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domingo, 28 de febrero de 2010

Beth y Ram

Aquí os dejo el link de uno de mis walls de Elizabeth y Ramsey.

¡Espero que os guste! Que lo mío me ha costado...




PD. Clikar en él para verlo entero y mejor.

¡Gracias de antemano!
Un beso, Elizabeth.

domingo, 21 de febrero de 2010

Al mando

Dream sonrió cuando escuchó la dura regañina que le estaba echando Beth a uno de sus hombres. El hombre en cuestión lo tenía merecido. Casi se le habían salido los ojos mientras contemplaba las piernas al descubierto de la capitana. Cuando la dicha los envió de vuelta al despacho, D recompuso una expresión seria y frunció el ceño.

-Bien, chicos. Como veis, la puerta ha quedado destrozada- los tres hombres asintieron ante el hecho evidente- Quiero que cojáis algo de madera de la que se está utilizando para las reparaciones del barco y construyáis otra antes de que caiga la noche. Quiero tener de nuevo una barrera que me separe de la pelirroja- sonrió con todos sus dientes- Creo que se nota que cuanto más espacio entre nosotras…mejor.

Dream dio una palmada y gritó un “¡A trabajar sea dicho!” y al momento los hombres dieron un respingo y echaron a correr en dirección al muelle, donde estaba la madera amontonada. La capitana se quedó mirando la habitación vacía y suspiró. Se dio la vuelta y se repantigó en el sillón de detrás del escritorio. La noche anterior había sido una especie de bálsamo para sus heridas. O algo así. Todavía se acordaba de su encuentro con el conde, y no dejaba de pensar en él. Pero puesto que Beth se había ido a saber dónde, D tenía que ocuparse del barco, y eso le mantendría la cabeza alejada de ricos nobles prepotentes. Se levantó de la gran silla y subió las escaleras para salir a cubierta. El aire de la mañana ya era cálido y D lo agradecía enormemente. Odiaba ese calor pegajoso y húmedo que hacía sudar hasta a un centollo. Saludó a unos cuantos hombres que trabajaban con unos tablones y echó una ojeada buscando a aquellos que había contratado. De repente sintió una mano gruesa en su hombro.

-¡Dreamy!- un hombre bonachón y corpulento la abrazó a pesar de su ceño y sus protestas, pero siempre había sido así. Hugh se la había presentado cuando no era más que una niña y Manuel la había tratado siempre como a una sobrina- ¿Qué tal está mi niña?- sus ojos se oscurecieron- Me han contado lo del Black Gold, pero veo que ya os habéis recompuesto… ¡Y de qué manera, muchacha! Te voy a dejar el barco como los chorros del….
-Manuel- la voz de Dream intentaba sonar firme y tranquila, pero hasta ella misma notó ese matiz cariñoso en la pronunciación del nombre de su amigo- No es mi barco…exactamente. Digamos que soy socia de la capitana.
-Sí, querida, como quieras llamarlo. ¡Oye!- le dio una palmada en la espalda, a la vez que gritaba. Era bastante bruto y gritón, pero Dream le tenía mucho cariño, por eso le visitaba cada vez que pasaba por las islas- En el último barco en el que he estado trabajando, he incorporado una sorpresita…con ayuda de mis amigos los herreros, obviamente…- sus ojos brillaban de la emoción- Te encantará.
-¿Si?
-¡Claro!- otra palmada- El conde nos dio la idea a Franco y a mí, y nos pareció realmente buena. Una bodega exterior camuflada y revestida de uno de esos metales que no se oxidan…- hizo un gesto con la mano- ya te lo contará Franco, yo de eso ni idea.
-¿Has dicho…el conde?- Dream se había quedado en esa parte, mientras entrecerraba los ojos, pensativa.
-Sí, el conde de Fuenclara. Tiene un barco capaz de rivalizar con, siento decírtelo, este mismo.
-De nada sirve tener cuando n se sabe manejar…- dijo Dream indiferente.
-Ohh…Pero sí que maneja- su expresión era la de alguien que cuenta algo sorprendente, D enarcó una ceja y quiso cambiar de tema. No iba a pensar en el maldito conde incluso trabajando.
-De acuerdo. Eh… ¿Me enseñas los planos de la bodeguita? Quizás podamos llegar a un acuerdo…


Una hora después, Dream caminaba por el barco, sonriente y satisfecha. Había acordado una suma menor de lo que se esperaba por las reparaciones, por lo que lo que sobraba del dinero que había cogido lo utilizaría para comprar más alimento. Tantos hombres en el barco con estómagos vacíos hacía que la comida durara menos que un trozo de pan en un puerto. Así que, justo antes de partir a las cálidas aguas del Caribe, tendrían una charla sobre el racionamiento de comida, el horario de trabajo y sobre los empaches nocturnos. Esos hombres necesitaban u poco de disciplina.

Cuando vio un barril apoyado cerca de la barandilla, D se acercó, pegó un salto y se sentó encima, quedando en una posición perfecta para observar el ajetreo de las calles del puerto. El lechero discutía con una mujer, que agitaba una botella vacía de leche en una mano mientras que la otra la mantenía apoyada en la cadera en posición amenazadora. Un par de hombres estaban apoyados en unas cajas de madera, fumando un puro y mirando el horizonte. Algunas mujeres de modesta posición gritaban como chiquillas y pegaban pequeños saltos de excitación, mirando en dirección a… Dream entrecerró más los ojos para ver mejor, y el ceño se frunció cuando divisó al objetivo de las risitas de aquellas muchachitas tontas. El conde de Fuenclara había hecho acto de presencia y hablaba ensimismado con un hombre de traje y bigote que tenía toda la pinta de ser un abogado. Adrian, como D le llamaba interiormente, llevaba unos pantalones marrones ajustados, con unas botas de caña alta y una camisa blanca. El conjunto lo combinaba con una elegante chaqueta que remarcaba sus anchos hombros, haciéndolo imponente a los ojos de los demás. Todo el mundo sabía que era alguien importante sólo por la forma en que hablaba y se reía, en sus gestos, en su forma de vestir… El conde echó un vistazo a su alrededor, contemplando los barcos amarrados a puerto y, en su recorrido visual por las cubiertas de cada uno, sus ojos encontraron los de ella. Él no se sorprendió de verla allí, sentada sobre un barril, observándole. Era como si ya hubiera notado su mirada sobre él, como si ya supiera que ella estaba allí, devorándole con la mirada e intentando odiarle con todas sus fuerzas.


-Muchacha- la voz de Ian la sacó de su ensimismamiento y perdió el contacto visual con Adrian. Dream se giró y miró con cara aturdida al veterano pirata, que frunció el ceño y echó un vistazo hacia el puerto, luego sacudió la cabeza- ¿Has visto a Beth?
-Se fue temprano…No me dijo a dónde se iba- contestó despreocupada, pero al ver la cara del marinero, su voz se suavizó- Vamos, Ian, seguro que vendrá esta noche, no puede pasar mucho tiempo alejada del barco…Y haréis las paces. Eres como un padre para ella- Ian hizo una mueca- Pues como un tío, me da igual, maldita sea- contestó ofuscada- Y esas cosas, el cariño, la preocupación de quienes te aman, no debe perderse.
-Por ti se han preocupado pocos, ¿no es verdad, muchacha?- no se había atrevido a preguntar “si la habían querido pocos”. La mirada de Dream se oscureció y saltó del barril donde estaba sentada.
-Los justos y necesarios, viejales- dijo, le dio una palmada en la espalda y se fue a supervisar unas obras en la cubierta superior.
Ian observó la partida de la joven con una arruga de más en su rostro. Parecía que ahora no debía preocuparse sólo de una muchacha obstinada y rebelde. El destino le había traído otra, más cerrada en banda aún, con más demonios, con más prejuicios contra todos… Ian sonrió. Siempre había disfrutado con los retos. Y desde luego que cuidar de dos jovencitas piratas y, que además, eran sus capitanas…era el mayor reto de toda su vida.


Adrian volvió la vista hacia su abogado, un tipo flacucho y de bigote que le miraba con una mezcla de temor y admiración. Frunció el ceño e intentó ocultar una sonrisa. Ahora mismo no le apetecía lo más mínimo tener que hablar de esos asuntos, pero necesitaba arreglarlos ya.
-¿Cuándo estará completamente listo?
-En tres días, señor.
-Es demasiado tiempo…- se había enterado de que en dos días La Perla zarparía rumbo al Caribe. Su barco era veloz, con las últimas modernidades instaladas para hacerlo más cómodo y eficaz, pero no quería perder el rastro…
-Su…Supongo, señor, que si presiona a los hombres podrán terminarlo en dos día y medio…
-Yo también lo creo. Por cierto, Peláez…
-¿Señoría?
-¿Has enviado mi petición al rey?
-Sí, señor. La respuesta tardará de aquí a unas semanas…
-Sabes que no me quedaré en Canarias. Así que te dejo al cargo. Si la respuesta no fuera de mi agrado, apela hasta que yo consiga lo que quiero. Utiliza cualquier medio. Confío en ti, Peláez.
-Por supuesto señor- el abogado agachó la cabeza y se fue a su despacho, orgulloso de que su jefe confiara de esa manera en él. Luego un escalofrío le recorrió la espalda, recordando la petición del conde a su majestad.
Adrian alzó la mirada hacia La Perla e intentó encontrar a Dream, pero no la vio por ninguna parte. Se dirigió hacia el puente de subida al navío, interceptó a un jovenzuelo y le deslizó unas monedas en las manos. Y un paquete que entregar.


-Montoya, maldita sea, haz el favor de centrarte y colocar el tablón derecho- protestaba Dream aguantando la risa. Siempre se había divertido con ese hombre en particular. Él había intentado tener algo con ella, pero Dream no había cedido. Y él tampoco. Pero la cosa ya era más un juego que otra cosa, y ambos lo sabían.
-Qué quieres, princesa…- le echó una mirada de arriba abajo- Hay ciertas cosas que distraen a un hombre como yo…- sus ojos brillaron con picardía.
-Ya…- aguantó la risa y le dio una patada suave en el trasero- Más te vale ponerte a trabajar, Montoya, si no quieres que te eche de aquí a patadas.
-Sí, mi princesa, mi sol, mi…- decía sabiendo que esos apelativos cariñosos no le hacían gracia a la capitana.
-¡Montoya!
-Vale, ya me callo- dijo servicial, se quitó el sudor de la frente y se concentró de lleno en el trabajo.
Dream se dio la vuelta y vio a Cortés apoyado en la baranda, silbando a unas jovencitas que caminaban por el muelle. Se puso a su lado y les echó una ojeada. Las mujeres reían tontamente y se abanicaban sin parar. Desde luego Cortés producía ese efecto en las mujeres. Y encima lo buscaba, y lo aprovechaba al máximo. El hombre se giró hacia ella y le sonrió fraternalmente.
-¿Qué hay, capitana?
-¿No trabajas? Porque a lo mejor una de tus capitanas te ha dado unas vacaciones y yo no me he enterado…
-Estaba descansando un ratito…contemplando las vistas- dijo, y seguidamente le guiñó un ojo a una camarera que salía a tirar la basura de su negocio. El bueno de Cortés no tenía preferencias entre una u otra mujer. Gordas, delgadas, más o menos agraciadas, con la voz de pito o grave, ricas o pobres…A él le gustaban absolutamente todas.
-No tienes remedio…- suspiró Dream, exasperada- Dentro de dos minutos te quiero ver ahí dándolo todo, ¿de acuerdo?
-Sí señora- respondió Cortés y Dream se alejó a paso lento por cubierta. Bajó las escaleras y un muchacho se le acercó y le tendió un paquete.
-Un paquete para usted, capitana Dream.
-¿De parte de quién?- preguntó ella, con una ceja arqueada y tomando el paquete con cuidado.
-Supongo que dentro del paquete estará la respuesta, señora. Hasta luego- dijo y se alejó corriendo.

Dream frunció el ceño y bajó a su camarote. Posó el paquete alargado encima de la cama y lo miró poniendo los brazos en jarras. Tras un momento de indecisión, se sentó en la cama y se dispuso a abrirlo con sumo cuidado. En el interior había una nota y una preciosa lila. Dream olió la hermosa y sencilla flor y cogió la nota.

Antes de tu partida, me gustaría verte
Te espero esta noche en la fiesta del pueblo.
Adrian

Dream volvió a leer la nota y frunció aún más el ceño. ¿Quién se creía que era? Después de todo lo que le había dicho…insultado… Por supuesto que no iría. Se levantó de la cama enfadada y volvió a mirar la flor. Aún así, el detalle había sido bonito, y le había cogido mucho dinero, con el cual estaban reparando el barco… Un suspiro de resignación se escapó de sus labios. Y un brinco de anhelo por la noche que se avecinaba dio vida a su corazón.

viernes, 12 de febrero de 2010

Deseo sangriento


Beth bailaba entre frufús rosas, enganchada a unas manos que no lo soltaban, la hacían moverse por un extraordinario salón, atestado de gente vestida con ropas extrañas… La música sonaba al fondo del salón. Vals era lo que más predominaba aquella noche y ella no dejaba de bailar, ni de reír tampoco entre los brazos de él. Con un movimiento ágil y rápido el hombre que la tenía entre sus brazos la giró hasta quedar mirándolo a los ojos. Ramsey le sonreía como nunca. Su amplia sonrisa blanca ocupaba gran parte de su rostro, iluminándolo. No creía haberlo visto así nunca y ella… Beth se sentía feliz, completa.

Nadie podría separarlos.

Entrelazó sus manos al cuello de él hundiendo levemente los dedos entre sus hebras rubias acariciándole las trencitas con sutileza, tiernamente. ¿Se estaba enamorando de Ramsey? O… ¿ya lo había hecho? Ahora, sonando de nuevamente otro vals, el gran escocés la hizo girar sobre sus pies y la fue moviendo de lado a lado en el salón hasta sacarla a uno de los corredores.

Una vez allí, él se quitó la máscara y la dejó caer al suelo. Segundos después, clavó la vista en sus labios y la besó. No le había quitado aquella barrera que le impedía verle el rostro, no lo necesitaba para saber que era ella. Sus ojos eran inconfundibles. Su pequeña escocesa no podría ocultarse de él ni recurriendo a la vejez, o cualquier tontería que pudiera ocurrírsele. En esos momentos junto a ella, en los carnavales de Cádiz, era el hombre más feliz de la faz de la tierra. Ella, Elizabeth, había conseguido sacarlo del abismo de su vida. Lo había hecho sonreír y reír como hacía tiempo que no hacía… Aquella muchachita lo hacía sentirse querido. Ambos estaban completamente locos el uno por el otro. No se separaban ni para bañarse. Y eso le encantaba. Él, el gran Ramsey Lawrence, embobado con una niña escocesa, rebelde como ella sola y encantadora como una preciosa ninfa del mismísimo Olimpo.

—Ramsey… Hazme el amor –rogó contra sus labios.

Y así lo hizo. Una y otra vez, durante toda la noche. Con cuidado al principio, salvajemente, tendidos en la cama, en el suelo, en la tina llena de agua, contra la pared… No había sitio que quedase libre de sus cuerpos ni gemidos. Esa misma noche, la escocesa le confesó lo que sentía. Sus palabras lo derrotaron mucho más que la espada de cualquier sucio contrincante.

—Te quiero, Ramsey Lawrence.



Elizabeth se revolvió entre las sábanas buscando el cuerpo de aquél hombre que estaba durmiendo con ella. Pero él no estaba allí. Abrió los ojos de repente y comprobó que efectivamente él no estaba allí. Ramsey la había abandonado. Rodó la mirada por su alrededor descubriendo la realidad; ésa misma la golpeó con dureza haciéndola caer de nuevo en el colchón. Había soñado con él, otra vez. ¡Una vez más! ¡Otra noche! Se mesó el pelo rodando sobre sí misma. Hundió la cara en el colchón y gritó con todas sus fuerzas.

—¡Te odio! ¡Te odio! ¡Te odio! –gritó dando puñetazos a las almohadas.
—Vaya, ¿qué te han hecho mientras dormías?

Una voz femenina la hizo girarse rápidamente hacia la puerta que comunicaba el despacho y su propia habitación. Dream la miraba con una sonrisa sorprendente. ¿Cómo podía hacerlo? Se habían pasado la noche bebiendo y jugando… ¿Qué hora era? No podían ser más de las diez de la mañana. Elizabeth alzó una ceja bajando la mirada hasta sus manos. Los planos del barco estaban allí. La vio hacer un gesto hacia la otra puerta, la del despacho.

—Pasad. Ésta es la puerta que quiero que arregléis –dijo la española.

Unos estruendos pasos llegaron a sus oídos demasiado tarde. Tres enormes hombres, de Dream, la miraban atónitos. Elizabeth gruñó y ni se inmutó. Se levantó lentamente y se acercó a la puerta. No llevaba más que una camisa blanca que le llegaba a los muslos, cubriéndoselos levemente. Empujó al primero de los hombres, estaba dispuesta a hacerlo con el segundo cuando una mano le agarró el brazo. Tenía ganas de romper caras y Dream se lo impedía. Se giró hacia ella con los ojos echando chispas.

—Suéltame. Después tendrás lo tuyo. ¡No puedes traer a quien te salga de los huevos a MI habitación! –exclamó soltándose—. ¡Fuera! ¡Dejarme que me vista, maldición! –gritó a los hombres señalando la puerta. Pero no se movieron ni un centímetro. Gruñó y volvió a ordenarles que se fueran. Ni caso. Se giró hacia su habitación y entró en ella, cruzándola. Iba directa hacia el tocador. Donde estaba su espada.
—¡Fuera! –exclamó D, riendo.

Al ver el claymore blandiéndose delante de sus caras, los hombres se giraron y casi corrieron hasta la puerta dejando a las dos capitanas solas. Dream reía. Beth dio gracias al cielo de que esos hombres hubiesen entrado en razón y hubiesen hecho caso a su capitana.

—Estás como una jodida cabra.
—Lo sé. ¿Vas a dejar que me vista? –gruñó la pelirroja girándose hacia el armario.
—Claro.

Dream caminó hasta la cama y se dejó caer en ella.

—¿No vas a irte? ¿Quieres verme el culo?
—No te ofendas, pero prefiero vérselo a cualquier de tus hombres que a ti, pero tengo especial interés en arreglar esa jodida puerta y mucho me temo que si me largo de aquí acabarás tirada de nuevo en la cama y roncando. Así que acaba de vestirte de una puñetera vez para poder empezar.
—Que te jodan –gruñó la escocesa sacando sus pantalones bombacho y poniéndoselos sin ningún miramiento. La camiseta granate que eligió no tardó en deslizarse por su cuerpo hasta empezar a abotonarla rápidamente. Necesitaba salir de allí, necesitaba buscar pelea y hacer sangrar a alguien. Buscar, buscar a algún fuerte desgraciado que le diese una buena alegría a primera hora de la mañana. Bueno, “primera hora”. Cuando estuvo totalmente vestida se giró hacia D con el ceño ligeramente fruncido—. ¿Has visto a Ian?
—No. Según Cortés salió a primera hora –respondió la española con el ceño también fruncido. Sabía que su compañera estaba pasando por un mal momento y…
—¡A la mierda con ese demonio de irlandés! ¡Me tiene hasta los cojones! –exclamó dando un golpe en el tocador.
—Eh, eh. Tranquila, bonita. ¿Qué lengua es esa? A ver si voy a tener que lavártela con jabón… —bufó la otra levantándose—. Ian sólo se preocupa por ti, imbécil y ¿encima tú no haces otra cosa que insultarle?
—No te metas donde nadie te ha llamado –gruñó a modo de respuesta.
—Este ahora es también mi barco y no quiero que entre mis hombres haya problemas –le devolvió el gruñido.
—No es…
—¿No es qué? –la tentó D con una ceja alzada y las manos en las caderas.

Beth se limitó a gruñir. Cogió con rabia el claymore y lo envainó en su cinturón antes de intentar cruzar la habitación. Cuando llegó a la altura de Dream, esta le agarró del hombro impidiéndole irse. Otro gruñido salió de su garganta fulminándola con la mirada. Si apreciaba algo su vida la dejaría irse… Por las buenas o por las malas saldría de allí en esos mismos instantes. Dio un fuerte tirón para soltarse. Sin saber cómo ni por qué, logró salir de la habitación escuchando las carcajadas de Dream.

Iba a matarla. Quería hacerlo. Degollarla, descuartizarla y lanzarla al mar como carnaza de tiburones. Maldición, ¿por qué tenía que ser tan condenadamente como ella? No tardó en encontrarse a los hombres que habían estado minutos antes en su camarote. Agarró de la pechera al que parecía ser el cabecilla de los cuatro y, aunque le costó un poco de esfuerzo, consiguió acorralarlo contra la pared. Lo atravesó con la mirada y gruñó.

—Yo soy tan capitana como ella, recuérdalo para la próxima vez que te cueles en mi puñetera habitación. La próxima vez que te rías de mí en mi jodida cara, me mires demasiado tiempo y/o babees por mi par de tetas, te corto el cogote en menos que canta un gallo, ¿queda claro?
—Pero yo…
—¡Pero tú nada! –exclamó acallándolo—. Cumples sus órdenes y las mías. Si te digo que te largues, te largas sin rechistar. Si te digo que no me mires, no lo haces y punto. Si te mando tirarte por la borda en pelotas, lo haces. ¿Entendido? Y no estoy hablando sólo para él, sino para vosotros dos también –gruñó girándose hacia los otros que la miraban sorprendidos y algo acojonados—. ¿¡Os ha quedado claro!? –gritó empezando a exasperarse por el silencio de los hombros.

Todos asintieron a la vez. Satisfecha, obligándose a sonreír, alisó la camisa del hombre que tenía agarrado y le dio unas palmitas cariñosas en la mejilla antes de soltarlo.

—Venga hombre, que Dream estará tirándose de los pelos porque no aparecéis.
—Sí, capitana –respondieron los tres a la vez comenzando a caminar hacia su camarote donde la otra perra los esperaba.

Con un gruñido, se giró y salió a cubierta. Inconscientemente, buscó a su segundo con la mirada por todo el barco. Recordando lo que D le había dicho, bufó. Aquél hombre le daba tremendos dolores de cabeza y, segura de que lo ocurrido la noche pasada iba a pasar factura entre ellos suspiró alejándose de todos los hombres que la miraban de reojo como si supieran algo de lo que había pasado. Les hizo un gesto con la cabeza antes de saltar al puerto para que volvieran a sus tareas. La mayoría de ellos limpiaba, otros muchos estaban tirados por las esquinas con una tremenda resaca por la noche anterior.

Salir de berbena hasta casi la madrugada era lo que tenía… Aunque dudaba mucho que algunos hubiesen dormido tan si quiera. Sin embargo, poco le importaba. Esa mañana estaba arisca como una tigresa y lo único que quería era bronca, así que si alguno de sus hombres protestaba lo más mínimo, Dios, se las vería con su jodida espada.

Caminando por las estrechas calles de Canarias, Elizabeth buscaba por todos los rincones algún hombre que gustase pelear con ella. Los fulminaba a todos con la mirada e incluso, cuando pasaba por su lado les gruñía, maldecía y/o insultaba. Pero ni con aquellas. Sólo le faltaba sacar el claymore y amenazarlos con él. ¡Aquellos españoles eran unos inútiles!

—¿Acaso estás buscándome a mí, entonces? –Una voz masculina y ronca le llegó a los oídos desde sus espaldas. La vio girarse lentamente hacia él, con el ceño fruncido a dolor. ¿Cómo podía estar tan hermosa aún enfadada? Dios, su melena roja resplandecía con el alto sol, intentando cegarlo. Con una amplia y diabólica sonrisa dio un paso hacia ella—. Digo, como los españoles son unos inútiles… Gracias a Dios que ninguno de ellos te ha escuchado, sino tendría que salvarte el cuelo... Otra vez.

¡No podía ser que hubiese dicho aquello en voz alta! Oh, Dios, bocazas. ¡Eres una bocazas! Su interior le gritaba sin cesar, culpándola. Sin embargo, su cuerpo no añoraba pedir disculpas; sino atacarle. Dejarle claro que no necesitaba que nadie la defendiera y mucho menos él.

—No soy la que era y si quieres que te lo demuestre saca tu puñetero cuchillo a ese que llamas espada y empecemos –gruñó apretando con fuerza la empuñadura de su claymore. Cuando clavó sus ojos en los de él y vio el brillo divertido en ellos, supo que, sin duda alguna, había encontrado la diversión que tanto había buscado esa mañana. Nada más y nada menos, que a manos del único hombre que quizás, deseaba ver muerto.