. Todo lo que tenía en el mundo… Todo lo que amaba con todo su corazón había desaparecido para siempre dejándola sola rodeada de personas que querían verla fracasar. Y especialmente, una persona, con nombre de mujer. Una mujer que no había acudido al entierro de su padre a pesar de las invitaciones y súplicas de algunos hombres de su barco, porque en lo que se trataba de Elizabeth no había abierto la boca para invitar a su madre a ningún lado.

En su última ceremonia Alroy McGurry debía estar acompañado de aquellos que lo querían y respetaban. No de una mujer que no había aportado nada más que sufrimiento a su vida.

Elizabeth se secó las lágrimas que insistían en salir de sus mejillas cuando sintió unos leves golpes en la puerta. Abrió un ojo y giró la cabeza hacia la misma.

—¡Fuera! –gritó hundiendo de nuevo la cara en el colchón de seda negra de la cama de su padre.

No quería ver ni oír a nadie. Sin embargo, fue la voz de Ian al otro lado de la puerta lo que hizo que se levantara y le permitiera pasar. El irlandés cubrió el hueco de la puerta con su enorme cuerpo y paseó la mirada por el camarote. Beth notó como sus músculos se tensaban. Alroy había sido más que un capitán o compañero. Había sido un hermano que lo había acogido cuando nadie daba un duro por él y le dolía tanto como a su hija ver dónde había muerto… En segundos, la mano del hombre apretaba con fuerza la de la chica que agradeció el contacto en silencio.

—¿Qué…? ¿Qué querías? –susurró con la vista clavada en la mesita de noche donde había varias fotos de su padre y ella.
—Nada. Una cosa sin importancia –mintió—. Elizabeth me alegro de que hayas decidido abrir la habitación, cariño… Es muy valiente por tu parte entrar aquí después de lo que has visto hará menos de un año. Sabía que eras valiente…
—Déjalo Ian. Nunca se te han dado bien las palabras –lo interrumpió tocándole el hombro con la mano libre—. Saldré en unos minutos. ¿Puedes hacerte cargo de todo arriba?
—Claro.
—Ian –lo llamó antes de que desapareciera de la habitación—. He metido la pata con Dream… Tratad como se merecen a esos hombres, por favor –rogó, recordando las palabras que le había dedicado a la capitana cuando la había encontrado allí—. Tratadlos como verdaderos compañeros.
—Sí, mi capitana –respondió el irlandés haciendo que Bloody sonriera de medio lado.

Ian se fue y con él, se llevó la única paz que podía haber en aquél lugar. Había tantos secretos, tantos misterios, tanta… Maldad en aquella habitación que le dolía. Le quemaba el cuerpo estar allí, sin embargo no iba a permitir que alguien o algo del más allá la alejara de su padre. Se acercó a la mesa que utilizaban de tocador y sacándose su propia camisa por los hombros, limpió la madera y el enorme espejo que se alzaba sobre ella. Su reflejo la impactó. Tenía los ojos casi tan rojos como su cabello, que caía desmelenado sobre sus hombros. La blanca enagua tapaba todo aquello que muchos hombres habían deseado tocar… Aquello que había heredado de una madre a la que odiaba con todo su alma y a la que algún día le haría pagar todo el daño que había hecho a su familia –su padre y la tripulación de La Perla-.

En el espejo también se veía la ropa colocada de Alroy. Elizabeth no pudo contenerse y caminó hasta ella agarrando una camisa carmesí con fuerza, el color preferido de su padre. Hundió su rostro en ella y aspiró el olor del perfume dulce de su padre, que aún continuaba en ella. Y sin poderlo evitar, se la puso con suma delicadeza. La abotonó con dedos temblorosos y con cuidado acabó por doblar las mangas hasta los codos ya que le quedaba un poco grande, por no decir demasiado. De reojo, vio uno de los muchos sombreros que utilizaba su padre. Lo cogió del fondo del armario y lo colocó sobre su cabeza volteándose hacia el espejo para comprobar una cosa.

Lo que temía. Faltaba algo.

Volvió de nuevo al armario y rebuscó hasta la saciedad los pañuelos de su padre. Cuando encontró el que con esa camisa, casi corrió hasta el espejo, dejó el sombrero sobre la mesa y se colocó el pañuelo alrededor de su coronilla, permitiendo que su melena cayera por debajo del mismo hasta sus hombros… Y más abajo. Con un ágil movimiento se colocó el sombrero de nuevo en la cabeza y le dedicó una amplia sonrisa a su reflejo.

Ya lo tenía decidido.

Ese era su lugar. Siempre lo había sido. Con su padre.

Dream podía quedarse con su propio camarote. Y antes de salir para pedirle disculpas, abrió uno de los cajones de la mesa y allí donde se suponía que iba a estar un pequeño bote de perfume, lo aplicó en sus muñecas y detrás de las orejas. Lo dejó todo como estaba. Lo único que dejó abierto fue una de las contras de la ventana.

Tras unos minutos observando el cambio que iba sufriendo el camarote, se giró y salió de allí en busca de Dream. Tenía que pedirle disculpas y dejarle claro que podía ocupar su camarote. Cuando llegó a cubierta y sus hombres la vieron con el sombrero y la camisa de su padre, se quedaron petrificados en sus puestos y, el primero en aplaudir y felicitarla, sorprendentemente había sido Naghi. Seguido al instante de todos los demás. Elizabeth les agradeció el apoyo con una sonrisa sincera y miró hacia el timón donde estaba Ian y Dream. Tragó saliva antes de encarar las escaleras que la llevarían a pedirle disculpas a su… ¿Compañera? ¿Enemiga? Dejaría que eso lo eligiera ella. A Elizabeth le daba exactamente lo mismo. Ella era Bloody. No una niña que llorara por tener la amistad de otra persona, y menos, de alguien que metía las narices donde nadie la llamaba.

viernes, 8 de enero de 2010

Recuedos...y roces




Dream se quedó sola en el despacho, sentada en la silla con las piernas abiertas y los codos apoyados sobre las rodillas. Con las manos se sujetaba la cabeza y pensaba...

Y seguía pensando...

¿Cómo habían llegado a aquello? ¡Maldita sea! ¿Por qué no les daba un poco de buena suerte el destino? O por lo menos que les dejara en paz, lo único que les había ocurrido eran desgracias en los últimos años. Ella y sus hombres se merecían un poco de tranquilidad. La paz todavía no la deseaba.

Dream se levantó y se paseó por el despacho. Encima de la mesa había una gran cantidad de pergaminos. Con la curiosidad de una entendida en planos y mapas, Dream giró la cabeza y posó sus brillantes ojos en unos planos que estaban sujetos a la mesa, la cual rodeó suavemente y, tras ponerse al otro lado de ella, justo donde Bloody había estado minutos antes, se sentó en la butaca. Apoyó solamente parte del trasero, sin buscar ponerse cómoda, solamente buscando apoyo. Su mente estaba visualizando, sacando fallos, haciendo cálculos y aprobando lo que en esos grandes pergaminos podía verse. Se pasó una mano por la barbilla y cerró los ojos. Siempre le había sido eficaz ver los planos antes de curiosear por un barco. Ella tenía buena memoria y disfrutaba luego cuando se paseaba por sitios que había visualizado antes, sólo viendo los planos. Pasó uno de sus largos y callosos dedos por el papel áspero y amarillento por el paso del tiempo y frunció el ceño cuando se dio cuenta de que había una habitación justo a la derecha del despacho. Recordó haber visto la puerta cerrada y a nadie entrando por ella.

"Qué extraño" pensó Dream, contrariada. Creía haber oído que los hombres de Bloody dormían todos juntos, y que ninguno tenía un camarote especial. Curiosa, se levantó de la butaca y salió al pasillo. Dream posó una mano en el pomo de la puerta, pero antes de abrir, un escalofrío recorrió su espalda. Había algo, como un muro, que le daba respeto traspasar. Pero la capitana había dicho que ella y sus hombres eran libres para vagar por el barco, así que Dream no se lo pensó una segunda vez y giró el pomo.

La puerta chirrió, como si llamara, como si rogara que la volviesen a cerrar. Dream entró y encendió una de las lámparas de aceite de la habitación. Tosió cuando el ambiente viciado de la habitación la envolvió. Esa habitación había estado mucho tiempo cerrada, eso estaba claro. La puerta se cerró a sus espaldas y Dream dio un paso, y otro más, observando cada detalle con detenimiento. Se acercó a la pared que estaba frente a la puerta y arrancó lo que parecía un retrato de un hombre y su hija pequeña. La niña llevaba su melena rizada y rojiza sujeta con lazos y el padre sonreía orgulloso e incluso divertido por la cara de horror de su hija, que Dream supuso era por los endiablados lazos. Sonrió al recordar un episodio similar en su vida y los recuerdos la arrastraron mucho tiempo atrás.


<<-Mocosa- la llamó Hugh, como siempre hacía- Mañana, cuando lleguemos a Londres, te llevaré a comprarte un vestido y luego iremos los dos a una obra de teatro.
-Joder, Hugh- contestó Dream, con los brazos cruzados y el ceño fruncido- Yo no quiero uno de esos vestidos que te hacen un culo más grande del que tienes- Hugh soltó una gran carcajada, pero se puso serio al ver que esa niña maldita estaba decidida a no ponerse un vestido. Respiró hondo e intentó tener paciencia.
-Niña, hay miles de vestidos, seguro que habrá uno que te gustará.
-¡Hugh! ¿Cómo puedes pedirme que me ponga eso?- la voz sonaba dolida- ¡Luego habrá hombres que querrán levantarme las faldas y meterme su...!
-¡Dream! ¡Maldita sea! ¿Dónde has oído esa grosería?
-Los hombres a los que pillé hablando de eso me dijeron que a mí no me harían nada de eso si llevaba pantalones, así que ¡nunca me pondré faldas!
-Vamos, mocosa...No nos dejarán entrar en el espectáculo al que tanto ansías entrar si no te pones un vestido decente...
-¡Qué cojones dices, Hugh!- el vocabulario de la niña era amplio y variado en materia de insultos e improperios, pero al capitán le hacía tanta gracia su manera de hablar que no había podido corregirla- Olvidas que las he visto con estos ojos- se puso un dedito debajo de su ojo derecho- Llevaban las tetas fuera, casi podía verles los pezones.
-¡Dream!- rugió Hugh, y la niña agachó la cabeza y se quedó callada. Al ver su expresión afligida, Hugh suspiró y le acarició los cabellos cobrizos alborotados. La mocosa tenía su opinión al respecto y a él le tenía tan encandilado que no podía negarle nada...

Esa noche Hugh contrató a un titiritero para que les hiciese un espectáculo privado en el salón del barco. El corazón le botaba de alegría cada vez que Dream aplaudía, se reía y saltaba de la emoción. Esa mocosa sería su perdición, estaba seguro.>>


Dream sonrió mientras recordaba ese momento de su infancia, por así llamarla. Hugh había sido como un padre para ella. Y Dream le había querido con toda su alma. Suspiró y aguantó las ganas de llorar. Se recompuso y siguió observando la habitación. Además de la foto, la pared estaba repleta de planos, rutas, hojas de periódicos con titulares escandalosos... Dream se acercó a una hoja de periódico que estaba colgada en la pared. Lo que el padre de Bloody había rodeado con cera roja era una noticia pequeña del apartado de sucesos, pero Dream se sorprenedió acercándose y fijándose en una foto de una pareja, con cara desesperada. Estaba rodeados de gente y parecían gente rica, con poder. Sin saber por qué, a Dream le sonaban sus caras. Alargó la mano para acercarse más al papel y tocarlo cuando de repente se abrió con fuerza la puerta. Dream se dio la vuelta de un salto y se olvidó por completo de la fotografía. Bloody estaba frente a ella y la miraba con una expresión hosca. Dream alzó las cejas y la interrogó con la mirada.

-¿Qué haces aquí?- Bloody se acercó a la otra capitana y le arrebató el retrato de ella y su padre de las manos- No tenías ningún derecho, ¡ninguno!- Bloody enseguida fue a colocar la fotografía donde Dream la había cogido- Esta habitación es sagrada desde que mi...mi padre...murió- la voz le salía ahogada y llena de dolor.
-Yo no he hecho absolutamente nada- alegó Dream, por una vez callada, entrecerrando los ojos, sorprendida por el enfado y el dolor mostrado por la otra.
-¿Que no? ¡No deberías haber entrado, empezando por ahí!- el grito de la pelirroja sacó a Dream de sus casillas, que nunca había soportado que la gritasen. Dream se irguió y frunció el ceño, compitiendo con la otra.
-Pues entonces escoge bien tus jodidas palabras, ¡porque yo entendí que podía entrar y salir donde me diese la real gana!
-¿Estás insinuando que no sé hablar?
-Piensa lo que quieras. Pero si no querías que entrara aquí, haberlo avisado, ¡no te jode! Y encima me echas la bronca, ¡sin haber echo nada!
-Se hablar perfectamente, dar órdenes también. Hasta el día de hoy mi barco sigue a flote, ¿no?- las palabras surtieron efecto y Dream se quedó callada. Apretó la mandíbula y agachó durante dos segundos la cabeza, para recuperar la compostura. Luego empezó a asentir con la cabeza y volvió a mirar a Bloody.
-Sí, tu barco sigue a flote. No puede decirse lo mismo del mío.

Primer problema

Elizabeth prestó atención a todo lo que sucedía a su alrededor. Mirara donde mirara, veía hombres con sed de venganza. Una venganza que ella misma había intentado llevar a cabo. Una venganza que disfrutaría como miel en los labios: La muerte de Philip. Pero como siempre, cuando lo tenían cerca, alguien salía perdiendo y qué raro, nunca era él. Ahora, con un centenar de hombres más a bordo de La Perla algo tenían que hacer y con urgencia. No había habitaciones, ni camas, suficientes para tantos hombres. Puesto que no podrían dejarlos allí, en mitad de la nada, tendrían que hacerles hueco en el barco hasta que llegaran a puerto. Y para eso aún faltaban un par de días, quizás más. Es decir, bien tendrían que dormir en las bodegas.

La capitana pelirroja sintió tensarse a Naghi a su lado. También Ian parecía contrariado, pero al menos, el irlandés sabía camuflar sus sentimientos a los ojos de los demás. Algunos de sus hombres no parecían tener ese poder. Algunos protestaban enfadados por los nuevos ocupantes. Otros sonreían sin poder creerse aquello. Y otros mucho, como Naghi e Ian, no sabían qué o qué no hacer.

Elizabeth se giró hacia su segundo con la frente arrugada. Él la miró y se encogió de hombros. Genial. No iba a obtener ninguna ayuda por su parte.

—Creo que ahora sí deberíamos parar en Portugal –fue lo único que dijo.
—Mierda Ian, sabes que será peligroso… —gruñó la escocesa pasándose la mano por la espesa cabellera pelirroja. No quería perder La Perla y conocía demasiado bien la situación en la que se pondrían si llegaban a parar en ese maldito país. Sin embargo, a pesar de lo que su razón le decía, también estaba el hecho de que las reservas no eran infinitas. Había comida, aún para unos días, pero no para casi doscientos hombres que había en el barco.

Sintió como una mano la agarraba con fuerza del brazo, haciéndola girar lentamente. Naghi la miraba con cara de pocos amigos. Estupendo. Ahora tendría que lidiar con él también. Antes de que hablara alzó una mano.

—Cállate. No me cargues tus problemas de orgullo también a la espalda, que bastante peso llevo ya –le dijo, girándose hacia la multitud que la miraba ahora—. ¿No tenéis nada que hacer? ¡Hay un barco que hay que mover! –gritó a sus hombres. También a los de Dream—. ¡Y no va a hacerlo sólo! –exclamó viendo que ninguna persona se movía. Apretó la mandíbula mirando de reojo a Naghi—. Muévete –le susurró viendo como salía de su ensimismamiento y se ponía a dar órdenes a diestro y siniestro. Después, cuando sus hombres (hasta Ian) estaban en marcha, se dignó a mirar a Dream—. Cogemos rumbo a Portugal. Oporto, concretamente. Te agradecería que tus hombres ayudaran.

Dream alzó una ceja, evidentemente contrariada. Miró a Cortés que parecía tener una sola ceja. Después, se volvió hacia Bloody, nombre por el que se la conocía en los mares.

—Ayudad en todo lo que os pidan –rugió la capitana—. No olvidéis que nos han salvado la vida –dijo, apretando los dientes. Era lo que más le dolía. Le debía la vida a otra persona porque ella no había sido suficientemente precavida a la hora de controlar su barco—. En Portugal no os te causaremos más problemas.
—Tranquila –respondió Beth, intentando sonreír. Pero no podía—. ¡Ian! –lo llamó. El irlandés estaba al timón—. Hazte cargo –le gritó, antes de mirar a Dream—. Me gustaría hablar contigo unas cosas, sino te importa.
—Está bien.

Dream se despidió de sus hombres y pasó delante de Elizabeth al interior del barco.


Acabaron en una especie de despacho. En el centro de la habitación, había una gran mesa de madera negra muy poca adornada; apenas había un par de hojas de papel, una pluma y su tintero, una foto de un hombre que no conocía… Y unas llaves en la esquina derecha. Dream tomó asiento en una de las grandes sillas que había delante del escritorio, y Bloody pasó a su lado hasta detrás de la mesa, dejándose caer en el butacón. Señaló una especie de mini bar que había a su izquierda, a lo cual Dream negó con la cabeza. Quizás más tarde le apeteciera algo sustancial, pero no en esos momentos.

—Hemos empezado con mal pie. Lo que ha pasado hoy no ha sido plato de gusto para nadie y… bueno, sólo quería decirte que siento mucho lo que ha ocurrido. Hemos llegado an…
—Sí. Me conozco esa parte –la interrumpió Dream, frunciendo el ceño—. Vete al grano, por favor, tengo ganas de ponerme a trabajar. Quiero pagarme mi propio viaje.

Elizabeth se mordió la lengua para no contestarla a la mujer. La sacaba un poquito de quicio su falta de modales. Aunque tenía que reconocer que lo que había pasado habría cambiado la vida a muchos de ellos. Especialmente, a su capitana. La cual… según decían, tenía un gran apego por ese barco, ya que su… Amante se encontraba en él. Y aunque ella había conocido de vista a ese tal Hugh, ahora estaba muerto.

Se obligó a despejar la mente de los rumores y se centró en aquello que tenían entre manos.

—A ver. Como verás, la Perla es un gran navío. Tiene tres pisos, más las bodegas. Tiene muchas habitaciones, de las cuales la gran mayoría están ocupadas ya. Sin embargo, quedan un número pequeño de ellas libres. Alguno de tus hombres podrán dormir en ellas y la otra parte, no tendrán más remedio que dormir en la cubierta, en el salón o en las mismas bodegas –dijo, de carrerilla, parando a tomar aire antes de continuar—: Donde te han llevado antes es mi camarote, por lo que, sintiéndolo mucho ahí dormiré yo. Bien podemos trasladar una cama libre aquí para que tú duermas…
—Dormiré con mis hombres –la interrumpió alzando la barbilla orgullosa.
—En ese caso, tú te pelearás por las camas libres –gruñó—. Tanto tú como tus hombres son invitados en el barco, no hay lugar en el que no podáis estar. Usarlo como si fuera el vuestro hasta que decidáis iros.
—Lo haremos en Portugal.
—Es vuestra elección.

La verdad, que cuanto antes se fueran, mejor. No le agradaba esa mujer. Tampoco su segundo, Cortés. Eran unos salvajes sin ningún tipo de modal. Elizabeth se levantó de la silla y señaló la puerta.

—Tengo que irme a timonear el barco.
—¿Puedo quedarme aquí unos minutos?

Elizabeth frunció el ceño. No pudo evitarlo, sin embargo, asintió.

—El tiempo que quieras –dijo, antes de dirigirse hacia la puerta. Algo la hizo detenerse antes de abrirla. Miró a la que iba a ser su compañera por unos días—. Espero que no falte nada cuando regrese –se vio en la obligación de decir antes de abrir la puerta y desaparecer en la cubierta.



Horas más tarde, el rostro pálido de su amigo y segundo al mando, Ian apareció en la cubierta del barco echándose las manos a la cabeza. Buscaba a Elizabeth por todos lados. Llevaba más de diez minutos buscándola y… Bueno, lo cierto era que había olvidado que estaba timoneando el barco rumbo a su país encruzado. Subió las escaleras de tres en tres hasta quedar a su lado sin aliento. Frunció el ceño y respiró profundamente antes de hablar.

—Hay un problema abajo –dijo de pronto.

Elizabeth alzó una ceja y lo miró esperando una explicación más detallada.

—Es la capitana –gruñó.
—¿¡Qué coño pasa con ella, Ian!? Suéltalo de una puñetera vez –exclamó manteniendo rumbo. A veces, el irlandés conseguía sacarla de veras de sus casillas.

Pero Ian sabía que en el momento que dijera lo que había visto, la tempestad llegaría a la Perla Dorada como agua de mayo. Eso que estaba haciendo la otra capitana no iba a ser, ni por asomo, lo mejor que podría haber hecho en todo el maldito barco. Su capitana sufriría por aquello.

—¿Ian?
—Ella está en la habitación de Alroy.

Elizabeth soltó el timón y de un salto llegó a la cubierta. ¡Todo el mundo tenía prohibido entrar a esa habitación! Si se había encontrado la puerta cerrada, ¿por qué demonios había entrado allí? ¡Más le valía no haber tocado nada de ella! ¡Nade ni nadie entraba allí sin su permiso!

miércoles, 6 de enero de 2010

La cruda realidad






Las calles eran peligrosas para una chiquilla. Sin embargo, ella se desenvolvía bien. Su mirada decía bien a las claras que cualquiera que se metiera con ella no tendría una presa fácil y, en esos tiempos, nadie estaba por la labor de luchar mucho tiempo por abrirle las piernas a una jovencita flacucha y sucia o para intentar doblegar a una niña rebelde para que fregara los suelos de una cocina, cuando tenía más bien pinta de ensuciarlos aún más. Así que así fue cómo Dream pasaba algo así como desapercibida entre las calles de cualquier pueblo y ciudad. Y así había llegado a Lisboa, su primer puerto. La niña estaba entusiasmada con el mar, el olor a salitre y las vistas de los marineros, pescadores y demás partiendo hacia el gran azul en busca de algo que traer a casa. Pero, lo que más la fascinaba no eran esos hombres honrados. Durante los últimos días había estado espiando una goleta oscura, negra, con unas letras grabadas en su casco. Black Gold, se llamaba. Los hombres salían de allí riéndose y dándose codazos, parecían ansiosos por entrar en la posada de la señora Cruz, la cual le había dado de comer a Dream dos noches antes, muy amablemente. Pero no fueron esos hombres los que atrajeron la atención de la niña. Había uno que había quedado en el barco. Estaba apoyado en lo más alto, observando la ciudad desde su altura. Su mirada estaba perdida y su expresión parecía triste, lejana. A Dream le recordó a ella misma, a sus noches solitarias en las que tanto había llorado los primeros años de confusión, de no saber qué hacer, de no saber a dónde ir. Pero luego dejó de llorar. Y se puso a luchar. Entonces, como por obra del destino, el hombre bajó la mirada y la vio entre las sombras. Frunció el ceño y desapareció. La niña también frunció el ceño y se dio la vuelta despacio, sin saber qué hacer ni qué pensar en ese momento. No se dio cuenta de que iba caminando tan despacio hasta que una gran mano se le posó en el hombro y ella se dio la vuelta con los pequeños puños levantados. El hombre del barco alzó las cejas y sonrió. Y se carcajeó cuando Dream le pegó un puñetazo en el estómago, bastante fuerte para la complexión y edad de la niña, de unos ocho años. Le posó una mano en la cabeza de cabellos castaños y le dijo con voz ronca y grave:

-Mocosa, tú te vienes conmigo.

Hugh nunca había tenido hijos, pero desde luego, a sus cuarenta años, nunca se hubiera imaginado encontrar a una niña tan perfecta para él. Dream le retó desde el primer momento. Le contestaba, le enfurecía e incluso le contradecía. Era una mocosa temperamental y listilla y él se había encariñado en pocos días completamente. Pronto, Dream comenzó a colaborar con las labores de la goleta, a ayudar a los demás y a reconocer para sí misma, al menos al principio, que esa vida era la que ella quería.



Dream se despertó con un fuerte dolor de cabeza. No sabía qué había pasado pero lo de lo que se daba perfecta cuenta era que el lugar donde estaba no era su camarote. Ni siquiera uno cualquiera de su barco. Así que debía de haberse producido un error…Justo en ese momento un hombre mayor entró en la habitación y la empezó a examinar de arriba abajo.

-¿Se encuentra bien?
-¿Dónde estoy?- preguntó Dream, que odiaba no tener toda la información posible y más no saber dónde estaba ella, ni su barco, ni sus hombres.
-Te hice yo una pregunta primero…-dijo Ian, más serio. La actitud de la mujer no le gustaba y si tenía que dejar de ser educado, no tendría problema.
-Y yo una después- le contestó brusca.
-Muy bien, iré a llamar a mi capitana.
-¡Maldita sea! ¡No puede dejarme así, joder! – Dream se acercó a él echa una furia, pero el hombre, curtido de tantos años, le paró los pies.
-Bloody le explicará lo ocurrido.
-¿Bloody? ¿Estoy en su barco?
-Así es, y gracias a ella está usted viva. Usted y varios hombres suyos. Así que intente comportarse. Aunque quizás le sea un poco difícil- el último comentario fue hecho con desprecio. Dream vio la mueca en la cara del hombre y levantó la barbilla. Esperó dando vueltas por el camarote a la capitana y se acercó al ver sobre una mesa unos planos. Frunció el ceño y no pudo evitar sentirse interesada en ellos. Le encantaba dibujar, diseñar…todo aquello que le había inculcado Hugh. Un nudo se le formó en la garganta al acordarse de él. Hacía dos años que había muerto y, sin embargo, seguía añorándole, cada día.

Escuchó la puerta al abrirse y se dio la vuelta despacio, observando con la barbilla levantada a la capitana conocida como Bloody. Había escuchado hablar de ella varias veces, pero nunca la había visto en persona. Era joven, como ella pero, al contrario que Dream, era un poco más alta y tenía la cabellera rojiza y rizada, contrastando con la melena castaña y lisa de Dream. La capitana del barco entró en su camarote revisándolo todo, como si tuviera miedo de que estuviera destrozado o de que fuera a faltar algo.

-¿Está todo bien?- preguntó Dream irónica con los brazos cruzados.
-Parece que sí- contestó la otra.
-¿Qué hago aquí?- la pregunta había salido sola de sus labios, no aguantaba más la maldita incertidumbre de no saber lo que había pasado. El Black Gold la necesitaba y sus hombres seguramente también. No podía perder más tiempo.
-Verás, Dream. Soy Elisabeth, aunque me llaman Bloody…
-Sé quién eres, joder…- la desesperación iba en aumento. Cuando estaba frustrada, se volvía más brusca y hosca de lo normal y eso la desquiciaba aún más- Sólo dime qué hago aquí y dónde están mis hombres…- exigió apretando los dientes.
-Tranquilízate, Dream, es sólo que primero quiero que nos conozcamos y saber cómo estás…- el gritó de rabia de la otra capitana erizó la piel de Elisabeth, que cuando se quiso dar cuenta estaba siguiendo escaleras arriba a Dream. Esta había llegado a cubierta y buscaba desesperada a sus hombres.

Dream divisó espaldas y culos conocidos y suspiró aliviada. Todos miraban hacia fuera, hacia el mar. Sus gorros, sombreros, pañuelos…quitados. Dream frunció el ceño y se acercó a ellos. Como era más baja que la mayoría, les apartó de un manotazo y se apoyó contra la barandilla mientras enfocaba la vista hacia donde ellos miraban. El asta mayor de un barco se hundía poco a poco en el océano azul. Las olas, no muy grandes, lamían los pocos metros de madera que quedaban todavía a la vista, y la bandera con el escudo del Black Gold ondeaba todavía con fiereza, como si se resistiera a hundirse en el inmenso mar. Al cabo de un minuto, no quedaba nada. Era como si nunca hubiera existido. El grito ahogado salió solo de la garganta de la capitana, y sus hombres, que la querían, bien como una hermana, como una sobrina, como una madre, como una prima…contuvieron la respiración. Entendían el dolor de su capitana, sólo ellos sabían lo que habían luchado por ese barco y por ellos mismos. Dream sujetaba con fuerza la barandilla mientras Cortés, su segundo, la sujetaba por los hombros. De repente todo vino a la cabeza de Dream. La tormenta, Philip pillándoles desprevenidos y débiles, la emboscada, la lucha… Las rodillas le temblaban y el cuerpo casi no la sostenía cuando se dio cuenta de que no les quedaba nada. Ni siquiera la satisfacción de ver vivo el recuerdo de Hugh en ese barco.

-El Black Gold…- susurró mientras miraba el trozo de océano por donde había desaparecido la bandera.
-Es historia, Dream- le dijo Cortés, con voz que pretendía ser firme- Pero reconstruiremos otro. Le encontraremos. Y le mataremos- Esas últimas palabras todos sabían que iban dirigidas a Philip, el cabrón inglés que les había destruido las vidas a tantos…
-No será lo mismo. Nunca volverá a ser el Black Gold. Hugh…
-Hugh ya no está. Ahora eres tú la capitana- Cortés le dio la vuelta y la sacudió por los hombros.


-Hugh, yo nunca podría capitanear el Black Gold como tú- dijo una Dream con voz temblorosa. Esa noche había soñado que había tenido infancia, unos padres, una familia. Luego se había despertado y se había topado con la cruda realidad.
-Mocosa, el día que capitenees un barco, lo harás mucho mejor que yo. ¿Sabes por qué?- la niña negó con la cabeza. Llevaba cuatro meses con él, navegando, haciéndole feliz, dándole vida al Black Gold y a sus hombres- Porque yo te enseñaré y te contaré todos mis errores. Y, además, tú le pondrás todo tu corazón, cosa que yo ya no tengo.
-Vamos, Hugh, no digas gilipoyeces- le soltó Dream, como si fuera uno de sus marineros, con la diferencia de que le había llamado por su nombre. Hugh sonrió y le revolvió el pelo.
-Tienes razón, mocosa. Ahora ya tengo corazón y razón de ser.



Dream fijó su mirada en los ojos de Cortés y luego la pasó por el resto de sus hombres. Les debía un presente, una firme promesa, y un futuro. Infló el pecho, se deshizo de los brazos de Cortés y se puso en medio para que todos la vieran.

-La pérdida del Black Gold ha sido un duro golpe para todos. Hugh…-la voz se le quebró ligeramente-…él luchó por ese barco. Y nosotros lucharemos por él- se llevó una mano a la espada que colgaba de su cinturón- Por nosotros- se llevó la mano con la espada al corazón- Por nuestro futuro- y alzó la espada alto, para que la vieran bien. Los gritos de sus hombres, que también alzaban las espadas y los puños, la ayudaron a recomponerse, al menos por el momento- ¡Acabaremos con ese jodido hijo de puta! ¡Muerte a Philip!
-¡Muerte!-gritaron sus hombres, a coro.

Los hombres capitaneados por Bloody estaban tensos al ver el despliegue de espadas de los otros. No les conocían y no podían saber qué esperar de ellos. ¿Podrían confiar en ellos? Eso debía ser decidido por su capitana. ¿Dónde les dejarían, tras haberles salvado la vida? Y, lo más preocupante de todo, para todos, ¿qué harían tras haber perdido toda su vida y haberla dejado hundida en el fondo del mar, con nombre de barco?




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Espero que disfrutéis con nuestra historia tanto como nosotras escribiéndola. Pasados sombríos, desengaños, malentendidos, asesinatos, amor, desengaño, amistad, aventuras... Suena tan excitante!!

Un beso y abrazo fuerte.

Dream