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domingo, 28 de febrero de 2010

Beth y Ram

Aquí os dejo el link de uno de mis walls de Elizabeth y Ramsey.

¡Espero que os guste! Que lo mío me ha costado...




PD. Clikar en él para verlo entero y mejor.

¡Gracias de antemano!
Un beso, Elizabeth.

domingo, 21 de febrero de 2010

Al mando

Dream sonrió cuando escuchó la dura regañina que le estaba echando Beth a uno de sus hombres. El hombre en cuestión lo tenía merecido. Casi se le habían salido los ojos mientras contemplaba las piernas al descubierto de la capitana. Cuando la dicha los envió de vuelta al despacho, D recompuso una expresión seria y frunció el ceño.

-Bien, chicos. Como veis, la puerta ha quedado destrozada- los tres hombres asintieron ante el hecho evidente- Quiero que cojáis algo de madera de la que se está utilizando para las reparaciones del barco y construyáis otra antes de que caiga la noche. Quiero tener de nuevo una barrera que me separe de la pelirroja- sonrió con todos sus dientes- Creo que se nota que cuanto más espacio entre nosotras…mejor.

Dream dio una palmada y gritó un “¡A trabajar sea dicho!” y al momento los hombres dieron un respingo y echaron a correr en dirección al muelle, donde estaba la madera amontonada. La capitana se quedó mirando la habitación vacía y suspiró. Se dio la vuelta y se repantigó en el sillón de detrás del escritorio. La noche anterior había sido una especie de bálsamo para sus heridas. O algo así. Todavía se acordaba de su encuentro con el conde, y no dejaba de pensar en él. Pero puesto que Beth se había ido a saber dónde, D tenía que ocuparse del barco, y eso le mantendría la cabeza alejada de ricos nobles prepotentes. Se levantó de la gran silla y subió las escaleras para salir a cubierta. El aire de la mañana ya era cálido y D lo agradecía enormemente. Odiaba ese calor pegajoso y húmedo que hacía sudar hasta a un centollo. Saludó a unos cuantos hombres que trabajaban con unos tablones y echó una ojeada buscando a aquellos que había contratado. De repente sintió una mano gruesa en su hombro.

-¡Dreamy!- un hombre bonachón y corpulento la abrazó a pesar de su ceño y sus protestas, pero siempre había sido así. Hugh se la había presentado cuando no era más que una niña y Manuel la había tratado siempre como a una sobrina- ¿Qué tal está mi niña?- sus ojos se oscurecieron- Me han contado lo del Black Gold, pero veo que ya os habéis recompuesto… ¡Y de qué manera, muchacha! Te voy a dejar el barco como los chorros del….
-Manuel- la voz de Dream intentaba sonar firme y tranquila, pero hasta ella misma notó ese matiz cariñoso en la pronunciación del nombre de su amigo- No es mi barco…exactamente. Digamos que soy socia de la capitana.
-Sí, querida, como quieras llamarlo. ¡Oye!- le dio una palmada en la espalda, a la vez que gritaba. Era bastante bruto y gritón, pero Dream le tenía mucho cariño, por eso le visitaba cada vez que pasaba por las islas- En el último barco en el que he estado trabajando, he incorporado una sorpresita…con ayuda de mis amigos los herreros, obviamente…- sus ojos brillaban de la emoción- Te encantará.
-¿Si?
-¡Claro!- otra palmada- El conde nos dio la idea a Franco y a mí, y nos pareció realmente buena. Una bodega exterior camuflada y revestida de uno de esos metales que no se oxidan…- hizo un gesto con la mano- ya te lo contará Franco, yo de eso ni idea.
-¿Has dicho…el conde?- Dream se había quedado en esa parte, mientras entrecerraba los ojos, pensativa.
-Sí, el conde de Fuenclara. Tiene un barco capaz de rivalizar con, siento decírtelo, este mismo.
-De nada sirve tener cuando n se sabe manejar…- dijo Dream indiferente.
-Ohh…Pero sí que maneja- su expresión era la de alguien que cuenta algo sorprendente, D enarcó una ceja y quiso cambiar de tema. No iba a pensar en el maldito conde incluso trabajando.
-De acuerdo. Eh… ¿Me enseñas los planos de la bodeguita? Quizás podamos llegar a un acuerdo…


Una hora después, Dream caminaba por el barco, sonriente y satisfecha. Había acordado una suma menor de lo que se esperaba por las reparaciones, por lo que lo que sobraba del dinero que había cogido lo utilizaría para comprar más alimento. Tantos hombres en el barco con estómagos vacíos hacía que la comida durara menos que un trozo de pan en un puerto. Así que, justo antes de partir a las cálidas aguas del Caribe, tendrían una charla sobre el racionamiento de comida, el horario de trabajo y sobre los empaches nocturnos. Esos hombres necesitaban u poco de disciplina.

Cuando vio un barril apoyado cerca de la barandilla, D se acercó, pegó un salto y se sentó encima, quedando en una posición perfecta para observar el ajetreo de las calles del puerto. El lechero discutía con una mujer, que agitaba una botella vacía de leche en una mano mientras que la otra la mantenía apoyada en la cadera en posición amenazadora. Un par de hombres estaban apoyados en unas cajas de madera, fumando un puro y mirando el horizonte. Algunas mujeres de modesta posición gritaban como chiquillas y pegaban pequeños saltos de excitación, mirando en dirección a… Dream entrecerró más los ojos para ver mejor, y el ceño se frunció cuando divisó al objetivo de las risitas de aquellas muchachitas tontas. El conde de Fuenclara había hecho acto de presencia y hablaba ensimismado con un hombre de traje y bigote que tenía toda la pinta de ser un abogado. Adrian, como D le llamaba interiormente, llevaba unos pantalones marrones ajustados, con unas botas de caña alta y una camisa blanca. El conjunto lo combinaba con una elegante chaqueta que remarcaba sus anchos hombros, haciéndolo imponente a los ojos de los demás. Todo el mundo sabía que era alguien importante sólo por la forma en que hablaba y se reía, en sus gestos, en su forma de vestir… El conde echó un vistazo a su alrededor, contemplando los barcos amarrados a puerto y, en su recorrido visual por las cubiertas de cada uno, sus ojos encontraron los de ella. Él no se sorprendió de verla allí, sentada sobre un barril, observándole. Era como si ya hubiera notado su mirada sobre él, como si ya supiera que ella estaba allí, devorándole con la mirada e intentando odiarle con todas sus fuerzas.


-Muchacha- la voz de Ian la sacó de su ensimismamiento y perdió el contacto visual con Adrian. Dream se giró y miró con cara aturdida al veterano pirata, que frunció el ceño y echó un vistazo hacia el puerto, luego sacudió la cabeza- ¿Has visto a Beth?
-Se fue temprano…No me dijo a dónde se iba- contestó despreocupada, pero al ver la cara del marinero, su voz se suavizó- Vamos, Ian, seguro que vendrá esta noche, no puede pasar mucho tiempo alejada del barco…Y haréis las paces. Eres como un padre para ella- Ian hizo una mueca- Pues como un tío, me da igual, maldita sea- contestó ofuscada- Y esas cosas, el cariño, la preocupación de quienes te aman, no debe perderse.
-Por ti se han preocupado pocos, ¿no es verdad, muchacha?- no se había atrevido a preguntar “si la habían querido pocos”. La mirada de Dream se oscureció y saltó del barril donde estaba sentada.
-Los justos y necesarios, viejales- dijo, le dio una palmada en la espalda y se fue a supervisar unas obras en la cubierta superior.
Ian observó la partida de la joven con una arruga de más en su rostro. Parecía que ahora no debía preocuparse sólo de una muchacha obstinada y rebelde. El destino le había traído otra, más cerrada en banda aún, con más demonios, con más prejuicios contra todos… Ian sonrió. Siempre había disfrutado con los retos. Y desde luego que cuidar de dos jovencitas piratas y, que además, eran sus capitanas…era el mayor reto de toda su vida.


Adrian volvió la vista hacia su abogado, un tipo flacucho y de bigote que le miraba con una mezcla de temor y admiración. Frunció el ceño e intentó ocultar una sonrisa. Ahora mismo no le apetecía lo más mínimo tener que hablar de esos asuntos, pero necesitaba arreglarlos ya.
-¿Cuándo estará completamente listo?
-En tres días, señor.
-Es demasiado tiempo…- se había enterado de que en dos días La Perla zarparía rumbo al Caribe. Su barco era veloz, con las últimas modernidades instaladas para hacerlo más cómodo y eficaz, pero no quería perder el rastro…
-Su…Supongo, señor, que si presiona a los hombres podrán terminarlo en dos día y medio…
-Yo también lo creo. Por cierto, Peláez…
-¿Señoría?
-¿Has enviado mi petición al rey?
-Sí, señor. La respuesta tardará de aquí a unas semanas…
-Sabes que no me quedaré en Canarias. Así que te dejo al cargo. Si la respuesta no fuera de mi agrado, apela hasta que yo consiga lo que quiero. Utiliza cualquier medio. Confío en ti, Peláez.
-Por supuesto señor- el abogado agachó la cabeza y se fue a su despacho, orgulloso de que su jefe confiara de esa manera en él. Luego un escalofrío le recorrió la espalda, recordando la petición del conde a su majestad.
Adrian alzó la mirada hacia La Perla e intentó encontrar a Dream, pero no la vio por ninguna parte. Se dirigió hacia el puente de subida al navío, interceptó a un jovenzuelo y le deslizó unas monedas en las manos. Y un paquete que entregar.


-Montoya, maldita sea, haz el favor de centrarte y colocar el tablón derecho- protestaba Dream aguantando la risa. Siempre se había divertido con ese hombre en particular. Él había intentado tener algo con ella, pero Dream no había cedido. Y él tampoco. Pero la cosa ya era más un juego que otra cosa, y ambos lo sabían.
-Qué quieres, princesa…- le echó una mirada de arriba abajo- Hay ciertas cosas que distraen a un hombre como yo…- sus ojos brillaron con picardía.
-Ya…- aguantó la risa y le dio una patada suave en el trasero- Más te vale ponerte a trabajar, Montoya, si no quieres que te eche de aquí a patadas.
-Sí, mi princesa, mi sol, mi…- decía sabiendo que esos apelativos cariñosos no le hacían gracia a la capitana.
-¡Montoya!
-Vale, ya me callo- dijo servicial, se quitó el sudor de la frente y se concentró de lleno en el trabajo.
Dream se dio la vuelta y vio a Cortés apoyado en la baranda, silbando a unas jovencitas que caminaban por el muelle. Se puso a su lado y les echó una ojeada. Las mujeres reían tontamente y se abanicaban sin parar. Desde luego Cortés producía ese efecto en las mujeres. Y encima lo buscaba, y lo aprovechaba al máximo. El hombre se giró hacia ella y le sonrió fraternalmente.
-¿Qué hay, capitana?
-¿No trabajas? Porque a lo mejor una de tus capitanas te ha dado unas vacaciones y yo no me he enterado…
-Estaba descansando un ratito…contemplando las vistas- dijo, y seguidamente le guiñó un ojo a una camarera que salía a tirar la basura de su negocio. El bueno de Cortés no tenía preferencias entre una u otra mujer. Gordas, delgadas, más o menos agraciadas, con la voz de pito o grave, ricas o pobres…A él le gustaban absolutamente todas.
-No tienes remedio…- suspiró Dream, exasperada- Dentro de dos minutos te quiero ver ahí dándolo todo, ¿de acuerdo?
-Sí señora- respondió Cortés y Dream se alejó a paso lento por cubierta. Bajó las escaleras y un muchacho se le acercó y le tendió un paquete.
-Un paquete para usted, capitana Dream.
-¿De parte de quién?- preguntó ella, con una ceja arqueada y tomando el paquete con cuidado.
-Supongo que dentro del paquete estará la respuesta, señora. Hasta luego- dijo y se alejó corriendo.

Dream frunció el ceño y bajó a su camarote. Posó el paquete alargado encima de la cama y lo miró poniendo los brazos en jarras. Tras un momento de indecisión, se sentó en la cama y se dispuso a abrirlo con sumo cuidado. En el interior había una nota y una preciosa lila. Dream olió la hermosa y sencilla flor y cogió la nota.

Antes de tu partida, me gustaría verte
Te espero esta noche en la fiesta del pueblo.
Adrian

Dream volvió a leer la nota y frunció aún más el ceño. ¿Quién se creía que era? Después de todo lo que le había dicho…insultado… Por supuesto que no iría. Se levantó de la cama enfadada y volvió a mirar la flor. Aún así, el detalle había sido bonito, y le había cogido mucho dinero, con el cual estaban reparando el barco… Un suspiro de resignación se escapó de sus labios. Y un brinco de anhelo por la noche que se avecinaba dio vida a su corazón.

viernes, 12 de febrero de 2010

Deseo sangriento


Beth bailaba entre frufús rosas, enganchada a unas manos que no lo soltaban, la hacían moverse por un extraordinario salón, atestado de gente vestida con ropas extrañas… La música sonaba al fondo del salón. Vals era lo que más predominaba aquella noche y ella no dejaba de bailar, ni de reír tampoco entre los brazos de él. Con un movimiento ágil y rápido el hombre que la tenía entre sus brazos la giró hasta quedar mirándolo a los ojos. Ramsey le sonreía como nunca. Su amplia sonrisa blanca ocupaba gran parte de su rostro, iluminándolo. No creía haberlo visto así nunca y ella… Beth se sentía feliz, completa.

Nadie podría separarlos.

Entrelazó sus manos al cuello de él hundiendo levemente los dedos entre sus hebras rubias acariciándole las trencitas con sutileza, tiernamente. ¿Se estaba enamorando de Ramsey? O… ¿ya lo había hecho? Ahora, sonando de nuevamente otro vals, el gran escocés la hizo girar sobre sus pies y la fue moviendo de lado a lado en el salón hasta sacarla a uno de los corredores.

Una vez allí, él se quitó la máscara y la dejó caer al suelo. Segundos después, clavó la vista en sus labios y la besó. No le había quitado aquella barrera que le impedía verle el rostro, no lo necesitaba para saber que era ella. Sus ojos eran inconfundibles. Su pequeña escocesa no podría ocultarse de él ni recurriendo a la vejez, o cualquier tontería que pudiera ocurrírsele. En esos momentos junto a ella, en los carnavales de Cádiz, era el hombre más feliz de la faz de la tierra. Ella, Elizabeth, había conseguido sacarlo del abismo de su vida. Lo había hecho sonreír y reír como hacía tiempo que no hacía… Aquella muchachita lo hacía sentirse querido. Ambos estaban completamente locos el uno por el otro. No se separaban ni para bañarse. Y eso le encantaba. Él, el gran Ramsey Lawrence, embobado con una niña escocesa, rebelde como ella sola y encantadora como una preciosa ninfa del mismísimo Olimpo.

—Ramsey… Hazme el amor –rogó contra sus labios.

Y así lo hizo. Una y otra vez, durante toda la noche. Con cuidado al principio, salvajemente, tendidos en la cama, en el suelo, en la tina llena de agua, contra la pared… No había sitio que quedase libre de sus cuerpos ni gemidos. Esa misma noche, la escocesa le confesó lo que sentía. Sus palabras lo derrotaron mucho más que la espada de cualquier sucio contrincante.

—Te quiero, Ramsey Lawrence.



Elizabeth se revolvió entre las sábanas buscando el cuerpo de aquél hombre que estaba durmiendo con ella. Pero él no estaba allí. Abrió los ojos de repente y comprobó que efectivamente él no estaba allí. Ramsey la había abandonado. Rodó la mirada por su alrededor descubriendo la realidad; ésa misma la golpeó con dureza haciéndola caer de nuevo en el colchón. Había soñado con él, otra vez. ¡Una vez más! ¡Otra noche! Se mesó el pelo rodando sobre sí misma. Hundió la cara en el colchón y gritó con todas sus fuerzas.

—¡Te odio! ¡Te odio! ¡Te odio! –gritó dando puñetazos a las almohadas.
—Vaya, ¿qué te han hecho mientras dormías?

Una voz femenina la hizo girarse rápidamente hacia la puerta que comunicaba el despacho y su propia habitación. Dream la miraba con una sonrisa sorprendente. ¿Cómo podía hacerlo? Se habían pasado la noche bebiendo y jugando… ¿Qué hora era? No podían ser más de las diez de la mañana. Elizabeth alzó una ceja bajando la mirada hasta sus manos. Los planos del barco estaban allí. La vio hacer un gesto hacia la otra puerta, la del despacho.

—Pasad. Ésta es la puerta que quiero que arregléis –dijo la española.

Unos estruendos pasos llegaron a sus oídos demasiado tarde. Tres enormes hombres, de Dream, la miraban atónitos. Elizabeth gruñó y ni se inmutó. Se levantó lentamente y se acercó a la puerta. No llevaba más que una camisa blanca que le llegaba a los muslos, cubriéndoselos levemente. Empujó al primero de los hombres, estaba dispuesta a hacerlo con el segundo cuando una mano le agarró el brazo. Tenía ganas de romper caras y Dream se lo impedía. Se giró hacia ella con los ojos echando chispas.

—Suéltame. Después tendrás lo tuyo. ¡No puedes traer a quien te salga de los huevos a MI habitación! –exclamó soltándose—. ¡Fuera! ¡Dejarme que me vista, maldición! –gritó a los hombres señalando la puerta. Pero no se movieron ni un centímetro. Gruñó y volvió a ordenarles que se fueran. Ni caso. Se giró hacia su habitación y entró en ella, cruzándola. Iba directa hacia el tocador. Donde estaba su espada.
—¡Fuera! –exclamó D, riendo.

Al ver el claymore blandiéndose delante de sus caras, los hombres se giraron y casi corrieron hasta la puerta dejando a las dos capitanas solas. Dream reía. Beth dio gracias al cielo de que esos hombres hubiesen entrado en razón y hubiesen hecho caso a su capitana.

—Estás como una jodida cabra.
—Lo sé. ¿Vas a dejar que me vista? –gruñó la pelirroja girándose hacia el armario.
—Claro.

Dream caminó hasta la cama y se dejó caer en ella.

—¿No vas a irte? ¿Quieres verme el culo?
—No te ofendas, pero prefiero vérselo a cualquier de tus hombres que a ti, pero tengo especial interés en arreglar esa jodida puerta y mucho me temo que si me largo de aquí acabarás tirada de nuevo en la cama y roncando. Así que acaba de vestirte de una puñetera vez para poder empezar.
—Que te jodan –gruñó la escocesa sacando sus pantalones bombacho y poniéndoselos sin ningún miramiento. La camiseta granate que eligió no tardó en deslizarse por su cuerpo hasta empezar a abotonarla rápidamente. Necesitaba salir de allí, necesitaba buscar pelea y hacer sangrar a alguien. Buscar, buscar a algún fuerte desgraciado que le diese una buena alegría a primera hora de la mañana. Bueno, “primera hora”. Cuando estuvo totalmente vestida se giró hacia D con el ceño ligeramente fruncido—. ¿Has visto a Ian?
—No. Según Cortés salió a primera hora –respondió la española con el ceño también fruncido. Sabía que su compañera estaba pasando por un mal momento y…
—¡A la mierda con ese demonio de irlandés! ¡Me tiene hasta los cojones! –exclamó dando un golpe en el tocador.
—Eh, eh. Tranquila, bonita. ¿Qué lengua es esa? A ver si voy a tener que lavártela con jabón… —bufó la otra levantándose—. Ian sólo se preocupa por ti, imbécil y ¿encima tú no haces otra cosa que insultarle?
—No te metas donde nadie te ha llamado –gruñó a modo de respuesta.
—Este ahora es también mi barco y no quiero que entre mis hombres haya problemas –le devolvió el gruñido.
—No es…
—¿No es qué? –la tentó D con una ceja alzada y las manos en las caderas.

Beth se limitó a gruñir. Cogió con rabia el claymore y lo envainó en su cinturón antes de intentar cruzar la habitación. Cuando llegó a la altura de Dream, esta le agarró del hombro impidiéndole irse. Otro gruñido salió de su garganta fulminándola con la mirada. Si apreciaba algo su vida la dejaría irse… Por las buenas o por las malas saldría de allí en esos mismos instantes. Dio un fuerte tirón para soltarse. Sin saber cómo ni por qué, logró salir de la habitación escuchando las carcajadas de Dream.

Iba a matarla. Quería hacerlo. Degollarla, descuartizarla y lanzarla al mar como carnaza de tiburones. Maldición, ¿por qué tenía que ser tan condenadamente como ella? No tardó en encontrarse a los hombres que habían estado minutos antes en su camarote. Agarró de la pechera al que parecía ser el cabecilla de los cuatro y, aunque le costó un poco de esfuerzo, consiguió acorralarlo contra la pared. Lo atravesó con la mirada y gruñó.

—Yo soy tan capitana como ella, recuérdalo para la próxima vez que te cueles en mi puñetera habitación. La próxima vez que te rías de mí en mi jodida cara, me mires demasiado tiempo y/o babees por mi par de tetas, te corto el cogote en menos que canta un gallo, ¿queda claro?
—Pero yo…
—¡Pero tú nada! –exclamó acallándolo—. Cumples sus órdenes y las mías. Si te digo que te largues, te largas sin rechistar. Si te digo que no me mires, no lo haces y punto. Si te mando tirarte por la borda en pelotas, lo haces. ¿Entendido? Y no estoy hablando sólo para él, sino para vosotros dos también –gruñó girándose hacia los otros que la miraban sorprendidos y algo acojonados—. ¿¡Os ha quedado claro!? –gritó empezando a exasperarse por el silencio de los hombros.

Todos asintieron a la vez. Satisfecha, obligándose a sonreír, alisó la camisa del hombre que tenía agarrado y le dio unas palmitas cariñosas en la mejilla antes de soltarlo.

—Venga hombre, que Dream estará tirándose de los pelos porque no aparecéis.
—Sí, capitana –respondieron los tres a la vez comenzando a caminar hacia su camarote donde la otra perra los esperaba.

Con un gruñido, se giró y salió a cubierta. Inconscientemente, buscó a su segundo con la mirada por todo el barco. Recordando lo que D le había dicho, bufó. Aquél hombre le daba tremendos dolores de cabeza y, segura de que lo ocurrido la noche pasada iba a pasar factura entre ellos suspiró alejándose de todos los hombres que la miraban de reojo como si supieran algo de lo que había pasado. Les hizo un gesto con la cabeza antes de saltar al puerto para que volvieran a sus tareas. La mayoría de ellos limpiaba, otros muchos estaban tirados por las esquinas con una tremenda resaca por la noche anterior.

Salir de berbena hasta casi la madrugada era lo que tenía… Aunque dudaba mucho que algunos hubiesen dormido tan si quiera. Sin embargo, poco le importaba. Esa mañana estaba arisca como una tigresa y lo único que quería era bronca, así que si alguno de sus hombres protestaba lo más mínimo, Dios, se las vería con su jodida espada.

Caminando por las estrechas calles de Canarias, Elizabeth buscaba por todos los rincones algún hombre que gustase pelear con ella. Los fulminaba a todos con la mirada e incluso, cuando pasaba por su lado les gruñía, maldecía y/o insultaba. Pero ni con aquellas. Sólo le faltaba sacar el claymore y amenazarlos con él. ¡Aquellos españoles eran unos inútiles!

—¿Acaso estás buscándome a mí, entonces? –Una voz masculina y ronca le llegó a los oídos desde sus espaldas. La vio girarse lentamente hacia él, con el ceño fruncido a dolor. ¿Cómo podía estar tan hermosa aún enfadada? Dios, su melena roja resplandecía con el alto sol, intentando cegarlo. Con una amplia y diabólica sonrisa dio un paso hacia ella—. Digo, como los españoles son unos inútiles… Gracias a Dios que ninguno de ellos te ha escuchado, sino tendría que salvarte el cuelo... Otra vez.

¡No podía ser que hubiese dicho aquello en voz alta! Oh, Dios, bocazas. ¡Eres una bocazas! Su interior le gritaba sin cesar, culpándola. Sin embargo, su cuerpo no añoraba pedir disculpas; sino atacarle. Dejarle claro que no necesitaba que nadie la defendiera y mucho menos él.

—No soy la que era y si quieres que te lo demuestre saca tu puñetero cuchillo a ese que llamas espada y empecemos –gruñó apretando con fuerza la empuñadura de su claymore. Cuando clavó sus ojos en los de él y vio el brillo divertido en ellos, supo que, sin duda alguna, había encontrado la diversión que tanto había buscado esa mañana. Nada más y nada menos, que a manos del único hombre que quizás, deseaba ver muerto.

viernes, 5 de febrero de 2010

Cosas que confesar.

Dream notaba el mecerse del barco, el sonido de las olas, el olor a mar, la música procedente de la plaza del pueblo...Lo notaba todo, pero no sentía nada. No sabía por qué se encontraba tan mal, tan...vacía. Se limpió enfadada una lágrima que resbalaba por su mejilla y tragó saliva. Se sentó en la cama con las piernas cruzadas y rememoró la noche. Había sido totalmente...increíble. Pero no se volvería a repetir. "Al menos con él" pensó Dream. El muy cabrón la había tratado como a una puta...al menos al final de la noche. No volvería más a aquella mansión, por mucho que le gustara la comida que allí robaba y la hermosa construcción. Por mucho que le gustara contemplarle a él. Porque ahora le odiaba, eso era. Dream asintió con la cabeza y frunció el ceño cuando escuchó gritos al otro lado del pasillo. Era Bloody...y una voz grave, de hombre. Agudizó el oído y comprobó que se conocían, así que supuso que no corría peligro la seguridad de la pelirroja. Cuando después de un rato de forcejeos y riñas se hizo el silencio, Dream carraspeó y salió sigilosa de su camarote. Sabía lo que estaba ocurriendo ahí dentro y, aunque se alegraba por Beth si lo disfrutaba, se sentía incómoda tan cerca de ellos dos.

Subió por las escaleras a cubierta, encontrándose con el más fresco aire de la noche. Dream respiró hondo y sonrió por primera vez en las últimas horas. Ella era dura, fuerte, luchadora...no dejaría que la venciera el recuerdo de un maldito conde. Mientras contemplaba a alguna que otra pareja que se había escapado de la fiesta, Dream oyó unas fuertes pisadas y un gruñido de rabia. Se dio la vuelta y vio que era Ian, que en ese momento se dirigía escaleras abajo hacia...

-¡Mierda!- susurró Dream. Tenía que haberle detenido, pero ya era demasiado tarde. A los pocos segundos se escucharon los golpes en la puerta del camarote de Bloody, y un rato después un hombre grande...realmente grande, salía con cara de enfado y bufando. Dream se ocultó en las sombras del barco, no quería que la viera. Eso podía suponer una ventaja algún día. Entrecerró los ojos mientras le seguía con la mirada, pero los gritos de Ian la distrajeron y el hombre se perdió en la noche.

Tras un buen cacho de sermón, Ian salió de la habitación de Beth y la dejó sola. Dream estaba apoyada en la baranda y sonrió de lado cuando el irlandés salió y la miró hosco.

-¿Y a ti qué te pasa, moza desgarbada?
-Muchas gracias por el cumplido, era uno que nunca me habían llamado, viejales.
-¡Ah! Hoy no tengo humor para tus tonterías.
-No, ya veo que has dejado fuera de juego a tu capitana...O al menos a una de ellas.
-Ten cuidado, española...
-Mmmm, me encantan las amenazas. ¿Vas a pegarme, papi?- le preguntó Dream con ironía. Sabía que le estaba sacando de quicio, pero no le había gustado la bronca que le había echado a Bloody, y sólo Dios sabía por qué Dream intentaba fastidiarle a él para defenderla.
-Ya sé que no soy su padre...- él había captado la indirecta, se pasó una mano por el pelo, cansado- Pero como si lo fuera- la miró con ojos brillantes- Me preocupo por ella- explicó.
-Lo sé, Ian, lo sé- y, sin decir nada más, Dream se despidió con un gesto de él y bajó a la planta de la cocina. Se agachó ante un armario e hizo una mueca de dolor, pero no soltó ni un gruñido de protesta. Empezó a rebuscar entre las cosas que allí había...hasta que por fin encontró lo que buscaba. Con una sonrisa de oreja a oreja, salió de la cocina para dirigirse a la habitación de la otra capitana.



Dream golpeó con fuerza la puerta de la habitación de Bloody, pero no hubo respuesta. Frunciendo el ceño, entró al despacho, posó la botella de ron encima de la gran mesa y miró la puerta que comunicaba con la habitación de Beth, rota. Hizo una mueca de dolor, pues eso les costaría un poquito más de dinero, y no es que andaran sobrados... Se puso en el vano de la puerta y vio a la pelirroja tirada en la cama, enfurruñada.

-¡Eh, tú!- la mujer levantó como un rayo la cabeza ante ese tono de voz, Dream reprimió una sonrisa- Levanta ese culo que tienes y ven aquí un momento- dijo, y desapareció de la visión de Beth, para sentarse en la silla de detrás del escritorio, esperando.

Al cabo de unos segundos escuchó el ruido amortiguado de las pisadas de la capitana, que apareció por la puerta rota y entró como una exhalación. Estaba colorada de la furia.

-¡¿Quién te crees que eres, maldita española vagabunda....?!- las aletas de su nariz vibraban y en su cuello se adivinaba una enorme vena latiendo. Dream entendía por qué la llamaban Bloody. En ese momento no se imaginaba a nadie con más ganas de sangre que ella.
-¿Quieres una copa?- preguntó Dream, calmada.
-¿Una copa? ¿Eres imbécil? Lo que quiero es pegarte dos host...¿De qué coño te ríes?
-¡Eres predecible, mestiza! Sabía que sólo saldrías de tu madriguera si se te provocaba lo suficiente...¿y quién mejor que yo?
-¡Maldita entrometida...! Me vuelvo ahora mismo a mi habit...
-Toma esta copa, anda- Dream le pasó un buen vaso de ron sin escuchar sus amenazas de irse.
-...ación...Ah, pues muchas gracias- dijo, y se lo bebió de un trago.
-Cuidado...que luego nos queda la resaca para lamentarnos...- ambas se miraron con una risa en los ojos, recordando la noche que se habían unido sin quererlo.


La expresión de Beth se aflojó y casi sonrió. Dream se levantó de la silla y le hizo un gesto con la cabeza para que se sentara la pelirroja. Esta se sentó y enarcó una ceja cuando Dream apoyó su trasero en el suelo, con la botella en la mano.

-¡Qué coño!- exclamó Bloody, se deslizó de la silla y se sentó en el suelo con su compañera, apoyando la espalda contra la pared.
-Venga...te cedo el turno- dijo Dream mientras jugueteaba con una baraja española de cartas.
-¿Para?
-Cuéntame.
-Yo no...No hay nada que contar.
-Venga, os oí, ¿sabes?- le echó una mirada fugaz para poder ver su sorpresa y vergüenza y luego sonrió de lado mientras repartía las cartas.
-No ha pasado nada...
-Sí, creo que de eso se ha encargado Ian.
-Exacto.
-¿Por qué?- preguntó Dream escueta, pero Elisabeth la entendió.
-Me ha hecho daño y...eso es hacérselo a Ian también- Beth cogió las cartas y las miró sin verlas. Su historia con Ramsey era de hacía tiempo, y había habido grandes altibajos. Frunció el ceño y sacudió la cabeza- Siempre acabo cayendo...Es un maldito cabrón.
-Es muy apuesto.
-¿Le has visto?- preguntó alerta Bloody.
-Sí, pero yo no he dejado que me vea...Tranquila, no voy a intentar quitártelo.
-No he dicho nada.
-Lo veo en tu mirada. Posesión. Dirás que no te importa, pero sería mentira.
-Bueno...- cambió de tema y sonrió con picardía a Dream- ¿Y tú? ¿Tienes amante?
-No- contestó brusca Dream.
-Bien, pero los habrás tenido...- Beth se acomodó y la increpó más, dándole con un hombro- Venga...¿cuántos?
-Pocos...
-Seguro que más que yo- dijo Beth, y se rió.
-No lo creo.
-Vaya.
-Te aseguro que no y eso que no sé cuántos amantes has tenido.
-¿Y eso...?
-Soy...Era...virgen.
-¿¡Qué!?- preguntó la medio escocesa asombrada.
-Sí, ¡joder! Nunca me he sentido atraída como para...para...
-Follar.
-Eso.
-¿Quién me iba a decir a mí que eras..tímida?
-No lo soy.
-Y dijiste que nunca te has sentido atraída? Entonces con quién...?
-Lo he dicho mal. Nunca me había sentido atraída. Hasta esta noche- Dream vio la cara de Bloody y sonrió- No, no fue tu gigante.
-Entonces, ¿has...perdido tu virginidad esta noche?- su pregunta sonaba tan...asombrada, que Dream no contestó. No le gustaba hablar de esos temas, pero parecía ser que esa noche ambas tendrían que exponer un poco su corazón. Dream le contó un resumen de su noche, y luego desafió con la mirada a su compañera.
-Guau. Nunca me lo hubiera imaginado...¿Y qué tal? TEndría que estar muy bien el hombre en cuestión...
-Es conde. Y le he robado.
-¡Qué!
-Deja de decir esa maldita palabra, maldición...
-Perdona, pero es que dos golpes así en una misma frase... ¿Conde? ¿Robo?
-Sí, conde...¡y me llamó puta!
-¿cómo?
-Me levanté, recogí y él me preguntó a dónde iba. No me acuerdo lo que le contesté, me enfadé al verle a él tan prepotente. Y entonces me dijo que cogiera el cofre como pago por la noche.
-Menudo cabrón...No se lo cogiste, ¿no?
-Claro que sí, lo necesitamos...
-¡No! Devuélveselo, por el amor de Dios. Es un conde! Y te llamó puta!
-Me da igual, no le volveré a ver...y a él le sobra el dinero. Le sale por las orejas...
-Dream...
-¡No me digas lo que debo hacer! La decisión está tomada, mañana comenzarán las reparaciones. Día y noche. En tres días zarparemos.
-¿Mi opinión no cuenta?
-Dijiste que en estas cuestiones de las remodelaciones podía tomar mis propias decisiones. Cuando pongamos rumbo, consultaré contigo hasta para mear.
-Muchas gracias por ese honor- dijo Bloody intentando permanecer seria. Pero el carácter de su amiga, tan parecido y al mismo tiempo tan diferente al suyo, le parecía a veces muy gracioso.
-De nada- contestó la otra con una mirada de reojo- ¿Jugamos? Porque llevas mareando las cartas desde que te las di.
-No antes de que me des otra copa- cedió Beth, sonriente.

jueves, 4 de febrero de 2010

No existe un "darse por vencidos".

<< Ramsey rió cuando vio como la escocesa y el irlandés, corrían a la seguridad que la Perla Dorada les iba a proporcionar. Él conocía demasiado bien los pasadizos y lugares por los que podía acceder al gran barco sin ser visto. Y eso haría. Se colaría en el barco, en el camarote de la mujer que le había roto el vaso en la cabeza y obligaría a su orgulloso corazón a pedirle perdón. Vaya si lo haría… >>


Ramsey llegó a la Perla Dorada preparado para ser un poco amable con la chica. Después de todo, ella había huido de él antes, obviamente intimidada por su abrumadora masculinidad y su épica sexualidad. Las mujeres a menudo tenían esa reacción hacia él, especialmente cuando sonreía de esa manera tan sensual y pícara. También estaba preparado, sin embargo, para que sus inhibiciones cayesen rápidamente, como sucedía con todas las mujeres que veían su maravillosa apariencia de cerca.
Luego, muchas de ellas simplemente se lanzaban hacia él en un asalto frontal lleno de frenesí sexual. Él había estado entreteniéndose únicamente pensando en esa posibilidad, su cuerpo entero apretado con la lujuria, mientras caminaba por toda la ciudad de Canarias.
Pero nada de su enorme repertorio de experiencias lo había preparado para Elizabeth McGregor. La pequeña bruja sanguinaria no reaccionó como ninguna mujer que hubiera encontrado antes, ni ella misma hacía dos años. Le lanzó una mirada horrorizada, echó hacia atrás el brazo, se armó de valor, y le aplastó en la cara su pequeño y fino puño.
Entonces, corrió por el pasillo y se encerró en un camarote.
¿El de ella no era el de al lado? Maldición, era normal que la muchacha cambiara de camarote… Su padre había muerto. Ram caminó hasta el umbral de la puerta que ella había cerrado. El barco estaba completamente en silencio, y agradeció la gran fiesta que tenía lugar en la Plaza de España de la isla. Todos los hombres y mujeres habían acudido dejándole el barco entero para él y ella solo.
Sus ojos se estrecharon, enseñando los dientes con un gruñido cuando saboreó su propia sangre. ¡Le había roto el labio!
¿De dónde diablos había venido eso? Nunca había sido golpeado por una mujer. Ninguna había levantado su mano alguna vez contra él. Las mujeres lo adoraban. Nunca conseguían bastante de él. El hecho era que ellas lo adoraban. ¿Cuál era, maldito Cristo, su problema? Maldita escocesa. Uno nunca podía predecir el temperamento de esos gaélicos fogosos y caprichosos. Obstinados como piedras, avanzarían a través de los siglos sin evolucionar, tan impetuosos y barbáricos como habían sido en la Edad de Hierro. Él arqueó una ceja, tratando de comprender su reacción. Se echó un vistazo a sí mismo. Todavía tenía su habitual e irresistible atractivo: sexy, de ojos azules, un musculoso guerrero highlander que volvía locas a las mujeres.
Lo cierto es que recordaba a una mujer fogosa, apasionada y que le gustaba llevar las riendas cómo y dónde ella quería, pero ¿tanto la había cambiado la vida? Muy bien, él sería el dominante en esos momentos. La sometería y cogería lo que había ido a buscar. Lo haría sin miramientos. La dejaría exhausta y se iría para permitirle pensar en él, en su cuerpo y en su polla dura como la roca, que ya palpitaba bajo su kilt.


Elizabeth estaba en su camarote, su mano apretada sobre el pomo de la puerta, cuando de pronto, la puerta lateral se abrió con un estallido, había trozos de cerrojo y madera rotos por todas partes. El metal y la madera gritaron su protesta como si doscientos escoceses hubiesen pasado a través de ellas. Y así fue.
Ramsey la había encontrado.
Sabiendo que tenía sólo unos pocos y preciosos segundos para huir de allí, ella giró la manilla y abrió bruscamente la puerta, sólo para sentir el ruido sordo de sus palmas a ambos lados de su cabeza, acorralándola contra la madera. No había sido suficientemente rápida y él, había sido demasiado avispado utilizando el despacho de su padre para colarse en su habitación. Se maldijo a si misma por no haber caído en ese pequeño detalle.
Ramsey se había movido extrañamente rápido y ahora estaba atrapada: una dura puerta por delante, ese hombre aún más duro por detrás. Durante unos frenéticos momentos ella luchó y se retorció, tratando de escapar, pero Ramsey se movió con ella, pareciendo anticiparla en cada movimiento, poniendo sus manos a ambos lados de ella, enjaulándola contra su poderoso cuerpo. Incapaz de escaparse, ella se revolvió aún como un animal acorralado. Docenas de cosas por decir se agolpaban en su mente, todas ellas comenzando con un pequeño y patético “por favor”. Pero estaría condenada si le implorase. Probablemente disfrutaría con ello. Y antes muerta que pedirle perdón a ese mal nacido, antes se cortaría la lengua.
Raspando su mandíbula contra el pelo de ella, un bajo gruñido salió de su garganta, y no había error al considerar ese hambriento y sensual sonido. Oh, Dios pensó salvajemente, justo como había hecho dos años atrás. Ramsey cogió sus manos, y aunque ella luchó salvajemente, no era ningún impedimento para su inmensa fuerza. Estirando sus brazos por encima de su cabeza, el hombre puso sus palmas contra la puerta y moldeó todo ese cuerpo durísimo contra el suyo.

—¿Esto es lo que quieres entonces, perra escocesa? –gruñó.
—Ramsey…

La dura masculinidad aguijoneándola desde atrás, la picante esencia masculina de él, el bochornoso calor que su miembro emitía, la seductora, profunda y extrañamente acentuada voz. Ella entera temblaba, las rodillas se le derretían como la mantequilla... Oh Dios, estaba volviéndola loca por momentos. Cada vez más.
En un breve momento, ella no sabía si Ramsey se lo había permitido o si ella misma lo había conseguido, pero pudo escapar de su agarre por unos segundos. Estaba ya cerca de la puerta que comunicaba el despacho con su habitación, cuando él la agarró por la cintura y la dejó empujó contra el escritorio. Con un rápido movimiento, las cosas se fueron al suelo.

—Si grito…

Ramsey se llenó las manos con las hermosos pechos de Elizabeth y la inclinó hacia delante, sobre la fría madera tallada. Ella dio un respingo y apoyó las palmas en la superficie reluciente. Necesitaba estar dentro de ella. Nada que quedara por debajo de esa prueba incontrovertible de que ella lo había escogido para que fuese su hombre hacía ya varios años, no podía permitirle que ahora le negara lo que a él le pertenecía. Soltó de mala gana aquellos pechos que se mecían de manera tan perfecta, tan femeninamente con cada empujón, y bajó las manos hasta los pantalones negros de Beth.

—Dime que no quieres que te tome, perra escocesa. Aquí, sobre el escritorio –gruñó él y ella se estremeció.

Arqueó su delicada espalda y giró la cabeza para mirarlo por encima del hombro. Ramsey la miró a los ojos y vio en ellos la misma pasión sin límites que sabía que tenía que haber en los suyos, como años atrás… Como siempre la habría entre ellos dos. Pura pasión, puro fuego. Eso eran ellos dos.

—Ramsey, suéltame.
—Estás mojada para mí, ¿verdad escocesa? –Ram sabía que lo estaba. Podía oler su deseo femenino, pero ella no iba a decírselo. Maldita orgullosa, se dijo a sí mismo cogiéndola por la cintura y clavándola a su entrepierna para que lo sintiera. Para que supiera qué efecto tenía en él—. ¿No vas a aceptarlo? Dime qué quieres –ronroneó él, se inclinó sobre ella y abrasó el borde de su oreja, enviando temblores a lo largo de su columna vertebral—. ¿Quieres que te lleve a las mazmorras y te azote? ¿Quizás que te folle contra una pared mientras te golpeo? –Un lento, duro y sensual empuje contra su centro de feminidad puntualizó la última pregunta—. ¿O sólo deseas que te folle duramente?

Elizabeth abrió y cerró su boca varias veces, pero ningún sonido salió. Entonces, como por arte de magia ella buscó las fuerzas de donde pudo y abrió la boca para contestar.

—¡Oh, nada de eso! –exclamó—. Quítate… ¡Quita esa cosa de mi trasero!
–No quieres decir eso.

Fue su profunda respuesta, seguro de sí mismo. Acompañado por otro movimiento pecadoramente erótico de sus caderas. No podía ser más arrogante, pero nada había cambiado en él.

–Claro que lo quiero. Lo digo en serio. ¡Apártalo de mí! –Antes de que hiciera algo realmente, pero verdaderamente estúpido, como presionarse contra su miembro la próxima vez que la rozase. Antes de que se viera traicionada por su mismo cuerpo—. Te juro que cuando me sueltes te voy a matar. Ramsey, por todos los diablos, ¡apártate de mí, joder! –gritó empezando a revolverse de nuevo.

Y para su sorpresa, Ram la soltó. Pero lo hizo para acorralarla contra la mesa con su cuerpo, pero esta vez de frente. De cara. Ella centró su mirada allí hasta donde llegaba: su esternón. Maldita la cosa por ser tan grande y hacerla sentirse tan diminuta e indefensa. Cinco de cada cuatro veces, estaba acostumbrada a tener la necesidad de levantar la vista hacia la gente, pero en esos momentos era al menos no podía hacer nada salvo morderse el labio. Ramsey puso un dedo bajo su barbilla.

–Mírame.

Otra vez, esa oscura y extrañamente acentuada voz la acarició. Debería haber una ley contra los hombres tuviesen tales voces, pensó malhumoradamente. Mantuvo la cabeza gacha, ya que si la levantaba temía que él lo usara a su favor y acabara por devorarla y entonces, si que no podría resistirse. De ninguna manera alzaría la vista hacía él.

–Dije, –dijo con un indicio de impaciencia afilando su tono– mírame, Elizabeth McGregor –Oh, Dios, su simple olor lo estaba volviendo loco—. ¿Qué pasa, Elizabeth? Pensaba que los escoceses eran mucho más resistentes que esto. ¿Dónde está la mujer que me rompió el labio?

Ella no contestó. Él colocó un dedo bajo su barbilla y le alzó la cara hasta que quedó mirándola. No tenía escapatoria. En sus ojos azules pudo ver pasión, necesidad, pero también orgullo y dignidad. Esa noche no cogería nada de ella. La conocía demasiado. Sonrió picaronamente y apretó su barbilla.

—Limpia la sangre que has derramado, Bloody –su tono de voz estaba cargado de deseo.

Había escuchado por ahí su gran fama. Él, desde luego, estaba preparado para que algún día su escocesa saliera del cascarón y matara a todo aquel que se le ponía por delante, pero no tan rápido… Elizabeth había empezado a crear una fama que pocos se atrevían a comprobar, pero él sí.

—No pienso hacerlo, Ramsey –respondió en su mismo tono de voz.
—Hazlo, escocesa.
—No.
—¿Quieres ver como sí lo haces? –Se acercó peligrosamente a ella deseando clavar su boca en la suya, pero retrocedió demasiado rápido—. Supongo entonces que la limpiarás como las personas normales.
—Nada de eso. Sólo…
—Oh, sí. ¡Verás como si!

Ramsey la cogió por el tobillo y tiró de ella hasta que quedó en la misma posición de antes. Las piernas a cada del cuerpo del hombre y él, oh señor, entre ellas. Demasiado cerca de su caliente feminidad. Apretó los labios y lo miró el ceño fruncido.

—Quizás hace tiempo podías hacer lo que te venía en gana conmigo, Lawrence, pero ya no. A ver si te entra en la cabeza. No soy la misma Eliazbeth. Ah, y por cierto –lo empujó un poco para poder coger aire—. Yo no soy escocesa. Mi padre lo era. Yo soy tan escocesa como española, así que te agradecería que me llamaras…
—Maldición mujer, voy a llamarte como me venga en gana. Y ahora, limpia lo que has hecho –exclamó llevando las manos hasta su cintura y apretó—. Si lo haces me iré –mintió.
—¿Si?

Los ojos de le iluminaron. Mujer estúpida… Seguía tan ingenua como siempre. Ramsey asintió y ella, suavemente, alzó la mano hasta la comisura de sus labios y rozó la herida que ella misma había provocado.
No se sentía culpable. Tampoco iba a tirar por cohetes por lo que había conseguido, sin embargo, se sentía un poquito más orgullosa y poderosa. Le había roto el labio a un hombre que medía más de media cabeza que ella. A Ramsey Lawrence. Oh, ¡claro que se sentía poderosa! Con sumo cuidado, se mojó el dedo corazón con su propia saliva y limpió la pequeña herida tiñéndose el dedo de rojo al instante. Arrugó la frente cuando sintió cómo su propia respiración empezaba a agitarse. La mirada de Ramsey no se había movido de ella.
Sus músculos se tensaron y apretó la mandíbula. Ese simple contacto… Dios, iba a matarlo. Y ella no se estaba dando cuenta. Se apretó contra ella para que sintiera su poderoso miembro contra su feminidad, ambos anhelantes. Gruñó cuando ella intentó apartarse, pero no se lo permitió. Con brutalidad, la agarró del pelo y clavó su boca a la de ella. La devoró. La obligó a abrir los labios con su otra mano y así, pudo dejar que su lengua aterciopelada acariciara la de ella, viperina.
Elizabeth tardó unos minutos en darse por vencida, pero cuando lo hizo… Fue gloria. Se apretó contra él y enredó sus pequeños dedos entre los sedosos mechones dorados del hombre. Lo deseaba de una manera impresionante. Sintió una presión en sus partes bajas y en vez de apartarse, como su cabeza ordenaba, abrió más las piernas para darle un mejor acceso. Su cabeza no regía. Estaba totalmente obstruida por el deseo. Y Ramsey lo sabía.
Maldito bastardo.
Segundos después, tenía los pantalones por los tobillos, la camisa abierta y totalmente tumbada sobre la mesa. No sabía cómo ni cuándo había pasado, pero Ram se estaba apoderando de sus generosos pechos, besándolos, amasándolos, mordiéndolos… Elizabeth soltó un gritito cuando él enterró la cara en ellos; primero dedicándose a un pezón y luego al otro, repitiendo la acción varias veces.
Quería saborearla entera, pero su dura erección pedía a gritos su interior. Su estrecho canal. Se alzó la falda y cogiendo su duro miembro, lo acercó a su abertura, húmeda y caliente por y para él. Gruñó posando allí el glande. Los pliegues de ella parecieron rendirle tributo abriéndose, invitándolo a pasar… Pero antes de hacerlo alzó la mirada hasta ella, que mantenía los ojos cerrados. Alzó las caderas como pidiendo más, pero quería escucharlo de su boca.

—Elizabeth –la llamó—. Dímelo. Dime que me quieres dentro de ti; dime que deseas que te folle aquí sobre el escritorio –le dijo, con voz ronca—. Dime que me has echado de menos –pidió. No sabía por qué, pero era importante escuchar de su boca esas últimas palabras.

Ella abrió los ojos. Lo miró.

—Hazme…
—¡¡Beth!! –gritó alguien en el pasillo.

Ella se giró y todo su cuerpo se tensó. Ram soltó una maldición y le subió las bragas y los pantalones, cerrándole la camisa blanca como pudo. Se bajó la falda y la bajó a ella del escritorio. Los pasos estaban cerca. Demasiado. Irlandés maldito, murmuró mientras se acercaba a la puerta del despacho y echaba el cerrojo.

—¡Beth si estás ahí, abre la puerta! –gritó desde afuera Ian intentando entrar en la habitación.
—¿Dónde te crees que vas? –gruñó Ram cuando vio que la muchacha tenía intenciones de ir a la puerta y permitirle al viejo que entrase—. No pienso permitir que me acuséis de violador.

Beth se quedó parada y sus ojos se abrieron. ¿Pensaba eso de ella?

—Yo no…
—De una escocesa como tú me espero cualquier cosa –escupió él dejándose caer en la silla de detrás del escritorio. Tenía que pensar algo y rápido.
—Eres odioso. Bueno, siempre lo has sido –rugió ella tirándole papeles a la cabeza.
—Hace unos minutos no parecía importarte.
—¡Hijo de perra! –exclamó saltando el escritorio y lanzándose sobre él.

La silla falló y ambos cayeron al suelo. Beth encima, aprovechó para lanzar unos cuantos puñetazos hacia su rostro, pero él, rápido los paró todos girando dejándola a ella en un posición peor. Pero sin darse por vencida, enredó las piernas a la cintura de él y apretó con todas sus fuerzas. En una de las veces que giraron, consiguió arañarle la cara por lo que no pudo reprimir un alarido de protesta.

—¡Perra! Vas a dejarme la cara hecha un mapa –maldijo acorralándola contra el suelo—. Y te juro que vas a…
—Suéltala.

Ramsey se obligó a alzar la mirada cuando sintió el frío acero contra su garganta. Gruñó cuando vio al viejo irlandés empuñando la espada.

—¿Vas a cortarme el cuello, irlandés?
—Estoy realmente tentado a hacerlo, sí –dijo, mirando a Elizabeth y comprobando que estaba bien, o eso parecía. Aun así no pasó desapercibido su camisa entreabierta—. ¿Estás bien?
—¡Claro que está bien! ¿Quién crees que soy?
—Un perro sassenach –escupió el irlandés haciendo presión para que se levantara—. Levántate.
—No me des órdenes. Sé…
—Haré lo que se me venga en gana mientras estés en nuestro barco, porque aquí tú eres el intruso, Lawrence. Ahora estamos en una posición invertida, así que procura hacer lo que te digo sino quieres pagar por ello y verte colgado mañana por la mañana por robo.
—Por el amor del cielo, no he robado…
—¡No me tientes!

Elizabeth salió de debajo del cuerpo de él cuando por fin se levantó y encaró al viejo que continuaba apuntándolo con la espada. Eran igual de altos, por lo que pudieron mirarse a los ojos sin alzar o bajar la cabeza.

—Debería encerrarte…
—No quiero personas como él en mi barco –dijo Beth detrás de ellos. Bajó el brazo de Ian y fulminó a su pasado con la mirada—. Se irá y no volverá –aseguró—. ¿Verdad, inglés?
—No…
—Te irás y no volverás –lo interrumpió.
—Como gustéis, mi señora –se jactó haciendo una media reverencia.
—Por cierto, deja encima de la mesa unas cuantas monedas –dijo apresuradamente ella—. Vamos Lawrence, has hecho añicos mi puerta y además, has roto unos cuantos objetos valiosos de mi amada colección. Afloja el bolsillo –gruñó señalando con la cabeza el escritorio.
—¿Cuánto?
—Todo lo que tengas.
—Ni hablar –gruñó—. Si lo quieres, ven a por ello –dijo antes de que ella hablara.

Y eso hizo. Elizabeth se acercó y sin una gota de miedo, rebuscó entre sus bolsos y sacó dos saquitos de dinero. Repletos de monedas. Los lanzó a Ian, que los acogió con gusto entre sus manos. Los observó durante un rato y los metió en el bolsillo de sus pantalones.

—Podría acusarte de ladrona.
—Eres un pirata, ¿quién te creería?
—No apuestes muy alto, escocesa.

Ambos se miraron durante unos segundos, después, Beth ordenó a Ian que lo llevara hasta la salida y que sin tocarle un pelo, lo dejara irse. Puntualizó lo de “sin tocarle un pelo”. Lo conocía demasiado bien. Ramsey se iría ahora sin armar más revuelo, pero volvería. Él siempre regresaba.




Quince minutos después, Beth se vio obligada a escuchar los gritos de Ian mientras recogía el estropicio que había en el despacho. Todo lo que él estaba diciéndole ella lo sabía. No debía acercarse a él, no podía hablarle, tocarle, escucharle… No podía estar a menos de 500 metros de él porque siempre volvían a lo de siempre. En su momento, ni John los había conseguido separar y ahora que él faltaba, ¿quién lo haría? Ian había desistido años atrás, pero ahora todo era distinto. Ella era una mujer adulta. Capaz de saber qué o qué no debía hacer.

—Déjalo ya, Ian –dijo, colocando los últimos libros sobre la mesa.
—¿Cómo quieres que lo deje si…?
—Cállate, ¿vale? –exclamó girándose hacia él. A ella le dolía. No sabía por qué, pero todo lo que decía le dolía en lo más profundo de su pecho. No quería escucharlo. No quería oír a nadie—. Lo siento, pero intenta entenderme, maldición –Se pasó las manos por la cabellera pelirroja—. Hace dos años que no lo veo y aunque en su momento me hizo daño, yo… Él es atractivo. Y yo…
—Ahórrate los detalles –la interrumpió Ian arrugando la frente.

Ella nunca le había hablado así y eso sí le dolía. Su peor enemigo había estado allí y por su culpa… ¡Qué demonios! Ella lo estaba defendiendo.

—No te reconozco, Elizabeth –susurró negando con la cabeza—. Pero ya eres mayorcita para darte cuenta de las cosas –dijo, girándose y caminando hasta la puerta—. Pediré que alguien arregle esa puerta mañana. Que duermas bien –fue lo último que dijo antes de desaparecer, dejándola sola.

Ella caminó hasta su cama y se hundió en ella. No pensaba llorar. No tenía pensado derramar ni una puta lágrima por él, bastante había echado ya. Su cuerpo no era de Ramsey. Nunca lo fue y nunca lo sería. Él se quedaría en una ilusión… No permitiría que le hiciera volver a hacer perder el control de esa manera.



Ramsey se dejó caer en la silla que llevaba días anclado. El camarero no tardó en servirle lo que había pedido. Se limpió la sangre seca de la mejilla y le dio un largo trago a la jarra de cerveza. No debía haber ido a verla. Tenía que haberse girado, subido a su barco y zarpar cuanto antes. Pero su cuerpo había caído en la tentación, otra vez. Maldijo en las tres lenguas que conocía a esa escocesa de cabellos de fuego que algún día hacía varios años se había cruzado en su maldito camino.
Aún recordaba ese día en las calles de Sevilla. En la plaza más céntrica allí estaba su escocesa moviéndose al ritmo de los tambores y palmas gitanas. Lo había hechizado aquella mirada llena de alma y picardía que lo había mirado en uno de sus enormes y sensuales giros. La alegría de su cuerpo despertaba un huracán como él. Y así fue, cual fecha lanzada a traición a su pecho, quedó grabado el misterio de esa “gitana de fuego”. Ramsey había esperado más de dos horas allí, observándola, maravillándose con las curvas de su cuerpo ceñidas por uno de esos vestidos gitanos que se ajustaba a su cuerpo como una maldita segunda piel. Cuando por fin había acabado, ella sola se había acercado.
“¿Le gusta lo que ve, señor mío?” había dicho ella. “¿Baila conmigo?” dijo a continuación haciendo que el mismísimo Ramsey Lawrence rompiera en carcajadas, negando después. Sin embargo, habían pasado la mejor noche de su vida. Bebiendo, riendo y cuando llegaba el amanecer, su gitana pelirroja había conseguido hacerlo bailar.
Después de esa noche, no dudó en buscarla cada vez que atracaba en Sevilla o en cualquier zona del sur de España, sin embargo, ella nunca estaba por allí… Hasta que un día, casualmente, se encontró en el barco donde ella se criaba. Se encontró cara a cara con su padre y con ella. La gitana pelirroja lo reconoció al momento y no dudó de escapar de él como si de una fugitiva escapaba del verdugo. Pero él no se había dado por vencido… Y ella tampoco. Ambos pasaron una semana estupenda en los carnavales de Cádiz. A causa de esa pequeña escapada, creía que Alroy la había encarcelado de por vida, pero al parecer seguía siendo la niña libre que lo había conquistado. Su padre no se había enterado. Para él su niña había pasado una semana con su madre en Madrid.
La pequeña mentía tanto como él, y mejor.
Pero pronto después, cuando ella volvió a desaparecer Ramsey no pudo evitar buscar información sobre ella, pues apenas conocía el nombre de su barco y el de su padre, poco conocidos por aquella época. Cuando le dijeron quién era él y donde procedía… Todas ganas de estar con su hija, que había heredado la mayor parte de su carácter, se esfumaron como si humo se tratase. Sin embargo, aunque su razón le decía no, su cuerpo le decía un sí demasiado grande.
¿Y ahora se atrevía a escapar de él de nuevo? Incluso, a romperle el labio. Las mujeres darían lo que fuera porque su boca las recorriera, sin embargo ella prefería pegarle. Maldita fuera esa perra escocesa.

—¿Qué le pasa hoy a mi guerrero? –susurró sensualmente una voz femenina a sus espaldas. Carmen se dejó caer en su regazo soltando una risilla al sentir el enorme bulto que abultaba su kilt—. Yo también me alegro de verte, amor.
—Carmen…
—Shh –lo silenció poniéndole un dedo sobre los labios. La gitana se echó el pelo negro azabache hacia atrás y lo miró con pasión—. Ya sé que no es por mí, pero permíteme soñar al menos una noche. Me han dicho que ha estado aquí la escocesa –gruñó la mujer colgándose de su cuello—. Ha hipnotizado a mi primo.
—¿Juan?
—No, José –suspiró ella—. Al parecer a regresado de sus tierras al…
—No me amargues la noche –la cortó dejando que su mano se colara por el bajo de su vestido comenzando a rozarle las pantorrillas torneadas de bailar.
—Te daré lo que esa perra se niega a darte –murmuró antes de abrirse de piernas y mordisquearle los labios.

Fue lo único que Ramsey necesitó para alzarla en sus brazos y subir las escaleras hasta la habitación que sabía que ella tendría preparada. Ese era su hogar. Ese era su trabajo. Pero ese no era su hombre, sin embargo, él le permitiría soñar una noche más.

miércoles, 3 de febrero de 2010

El encuentro

La noche caía en las islas. Las estrellas brillaban en lo alto del firmamento, la luna llena iluminaba la que de otra manera sería una noche oscura y siniestra. Dream se agazapó tras unos arbustos y contempló la mansión que se cernía frente a ella. Había enviado a Nogue y a Cortés para conseguir dinero, sabiendo que lo que conseguirían no serviría ni para pagar un tablón de madera. Dream sabía lo que debía hacer. Había estado allí muchas veces, observando la hermosa construcción. Sin embargo, nunca había robado nada. Dream hizo una mueca. Nada que no fuese comida, y de la buena. Y así, en una de sus varias incursiones, había descubierto un cofre lleno de oro, en el sótano de la mansión. Se había sentido tentada de cogerlo, pero no había podido. Sin embargo…tras todos los desastres que le habían ocurrido a ella y su tripulación, no veía otra alternativa. Además, siempre era ella la honrada y al final acababa siendo la escaldada. Se escurrió entre los matorrales y entró por una ventana que estaba sin echar el pestillo. Para bajar al sótano, se tenía que entrar desde las cocinas, por eso Dream sabía que tenía que ser cuidadosa. Aunque generalmente, en esas fechas, la casa estaba vacía. Su dueño estaba demasiado ocupado tomando el té en salones de ricos nobles. Al pensar en él, Dream frunció el ceño. Hacía cuatro años que no le veía, y el pulso se le aceleraba cada vez que se acordaba de la última vez que le había visto. Estaba semidesnudo, altivo, arrogante, como alguien a quien no le faltaba de nada. Tendría unos diez años más que ella y, sin embargo, seguía sin casarse. Dream se maldijo por pensar en esas cosas. Él era condenadamente atractivo, incluso ella, que no se sentía atraída por muchos, que digamos, se había sentido tentada de tocarle una vez que le había visto tumbado en una hamaca, dormido. Pero había reprimido ese deseo y se había ido con el pollo y el pan debajo del brazo, sin arriesgarse. La última vez que Dream había estado allí, él la había visto. La había mirado intensamente, con esos ojos oscuros, amenazadores. Luego había sonreído y había alzado la copa, por ella.

Dream apretó la mandíbula y se tranquilizó. No serviría de nada odiarle. Al fin y al cabo, sería él quien le proporcionaría el dinero necesario para poder reparar La Perla. Entró suavemente por la ventana y, una vez más, se quedó ensimismada mirando la preciosa estancia. El hall era inmenso, la forma de las cúpulas, las escaleras que daban para las habitaciones…donde él estaría durmiendo si se encontrara allí… Dream sacudió la cabeza y se dirigió a las cocinas. Desde allí abrió la portilla del sótano y, en el mismo lugar, encontró el cofre lleno de dinero. Dream suspiró del alivio. No sería muy complicado sacarlo de allí…pero antes tenía que mirar algo. Salió del sótano y, sin poder evitarlo, subió las enormes y majestuosas escaleras que daban a la primera planta.

El primer día que había entrado en esa mansión, Dream había sentido algo, notado un sentimiento…de nostalgia, recuerdo quizás. Seguía experimentándolo cada vez que entraba en la mansión, pero nunca se había atrevido a subir las escaleras. Mientras avanzaba escalón a escalón, escuchaba risas de niños, murmullos y sonidos de pisadas lejanas…como si algo en su memoria quisiera estallar pero no fuera capaz.



Adrián González de la Torre, conde de Fuenclara, supo que estaba allí. Llevaba años esperándola, desde la última vez que la pudo ver. Siempre la había observado robar su comida, fisgonear en su casa…pero hasta ese día no se había atrevido a hacerle saber a ella que sabía de su existencia. Y desde ese día no la había vuelto a ver. En cuatro largos años. Era toda una pilluela y, sin embargo, a Adrián se le tensaba el cuerpo con sólo oler su fragancia, ver cómo se movía… La mujer entró en su habitación, la cual estaba a oscuras. Quería sorprenderla. Quería que ya no se le escapara. Al menos no esa noche. La luz de la luna entraba por las ventanas, y pudo ver la silueta de la mujer. Se llamaba Dream, o así se hacía llamar. Era capitana de un barco y sus hombres la respetaban y la querían con una lealtad que rayaba en la absoluta devoción. No era alta, pero tampoco bajita, vestía ropas de hombre, pantalones ajustados, camisas anchas y chalecos entallados. Tenía mal carácter y desafiaba a todo aquel que se le pusiera en su camino. Adrian sonrió. Había contratado a los mejores en su trabajo para descubrir todo lo posible sobre ella. Era escurridiza, pero los rumores volaban y muchos de ellos no le habían hecho ninguna gracia a Adrian. Esta vez frunció el ceño, pero sacudió la cabeza, dejando esas cosas para pensarlas más tarde. Ahora debía concentrarse en la mujer que había invadido su casa, su habitación…y en ese momento su cuerpo, pensó él.

-Has tardado…demasiado, diría yo, pilluela- dijo él, observando con placer cómo ella saltaba del susto y se ponía en guardia, mirando hacia él, pero sin enfocar la mirada a causa de la oscuridad.
Dream se sobresaltó al escuchar esa voz…ronca, sexy…y amenazadora. Parecía que no iba a tener tanta suerte, y que no todo iba a ser tan fácil. Maldijo por lo bajo, pero levantó la barbilla. Ella no se iría sin luchar por lo que necesitaba. Su barco la necesitaba y sus hombres también. Además, Elisabeth confiaba en ella. Pero entonces le llegó su olor…Un olor que era una mezcla de cuerpo, mar y…hombre. Dream aspiró fuerte y dio un paso atrás cuando vio que él se acercaba lentamente hacia ella, con una sonrisa diabólica en sus labios.
-Esta vez no…- Adrian la agarró fuerte por la cintura y le sujetó las manos, anticipando que esta se iba a resistir. Como no podía ser de otra manera, Dream empezó a forcejear y a intentar darle patadas. La joven se desenvolvía muy bien para tener la mitad del tamaño de Adrian, pero este la tenía bien sujeta y estaba preparado para todo.
-Maldito hijo de p…
-Ten cuidado con esa lengua que tienes- Adrian la sujetó con más fuerza aún y la apretó contra la pared. Acercó su boca al cuello de Dream y aspiró su aroma- No vaya a ser que te la vaya a morder…- susurró con voz sexy. Dream ahogó un grito y le miró furiosa, preparada para contestarle con uno de sus mordaces comentarios, pero Adrian no le dio oportunidad, pues había capturado sus labios y con ellos, sus palabras hirientes. La sorpresa dejó paralizada a Dream, pero en cuanto se recuperó intentó morderle. Adrian se apartó antes de que eso ocurriera y sonrió divertido. Le capturó las muñecas con una de sus grandes manos y con la otra le apartó un mechón de pelo despeinado de la cara, para después acariciarle la mejilla. Dream apartó la cara y tomó aire. Tenía la respiración agitada y el pecho le subía y bajaba a un buen ritmo. Adrian continuó con las caricias y luego prosiguió acariciándola, pero esta vez con los labios. No le tomó la boca, sino que recorrió sus mejillas, su nariz, sus ojos, bajó a su cuello y le dio un ligero beso, haciendo que un escalofrío de placer le recorriera por completo. Rabiada se apoyó aún más contra la pared, aunque en su fuero interno deseaba que el siguiera, anhelaba que él volviera a tomar posesión de su boca. Como leyéndole los pensamientos, Adrian sonrió de medio lado y le giró la cara, para quedar sus miradas frente a frente- Esta vez no te vas a escapar, gatita…- dijo suavemente, y acarició con sus labios los de Dream, que abrió la boca por instinto, ansiando el roce de su lengua.


Adrian le sujetó la mejilla con la mano y profundizó el beso, jugueteando con la traviesa lengua de Dream. Ella parecía experimentada en eso de besar, cosa que le hizo fruncir el ceño y ser más agresivo a la hora de besar. Pero a Dream no le importó, porque cuando él se apartaba un milímetro, ella lo salvaba y le volvía a buscar los labios. Necesitaba ese beso, ahogarse en él, volverse completamente loca y… Adrian le soltó las muñecas y le rodeó la nuca con una mano, mientras que la que tenía en la mejilla de Dream la bajó suavemente por el torso de esta. Dream le echó los brazos al cuello y él la levantó como si no pesara nada. Ella le rodeó el torso con las piernas y siguió besándole, como si fuera lo único que importara en el mundo.
Adrian se sentó en la cama y siguió ahondando en la dulzura de la boca de la pirata. Sus manos recorrían las maravillosas curvas del cuerpo de esta y cuando llegaron a su redondeado trasero, creyó que moriría. Era perfecto. Su cuerpo estaba hecho para el disfrute de un hombre. No demasiado alta, pero atlética y con curvas. Estaba claro que los años que se había pasado caminando por los barcos habían endurecido cada músculo de su cuerpo, pero gracias a Dios conservando las curvas de mujer. Le quitó el chaleco, ansioso por ver su cuerpo, el cual prometía demasiado, y le levantó la camisa para dejarla al descubierto total. Dream tembló al sentir el frío en su torso pero Adrian pronto tomó un pecho con los labios y capturó un pezón con su lengua, la cual empezó a juguetear con él hasta ponerlo duro. Hizo lo mismo con el otro pecho y se levantó de la cama con ella encima, quedando ambos otra vez de pie.


Dream no podía pensar y solamente se dejaba llevar. Las sensaciones que Adrian le estaba haciendo sentir eran incomparables, pues nunca las había sentido con nadie. Ciertamente, nunca había permitido que nadie llegara tan lejos con ella, y ese pensamiento la sacó de ese estado de atolondramiento y empujó a Adrian, que cayó sentado en la enorme cama. Él la miró con intensidad, sabiendo el dilema que ella tenía en su interior. Dream se bajó la camisa y la agarró con fuerza, retorciéndola, nerviosa, indecisa. Ella no dejaba que nadie se le acercara más de lo necesario y, si cedía a la tentación, podía resultar escaldada, pero lo que los ojos oscuros como la noche de él prometían resultaba demasiado tentador como para poder resistirse. Nadie se enteraría, no se volverían a ver y podría atesorar ese momento de auténtica pasión para toda la vida. Dream tomó aire y dio un paso adelante, posó una rodilla en el mullido colchón, entre las piernas de Adrian y este sonrió, complacido. Dream se subió la camisa y se la sacó por encima de la cabeza, entonces se tumbó encima de él y buscó sus labios con timidez. Pronto Adrian volvió a tomar el control y profundizó el dulce beso que ella le había entregado voluntariamente. Recorrió su cuerpo con las manos y le agradó sentir cómo ella comenzaba a subirle la camisa, acto al que accedió encantado, sacándosela por la cabeza él también. Al ver su largo cuello expuesto a su boca, se lanzó contra él y se lo devoró lentamente, beso a beso, mordisco a mordisco. Los suaves gemidos de placer de Dream le animaban a seguir la exploración de sus manos con su boca…y así lo hizo.

Empezó a bajarle lentamente los pantalones que ella llevaba, besando cada trozo de piel que quedaba al descubierto. Cuando la había desnudado por completo, Dream hizo un gesto de timidez que le hizo sonreír y susurrarle que era hermosa. Comenzó a besarle los empeines y siguió subiendo por su pantorrilla hasta llegar a las rodillas, dónde la besó suavemente y pasó a mordisquearle la cara interior de ellas. Dream dio un respingo y Adrian volvió a hacerlo, una y otra vez, hasta que ella le mandó parar entre risas. Adrian besó el interior de su muslo izquierdo y cuando fue a besar el derecho vio una pequeña mancha con forma de corazón. Sonrió, se la besó y siguió subiendo por el interior de los muslos y, cuando posó su mano entre la mata de rizos oscuros, ella intentó apartarse, pero él se lo impidió. La acarició suavemente y notó cómo ella se quedaba sin respiración. O esa era su primera vez y los rumores de amantes eran totalmente falsos, o ella era una actriz consumada. Adrian prefirió pensar la primera opción y sonrió con satisfacción. Mientras seguía acariciándola con su mano, subió a buscar sus labios y a tranquilizarla con su lengua.

Dream no podía creerse lo que le estaba haciendo y cuando él introdujo uno d sus dedos en su interior creyó que moriría allí mismo de vergüenza…y placer. Ahogó un gritó contra el cuello del hombre y le mordió un hombro cuando él introdujo un segundo dedo y comenzó a moverlos dentro de ella. La oleada de placer que experimentó la recorrió de arriba abajo dejándola exhausta y completamente sorprendida. Abrió la boca para decir algo, pero sólo podía gemir y pedir clemencia. Pero él parecía no haber acabado y, con la sonrisa diabólica que le caracterizaba bajó de nuevo y le abrió un poco más los muslos. Dream cerró los ojos y tragó saliva, abrumada aún por las sensaciones, pero los abrió de repente y se incorporó sobre los codos cuando notó la boca de él en su sexo.

-¡Pero qué…! ¡Ohhh…! Yo…Dios…- las palabras le salían sueltas y no podía crear una frase coherente, así que se dejó caer sobre el colchón de plumas y agarró las sábanas con fuerza, gimiendo cada vez que él le succionaba el centro de su placer con la boca y lo rodeaba con la lengua. Intentaba contener los gemidos que amenazaban con salir de su boca, pero era una tarea casi imposible, Adrian seguía lamiendo el centro de su ser y cuando introdujo su lengua en ella, Dream casi se sintió explotar. Entonces Adrian se puso en pie y se quitó los pantalones rápidamente para volver a tumbarse encima de ella, esta vez cuerpo con cuerpo, carne contra carne.

Adrian no podía aguantar más, se había contenido porque había soñado con hacerle el amor de esa manera, hacer que llegara al orgasmo entre sus brazos, que experimentara esas sensaciones con él. Pero llevaba demasiado tiempo esperándola y los gemidos y gritos ahogados que habían salido de su boca habían incrementado la excitación de Adrian al máximo. Dream se sorprendió cuando sintió su miembro entre los muslos, pero no dijo nada, sino que le agarró por los hombros y le volvió a besar. Adrian empujó suavemente hasta derribar la barrera de su virginidad. Ella no protestó, ni gritó de dolor. Hizo una mueca y siguió besándole intensamente. Entonces Adrian comenzó a moverse lentamente, hasta que ella se acostumbró a su tamaño y luego incrementó el ritmo haciendo que ambos gimieran y gritaran de placer.

-Dream…Eres…- Adrian no pudo acabar la frase porque ella comenzó a gemir con más intensidad hasta soltar un grito de satisfacción, mientras que él gruñó de placer cuando por fin se corrió dentro de ella- Maravillosa. Absolutamente…- dijo con la respiración entrecortada mientras se giraba y se tumbaba de espaldas, atrayéndola hacia él-…maravillosa.

Dream se había quedado callada, saboreando todavía los últimos coletazos del tremendo placer que había experimentado en los brazos de aquel hombre. Una pena súbita la invadió cuando pensó en que nunca le volvería a ver, ni volvería a estar con él. Pero así era la vida. Ella era una pirata que necesitaba vengarse y él un conde que tendría a más de cien mujeres hermosas y adineradas, de buena familia y posición detrás de él. Si por un instante Dream se imaginara una vida junto a él…es que se había vuelto completamente loca. Y quería pensar que todavía estaba en sus cabales. Miró hacia la ventana y vio la luna brillar. Tomó aire, como siempre hacía cuando quería afrontar algo con valor y se dio la vuelta para ponerse encima de él, mientras le sonreía pícara.

-¿Lo ves? Ya te decía yo que eras una pilluela…- ella le besó y le sujetó los brazos con sus pequeñas manos- Pero una muy hermosa, por cierto- dijo sonriente, con la voz ronca por la pasión. Dream le soltó y las manos de él le recorrieron el trasero, la cintura…todo el cuerpo. Dream sintió su miembro duro en el trasero y se mordió la lengua, anticipando una noche decididamente activa.



Dream se despertó unas horas más tarde, envuelta en el calor del hombre. Se odió por desear más, quedarse con él hasta el amanecer…y más aún. Pero sacudió la cabeza y se escurrió de la cama. Vio las manchas de sangre en las sábanas y se tapó la boca con la mano. Dream no sabía por qué, pero se había guardado muy bien de no concederle su virginidad a un cualquiera. Y ahora ella cedía a la tentación con un conde que la echaría a patadas creyendo que era, además de ladrona, una puta. Las lágrimas acudieron a sus ojos. No sabía por qué quería llorar. La pérdida de la virginidad entre mujeres de su clase era más bien un alivio, para nada una deshonra. Entonces, ¿por qué ella se sentía tan desgraciada? Era como si se sintiera acongojada sólo por el hecho de que se había acostado con un hombre sin estar casada con él, y eso era totalmente ridículo. Sacudió la cabeza y se negó a pensar más en ello. Se vistió y recuperó la compostura y, justo cuando iba a salir del cuarto, una fuerte mano la agarró del antebrazo.

-¿A dónde crees que vas?- preguntó él, apartándole el pelo del hombro, con su voz ronca característica. Nunca se olvidaría de esa voz- No hemos terminado…
-Ha sido un error, ¿de acuerdo?- Dream le miró e intentó olvidar todo tipo de sentimiento- Yo sólo he venido a robarte. Y es mejor que cooperes- la voz le sonó más temblorosa de lo que ella hubiera preferido, pero para compensar levantó la barbilla orgullosa.
-¿Me estás amenazando?- Adrian casi quiso reír. Esa muchachita no dejaba de sorprenderle. Poseía unas agallas que ya quisieran muchos nobles, soldados y reyes. Sin embargo, decidió ponerse serio- ¿Sabes quién soy yo?
-No, pero seguro que tú me lo vas a decir…- dijo ella con voz algo parecido al desprecio. Adrian se sintió incómodo y molesto por su tono, así que se puso serio y a la defensiva.
-Soy Adrian González de la Torre, conde de Fuenclara- la miró y no vio ni una señal de reconocimiento, sorpresa o de intención de aprovecharse de esa revelación. La pequeña granuja sólo quería el dinero. Se dio la vuelta, contrariado y le espetó- Así que quieres dinero, ¿no es cierto? Supongo que es lo menos que te debo después de la noche que hemos tenido. Desde luego eres una de las mejores que he conocido- sus palabras eran fruto del resentimiento y de la furia del momento, pero no pudo evitar pronunciarlas…y arrepentirse de lo dicho casi al instante.


Dream se quedó paralizada al escuchar esas palabras. Le dolieron más que nunca y se sintió débil y desvalida. Tragó saliva y susurró un “maldito hijo de puta” para darse la vuelta y marcharse de allí. Ojalá no se cruzara nunca más en su vida con él. En otras circunstancias, no habría aceptado el dinero ni aunque fuera lo último que hiciera. Pero lo necesitaban y, aunque se sintiera una furcia toda su vida… era su responsabilidad cuidar de sus hombres. Así que infló el pecho, salió disparada de la habitación y corrió escaleras abajo hacia el sótano donde estaba el cofre. Lo cargó al hombro y se fue sin mirar atrás e intentando ignorar las lágrimas que amenazaban con rodar por sus mejillas.

Adrian observó la partida de la mujer por la ventana. Ya tenía todo lo que necesitaba saber. Una risa irónica escapó de sus labios al darse cuenta de la ironía del destino. Hacía veinte años, cuando él contaba con sólo diez, sus padres le habían prometido a una niñita de tres años. Tiempo después, los marqueses del Duero daban apesadumbrados la noticia de la desaparición de su pequeña niña. Desesperados, contrataron hombres, incluso él mismo la había buscado en las callejuelas de los pueblos y ciudades más cercanos. Pero no había habido ni rastro de ella. Incluso habían dado con el que la había secuestrado, que confesó haberlo hecho para pedir un rescate, pero que la había perdido por el camino. “Era una niña rebelde e inquieta. No pude con ella” lloraba el hombre, pidiendo clemencia. Los marqueses casi perdieron la esperanza de encontrar viva a la pequeña, por lo que, año y medio después de su desaparición, dejaron de buscarla. Adrian había crecido conociendo y disfrutando de hermosas mujeres, encantado con su posición y sus privilegios. Era conocido como un vividor y libertino y, sinceramente, no le molestaba demasiado. Pero, cuando años atrás, había visto huir a esa joven pilla de su mansión, cazándola con las manos en su comida… Cuando ella se había girado y le había visto mirándola, cuando el viento alborotó sus cabellos y ella abrió los ojos con sorpresa para luego entrecerrarlos con furia y sonreír con satisfacción por haber conseguido lo que quería…Él se había acordado de un retrato de la familia del Duero que había contemplado en una de sus muchas visitas a la mansión de estos. Además, la joven era muy parecida a Leonor, la marquesa. La sospecha le invadió y, esa noche, cuando la había contemplado de cerca y había visto la mancha en forma de corazón lo había confirmado totalmente. Leonor tenía una mancha exactamente igual en su muñeca. Ella le había confesado un día que su hija desaparecida debería tener una igual y a él no se le había olvidado.

Adrian había descubierto muchas cosas esa noche. Había encontrado a la heredera de los marqueses del Duero. Había descubierto la verdadera identidad de la pirata que le había robado tantas veces en su casa. Había encontrado a Arabella Echeverri, su prometida.
El conde se apoyó en el alféizar de su ventana y miró la noche. Nunca había tenido deseos de casarse, y cada vez que se imaginaba que su prometida podría volver a casa y casarse con él se le erizaban los pelos. Pero entonces conoció a Dream y sospechó de ella. Y llegó esa noche. Y podía reconocer que había sido la mejor de su vida. Adrian sonrió a la noche y rememoró su suave piel y sus curvas torturadoras. Esa mujer estaba hecha para ser amada. Para él. No iba a dejarla escapar, maldita sea. Adrian frunció el ceño y se prometió que ningún hombre le pondría un dedo encima a su mujer. Porque esa noche los dos habían sellado su destino. Un destino que les unía irrevocablemente para siempre. Adrian se relajó de nuevo y sonrió maliciosamente.
-Una pena que la pilluela no lo sepa…- se dio la vuelta y se puso el batín. Cuando tramaba algo, necesitaba el calor del fuego y un buen vaso de su mejor coñac.




Dream llegó al barco cansada, dolida y dolorida. Entró saludando con la cabeza ligeramente a unos hombres que montaban guardia, entró en el despacho y escondió el cofre bajo la mesa. A la mañana se lo explicaría todo a Beth. Ahora necesitaba dormir, pensar…y llorar tranquila.