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martes, 5 de enero de 2010

El principio de todo...

—¡Ian! –grito Elizabeth por encima de los gritos de alegría de sus propios hombres. Todos ellos gritaban de emoción al descubrir el gran botín del que se había apropiado la Perla Dorada. Ese día había sido duro y recuperar uno de los muchos cofres de oro españoles era la mejor recompensa para una jornada como aquella.

Ian, la mano derecha de Beth saltaba y silbaba junto a los demás, como si fuera a quedarse con el oro. Uno vitoreaban su apodo, otros aplaudían y cantaban canciones míticas españolas, otros se limitaban a sonreír contemplando la escena que ocurría ante ellos. Elizabeth tenía ganas de ponerse a cantar y bailar, pero alguien tenía que timonear la Perla, que surcaba ahora el océano atlántico con gusto y velocidad; veloz y seguro, como el propio viento que rompía contra las altas velas del navío. La mujer iba al timón, ordenando a sus hombres que se pusieran en marcha, en menos de un minuto, el irlandés pelirrojo y grande llego hasta ella, abrazándola por detrás.

—Lo hemos conseguido, Beth.
—Lo se, pero suéltame ahora mismo –refunfuño la pelirroja revolviéndose en sus brazos—. Hay gente mirando y no quiero que piensen en poder darme unos cuantos abrazos o halagarme con unas palabras y hacer lo que les plazca. Sabes que lo odio.

Ian se separo al instante de ella y sonrió de medio lado, esperando que la chica no se percatara de ello. Llevaba mas de quince años junto a ella, y cada día estaba mas seguro de que nunca cambiaria. Era una copia exacta de su padre.

—Digna de su padre –mascullo el hombre intentando disimular sus palabras con una tos falsa.
—¿Decías algo?
—Nada, mi señora –Ian hizo una media reverencia y rió cuando Beth le dio una patada intentando que ninguno de los hombres la vieran—. ¡Digna de su padre, como digo! –Dicho lo cual, el hombre se disponía a irse, y de hecho, lo hizo. Y riendo. Sus carcajadas resonaban por todo el maldito barco.
—¡Ian! ¡Baja a mi despacho y tráeme las cartas de navegación! –grito a pleno pulmón para que el hombre la escuchara.

Vio como el viejo asentía y desaparecía en la cubierta. Mientras mantenía el rumbo, Beth no pudo evitar recordar todo lo pasado con ese hombre. Lo recordaba junto a ella desde que su padre la había arrastrado fuera de España, de los brazos de su madre. Y de eso hacia ya mas de quince años mas o menos. Siempre se había mantenido fiel a su padre primero, y ahora, a ella. A pesar de que Elizabeth había sido instruida en ese modo de vida desde que embarco en la Perla, el insistía en ayudarla en todo, y también en llevarle la contraria; esa parte nunca fallaba. Con una enorme sonrisa, recordó la vez que llego a tirarlo por la borda. Sus discusiones podían oírse desde la otra punta del barco y no muchas veces acababa bien; uno enfurruñado en su camarote –que solía ser ella—, y el otro en el timón desganado y furioso. Si, así era su vida en la Perla Dorada. Y así pretendía que siguiera. Gracias a Ian y a cada uno de sus hombres por igual, su vida era amena y divertida. Justo lo que una mujer rodeada de hombres brutos y soeces necesitaba.

El viejo no tardo en aparecer allí. Estaba tan ensimismada en sus propios pensamientos que ni si quiera lo había oído subir por las escaleras. Ian dejo los mapas encima de la mesa que habia al lado del timon para que ella pudiera verlos.

—¿Portugal? –Elizabeth echo un vistazo rápido a los mapas, siguiendo una de las líneas trazadas por el hombre—. No podemos parar en Portugal. Tenemos que bajar directamente a las Islas, Ian. Seria demasiado peligroso, ya sabes lo que paso la ultima vez.

Si lo recordaba. Después de una semana pasando hambre y sed, la Perla se vio obligada a atracar en uno de los puertos donde más enemigos tenían: Lisboa. Acabaron con la mitad del barco esperando una reforma, y los cofres de oro recuperados durante dos largos meses, desaparecidos. Elizabeth movió la cabeza de lado a lado.

—Olvídate de Portugal.
—No aguantaremos hasta las Islas –Con las Islas se referían a las Canarias. Tenían que hacer unos intercambios de armamento allí antes de regresar a su habitual ruta hasta el Caribe por esa época. Y aun les quedaban una o dos semanas, dependiendo del viento, hasta las Islas.
—Nos encontraremos a alguien por el camino, Ian. No pienso poner el barco otra vez en peligro.
—¡Por el amor de Dios, Bloody! Serán piratas. ¡Lo sabes muy bien! –Exclamo pasándose las manos por la espesa mata de pelo pelirrojo.
—¡Prefiero luchar contra una horda de sucios piratas que contra todo un país! Maldición Ian, se razonable.
—Podemos tener una guardia constante vigilando el barco mientras cogemos lo necesario, Elizabeth, por favor. ¿Cuánto tardaríamos? ¿Tres horas? ¿Cuatro a lo sumo?
—O un día entero. Conoces a estos hombres mejor que yo y sabes lo que pasaría. Una cosa llevara a la otra y acabaran durmiendo en la cama de una moza bien rolliza mientras el barco esta totalmente expuesto a los vándalos –Negó otra vez con la cabeza—. Me niego, Ian. Lo siento.
—Muy bien. Tú eres la capitana, tú eliges. Pero yo no estoy conforme con tu decisión.

Tras esas palabras, Ian dejo el mapa en la mesa y se largo de allí, totalmente enfurecido. Empezó a dar órdenes a diestro y siniestro, caminando de un lado para otro como un león enjaulado; como si fuese a morder a alguien de un momento a otro. Y a Elizabeth le dolía. Se le había formado un nudo en el pecho, y quizás tuviese razón pero no podía permitir que volvieran a dañar su barco.



Elizabeth viró 45 grados hacia el norte cuando el vigía gritó desde la torre que había un barco en llamas a unos kilómetros. En realidad, eran dos, por lo que pudo ver Beth cuando torcieron hasta quedar con el lado izquierdo del barco frente a ellos, dispuestos a usar los cañones en caso de que fuera necesario. En la proa todos los hombres corrían de un lado para otro armándose por la inminente batalla. Bastó un solo grito del irlandés para que todos se pusieran en marcha; conocía demasiado bien a la capitana como para pensar que seguiría de largo viendo como un navío se hundía en medio del océano.

Y así fue. Elizabeth gritó que izasen la Bandera y lo hicieron, también las velas, tenían suerte que el viento soplara a su favor, puesto que si hubiese sido al contrario toda maniobra habría sido nula. A medida que se iban acercando, la capitana podía ver quiénes eran los tripulantes de los barcos. El que estaba ardiendo, el famoso Black Gold, capitaneado por Dream. Otra española, conocida por sus tremendas hazañas en las colonias de Cuba; el otro, el tenebroso y roñoso barco de Philip, el hombre más despiadado de toda Inglaterra. Había conseguido capturar unos cuantos tripulantes del Black, pero aún así, con apenas una veintena de hombres, su capitana y su segundo al mando se defendían como leones protegiendo su comida. No faltaba mucho para que el barco comenzara a hundirse y ellos parecían no darse cuenta.

—¡Bloody, acércanos! –gritaron en la cubierta.

Elizabeth meditó unos segundos lo que debían hacer. Desde que tenía memoria había luchado contra Philip, pero esa vez aquello parecía ser distinto. Sentía la necesidad de arrancarle los ojos por la manera que miraba y sonreía al otro navío, maldición, como si ya estuviese en el fondo del océano. Beth hizo lo que los hombres clamaban con vehemencia y acercó la Perla al Black, quedando detrás de él, cubriéndolo por un lado. Los hombres enseguida se volvieron para enfrentar ese nuevo ataque, pero la voz de uno de los hombres del nuevo navío los tranquilizó. Segundos después, cuerdas colgaban de un barco a otro y los hombres cruzaban de La Perla al Black Gold.

—¡Ian! Encárgate de ellos y que se pasen a La Perla –exclamó Beth saltando hasta la cubierta—. Tengo que armarme –gritó escabulléndose al interior del barco a por sus armas.

Al rato, la joven capitana salía armada de pies a cabeza. Espadas en mano y dagas en las fundas de sus botas negras. El barco empezaba a llenarse de heridos. Ordenó a varios de sus hombres que regresaran a la Perla y se encargaran de ellos mientras Beth se cogía a una cuerda y pasaba al otro barco en ayuda de la rara capitana. La buscó con la mirada cuando llegó a la cubierta, y la vio luchando a muerte con Philip, cerca del timón. Le habían dicho que era una chica muy rara y obstinada, y que tenía muy mal carácter… Y a juzgar por las maldiciones y abruptos que salían por su boca, Elizabeth pudo entenderlo.

De repente, Bloody, como así la conocían internacionalmente, se vio enzarzada y chocando espadas con dos de los hombres de Phil, que carcajeó cuando tiró al suelo a Dream, dejándola inconsciente. Elizabeth se deshizo rápidamente de sus dos contrincantes y corrió hasta donde estaba Phil empujando y ensartando a hombres en su espada. Cuando logró llegar hasta el hombre, éste la miró de arriba abajo y carcajeó de nuevo. La mujer no esperó a un intercambio de palabras, atacó directamente consiguiendo abrir una nueva herida en el costado del pirata, que gruñó y se apoyó a la barandilla.

—Te veo más gordo, Phil –comentó Bloody antes de atacar de nuevo, ésta vez, fallido. El hombre había conseguido esquivarla y herirla. La camisa blanca de Beth se rasgó bajo la afilada hoja de la espada de él, que sonrió volviendo a la carga—. ¡Ian, éste Phil ya no es el que era! –gritó cuando poniéndole la zancadilla, el hombre cayó al suelo. Elizabeth le daría las gracias a la otra mujer cuando despertase por haberlo debilitado tanto. Las ropas de Phil estaban todas rotas debido a las innumerables tajadas de su cuerpo.
—Eres… —Una explosión interrumpió las palabras del hombre, que se agachó tapándose la cabeza por el repentino ruido. Después, rápidamente se alzó y observó los daños causados. La prosa había explotado. Tanto Beth como él gruñeron—. ¡Todos fuera!
—¡Ian, haced lo mismo! –exclamó Elizabeth señalando La Perla. Antes de que Phil pudiera escapar, ella lo paró y lo miró directamente a los ojos—. Espero no volver a verte, bastardo.
—Te libraste una vez de mí, pero no volverás a hacerlo, pirata. La próxima vez que nos veamos será mucho más producente… —Sonrió ampliamente escupiendo cerca de las botas de ella—. Y no será nada placentero para ti, Bloody.

Dicho lo cual, el hombre pasó a su lado y agarró una de las cuerdas que habían lanzado de su barco y se trasladó, escapando como hacían los cobardes.

Elizabeth enfundó sus espadas y se agachó para recoger a la mujer inconsciente tumbada a sus pies. La alzó en brazos y desapareció de allí antes de que se hundieran junto con el barco. Pidió a sus hombres que las ayudaran a pasar hasta La Perla, y cuando lo consiguieron alguien le arrebató de sus manos el pesado cuerpo de la joven. Ian empezó a dar órdenes mientras Beth observaba otra explosión, esta vez debía haber sido en las bodegas, porque los cañones salieron disparados hacia el mar. Agradeció que la capitana no estuviera lúcida para ver lo que estaba ocurriendo, le había llegado a los oídos que la famosa Dream había nacido y vivido siempre con un hombre en ese barco; manteniendo relaciones con él, pagándose su propio embarque… Aunque siempre podían ser rumores. Escuchó varios suspiros y lamentos a sus espaldas, los tripulantes del Black Gold observaban atentos cómo se desvanecía la única casa que habían tenido durante muchos años… En los ojos del hombre que la capitana de La Perla tenía al lado podían llegar a verse lágrimas, y lo comprendía. Ella ni siquiera las hubiese retenido.

Alzó la manó y le dio varios golpecitos en la espalda, intentando animarlo pero él se apartó ante su contacto y la atravesó con la mirada.

—No me toques.
—¿Pasa algo? –preguntó la joven cautelosa. No sabía qué podía haberle sentado mal al hombre y tenía que andarse con pies de plomo—. Sé que es duro perder un mod…
—Cállate –Beth cerró la boca al ser interrumpida. Esa mujer tenía que entender que por culpa de aquél pensamiento revolucionario contra los piratas ingleses habían perdido todo aquello por lo que luchaban cada día, todo aquello que les mantenía a pie de cañón mes tras mes—. No entiendes nada, Bloody –pronunció su apodo con retintín y se giró dejándola sola ante el ahora vacío mar, con la estela del navío pirata de Philip en el horizonte.

Ella entendía más de todo eso que cualquiera de esos hombres, había perdido mucho en la mar, había acudido a la mar para huir de todo aquello que la atormentaba en tierra, todo aquello que le impedía ser ella misma; aquello que no le permitía estar con su padre y conocerlo… Y todo eso tenía un nombre. Nombre de mujer: Isabel. Su madre.

Giró la cabeza cuando sintió una mano en su hombro. Ian se colocó a su lado, siguiendo su mirada hacia el horizonte. Tenía el ceño fruncido y cara de muy pocos amigos.

—Son unos salvajes. Deberíamos tirarlos por la borda –dijo, refiriéndose a los hombres que acababan de acoger en la Perla.
—Acaban de perder toda una vida.
—Deberían estarnos agradecidos por ofrecerles el comienzo de una nueva.
—Dales tiempo –los defendió Elizabeth—. ¿Cómo está la capitana?

Ian se giró para mirarla.

—A eso venía. Se ha despertado e insiste en ir hasta su barco. Tiene un golpe muy feo en la cabeza y creo que no recuerda lo que ha pasado. Deberías ser tú la que hablara con ella, creo que no le gustará lo que ha pasado y yo no podré aguantar los gritos de otra persona.
—¿No se acuerda? –preguntó extrañada separándose del borde.
—Supongo que sí lo hace pero no quiere darse cuenta. Está realmente enfurecida, Beth. Vete a hablar ya con ella porque de lo contrario destrozará tu camarote.
—¿Qué? ¿¡La habéis llevado a mi camarote!? ¡Por qué no la llevas al tuyo! Maldición, estáis todos locos –gritó caminando hacia el interior de su barco. Iba apartando cuerpos a medida que bajaba las escaleras para llegar a su habitación. ¿Cómo se habían atrevido? Ni que no hubiese suficientes camas en el barco como para que tuvieran que ponerla en la suya. ¡Más le valía a la capitana no protestar ni una vez! Sino acabaría durmiendo con las ratas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Wow. El primer trozo está super genial. Quiero leer más.

Elizabeth dijo...

En unos días -sino menos-, se colgará otro pequeño trocito.

¡Gracias por leernos!

Accesorios Melona dijo...

jojojojo ahora si puedo dejar comentario!!! Ya lo había dicho, pero lo repito este primer capi me encantó!!!!