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viernes, 12 de febrero de 2010

Deseo sangriento


Beth bailaba entre frufús rosas, enganchada a unas manos que no lo soltaban, la hacían moverse por un extraordinario salón, atestado de gente vestida con ropas extrañas… La música sonaba al fondo del salón. Vals era lo que más predominaba aquella noche y ella no dejaba de bailar, ni de reír tampoco entre los brazos de él. Con un movimiento ágil y rápido el hombre que la tenía entre sus brazos la giró hasta quedar mirándolo a los ojos. Ramsey le sonreía como nunca. Su amplia sonrisa blanca ocupaba gran parte de su rostro, iluminándolo. No creía haberlo visto así nunca y ella… Beth se sentía feliz, completa.

Nadie podría separarlos.

Entrelazó sus manos al cuello de él hundiendo levemente los dedos entre sus hebras rubias acariciándole las trencitas con sutileza, tiernamente. ¿Se estaba enamorando de Ramsey? O… ¿ya lo había hecho? Ahora, sonando de nuevamente otro vals, el gran escocés la hizo girar sobre sus pies y la fue moviendo de lado a lado en el salón hasta sacarla a uno de los corredores.

Una vez allí, él se quitó la máscara y la dejó caer al suelo. Segundos después, clavó la vista en sus labios y la besó. No le había quitado aquella barrera que le impedía verle el rostro, no lo necesitaba para saber que era ella. Sus ojos eran inconfundibles. Su pequeña escocesa no podría ocultarse de él ni recurriendo a la vejez, o cualquier tontería que pudiera ocurrírsele. En esos momentos junto a ella, en los carnavales de Cádiz, era el hombre más feliz de la faz de la tierra. Ella, Elizabeth, había conseguido sacarlo del abismo de su vida. Lo había hecho sonreír y reír como hacía tiempo que no hacía… Aquella muchachita lo hacía sentirse querido. Ambos estaban completamente locos el uno por el otro. No se separaban ni para bañarse. Y eso le encantaba. Él, el gran Ramsey Lawrence, embobado con una niña escocesa, rebelde como ella sola y encantadora como una preciosa ninfa del mismísimo Olimpo.

—Ramsey… Hazme el amor –rogó contra sus labios.

Y así lo hizo. Una y otra vez, durante toda la noche. Con cuidado al principio, salvajemente, tendidos en la cama, en el suelo, en la tina llena de agua, contra la pared… No había sitio que quedase libre de sus cuerpos ni gemidos. Esa misma noche, la escocesa le confesó lo que sentía. Sus palabras lo derrotaron mucho más que la espada de cualquier sucio contrincante.

—Te quiero, Ramsey Lawrence.



Elizabeth se revolvió entre las sábanas buscando el cuerpo de aquél hombre que estaba durmiendo con ella. Pero él no estaba allí. Abrió los ojos de repente y comprobó que efectivamente él no estaba allí. Ramsey la había abandonado. Rodó la mirada por su alrededor descubriendo la realidad; ésa misma la golpeó con dureza haciéndola caer de nuevo en el colchón. Había soñado con él, otra vez. ¡Una vez más! ¡Otra noche! Se mesó el pelo rodando sobre sí misma. Hundió la cara en el colchón y gritó con todas sus fuerzas.

—¡Te odio! ¡Te odio! ¡Te odio! –gritó dando puñetazos a las almohadas.
—Vaya, ¿qué te han hecho mientras dormías?

Una voz femenina la hizo girarse rápidamente hacia la puerta que comunicaba el despacho y su propia habitación. Dream la miraba con una sonrisa sorprendente. ¿Cómo podía hacerlo? Se habían pasado la noche bebiendo y jugando… ¿Qué hora era? No podían ser más de las diez de la mañana. Elizabeth alzó una ceja bajando la mirada hasta sus manos. Los planos del barco estaban allí. La vio hacer un gesto hacia la otra puerta, la del despacho.

—Pasad. Ésta es la puerta que quiero que arregléis –dijo la española.

Unos estruendos pasos llegaron a sus oídos demasiado tarde. Tres enormes hombres, de Dream, la miraban atónitos. Elizabeth gruñó y ni se inmutó. Se levantó lentamente y se acercó a la puerta. No llevaba más que una camisa blanca que le llegaba a los muslos, cubriéndoselos levemente. Empujó al primero de los hombres, estaba dispuesta a hacerlo con el segundo cuando una mano le agarró el brazo. Tenía ganas de romper caras y Dream se lo impedía. Se giró hacia ella con los ojos echando chispas.

—Suéltame. Después tendrás lo tuyo. ¡No puedes traer a quien te salga de los huevos a MI habitación! –exclamó soltándose—. ¡Fuera! ¡Dejarme que me vista, maldición! –gritó a los hombres señalando la puerta. Pero no se movieron ni un centímetro. Gruñó y volvió a ordenarles que se fueran. Ni caso. Se giró hacia su habitación y entró en ella, cruzándola. Iba directa hacia el tocador. Donde estaba su espada.
—¡Fuera! –exclamó D, riendo.

Al ver el claymore blandiéndose delante de sus caras, los hombres se giraron y casi corrieron hasta la puerta dejando a las dos capitanas solas. Dream reía. Beth dio gracias al cielo de que esos hombres hubiesen entrado en razón y hubiesen hecho caso a su capitana.

—Estás como una jodida cabra.
—Lo sé. ¿Vas a dejar que me vista? –gruñó la pelirroja girándose hacia el armario.
—Claro.

Dream caminó hasta la cama y se dejó caer en ella.

—¿No vas a irte? ¿Quieres verme el culo?
—No te ofendas, pero prefiero vérselo a cualquier de tus hombres que a ti, pero tengo especial interés en arreglar esa jodida puerta y mucho me temo que si me largo de aquí acabarás tirada de nuevo en la cama y roncando. Así que acaba de vestirte de una puñetera vez para poder empezar.
—Que te jodan –gruñó la escocesa sacando sus pantalones bombacho y poniéndoselos sin ningún miramiento. La camiseta granate que eligió no tardó en deslizarse por su cuerpo hasta empezar a abotonarla rápidamente. Necesitaba salir de allí, necesitaba buscar pelea y hacer sangrar a alguien. Buscar, buscar a algún fuerte desgraciado que le diese una buena alegría a primera hora de la mañana. Bueno, “primera hora”. Cuando estuvo totalmente vestida se giró hacia D con el ceño ligeramente fruncido—. ¿Has visto a Ian?
—No. Según Cortés salió a primera hora –respondió la española con el ceño también fruncido. Sabía que su compañera estaba pasando por un mal momento y…
—¡A la mierda con ese demonio de irlandés! ¡Me tiene hasta los cojones! –exclamó dando un golpe en el tocador.
—Eh, eh. Tranquila, bonita. ¿Qué lengua es esa? A ver si voy a tener que lavártela con jabón… —bufó la otra levantándose—. Ian sólo se preocupa por ti, imbécil y ¿encima tú no haces otra cosa que insultarle?
—No te metas donde nadie te ha llamado –gruñó a modo de respuesta.
—Este ahora es también mi barco y no quiero que entre mis hombres haya problemas –le devolvió el gruñido.
—No es…
—¿No es qué? –la tentó D con una ceja alzada y las manos en las caderas.

Beth se limitó a gruñir. Cogió con rabia el claymore y lo envainó en su cinturón antes de intentar cruzar la habitación. Cuando llegó a la altura de Dream, esta le agarró del hombro impidiéndole irse. Otro gruñido salió de su garganta fulminándola con la mirada. Si apreciaba algo su vida la dejaría irse… Por las buenas o por las malas saldría de allí en esos mismos instantes. Dio un fuerte tirón para soltarse. Sin saber cómo ni por qué, logró salir de la habitación escuchando las carcajadas de Dream.

Iba a matarla. Quería hacerlo. Degollarla, descuartizarla y lanzarla al mar como carnaza de tiburones. Maldición, ¿por qué tenía que ser tan condenadamente como ella? No tardó en encontrarse a los hombres que habían estado minutos antes en su camarote. Agarró de la pechera al que parecía ser el cabecilla de los cuatro y, aunque le costó un poco de esfuerzo, consiguió acorralarlo contra la pared. Lo atravesó con la mirada y gruñó.

—Yo soy tan capitana como ella, recuérdalo para la próxima vez que te cueles en mi puñetera habitación. La próxima vez que te rías de mí en mi jodida cara, me mires demasiado tiempo y/o babees por mi par de tetas, te corto el cogote en menos que canta un gallo, ¿queda claro?
—Pero yo…
—¡Pero tú nada! –exclamó acallándolo—. Cumples sus órdenes y las mías. Si te digo que te largues, te largas sin rechistar. Si te digo que no me mires, no lo haces y punto. Si te mando tirarte por la borda en pelotas, lo haces. ¿Entendido? Y no estoy hablando sólo para él, sino para vosotros dos también –gruñó girándose hacia los otros que la miraban sorprendidos y algo acojonados—. ¿¡Os ha quedado claro!? –gritó empezando a exasperarse por el silencio de los hombros.

Todos asintieron a la vez. Satisfecha, obligándose a sonreír, alisó la camisa del hombre que tenía agarrado y le dio unas palmitas cariñosas en la mejilla antes de soltarlo.

—Venga hombre, que Dream estará tirándose de los pelos porque no aparecéis.
—Sí, capitana –respondieron los tres a la vez comenzando a caminar hacia su camarote donde la otra perra los esperaba.

Con un gruñido, se giró y salió a cubierta. Inconscientemente, buscó a su segundo con la mirada por todo el barco. Recordando lo que D le había dicho, bufó. Aquél hombre le daba tremendos dolores de cabeza y, segura de que lo ocurrido la noche pasada iba a pasar factura entre ellos suspiró alejándose de todos los hombres que la miraban de reojo como si supieran algo de lo que había pasado. Les hizo un gesto con la cabeza antes de saltar al puerto para que volvieran a sus tareas. La mayoría de ellos limpiaba, otros muchos estaban tirados por las esquinas con una tremenda resaca por la noche anterior.

Salir de berbena hasta casi la madrugada era lo que tenía… Aunque dudaba mucho que algunos hubiesen dormido tan si quiera. Sin embargo, poco le importaba. Esa mañana estaba arisca como una tigresa y lo único que quería era bronca, así que si alguno de sus hombres protestaba lo más mínimo, Dios, se las vería con su jodida espada.

Caminando por las estrechas calles de Canarias, Elizabeth buscaba por todos los rincones algún hombre que gustase pelear con ella. Los fulminaba a todos con la mirada e incluso, cuando pasaba por su lado les gruñía, maldecía y/o insultaba. Pero ni con aquellas. Sólo le faltaba sacar el claymore y amenazarlos con él. ¡Aquellos españoles eran unos inútiles!

—¿Acaso estás buscándome a mí, entonces? –Una voz masculina y ronca le llegó a los oídos desde sus espaldas. La vio girarse lentamente hacia él, con el ceño fruncido a dolor. ¿Cómo podía estar tan hermosa aún enfadada? Dios, su melena roja resplandecía con el alto sol, intentando cegarlo. Con una amplia y diabólica sonrisa dio un paso hacia ella—. Digo, como los españoles son unos inútiles… Gracias a Dios que ninguno de ellos te ha escuchado, sino tendría que salvarte el cuelo... Otra vez.

¡No podía ser que hubiese dicho aquello en voz alta! Oh, Dios, bocazas. ¡Eres una bocazas! Su interior le gritaba sin cesar, culpándola. Sin embargo, su cuerpo no añoraba pedir disculpas; sino atacarle. Dejarle claro que no necesitaba que nadie la defendiera y mucho menos él.

—No soy la que era y si quieres que te lo demuestre saca tu puñetero cuchillo a ese que llamas espada y empecemos –gruñó apretando con fuerza la empuñadura de su claymore. Cuando clavó sus ojos en los de él y vio el brillo divertido en ellos, supo que, sin duda alguna, había encontrado la diversión que tanto había buscado esa mañana. Nada más y nada menos, que a manos del único hombre que quizás, deseaba ver muerto.

3 comentarios:

Patrícia Montañés dijo...

Me habeis tenido un par de horas leyendo esta historia. Simplemente increible, esta historia es tal y como a mí me gustan. Felicidades chicas. Seguiré pasando por aquí...

Un beso

Elizabeth dijo...

¡Muchas gracias, guapa! Intentaremos seguir con ese ritmo y esta ilusión que poco a poco toma vida en nuestros pequeños deditos. Nos alegra que nos leas, más aún que te guste la historia. ¡Esperamos verte muy pronto por aquí!

¡Gracias y un beso enorme!

Unknown dijo...

que linda historia!! :D
chicas me encantooooo.. bueno les recomiendo un libro, ghostgirl... ya lo vieron??? me encontre este par de websites copados, www.ghostgirl.com.ar que esta en castellano y www.ghostgirl.com el ingles